En un momento de Merlí, dos alumnos se alternan un porro alrededor de un sillón rescatado de una vereda mientras pasan un rato en la plaza con una compañera que fue novia de un fumeta antes del receso y ahora se come al otro. En otra escena de esta serie de tres temporadas producida por el canal público catalán, otro pibe se enoja y avergüenza por su malestar económico ante su bastante cheta pero mucho más adorable amiga, aunque ella no quiere ser adorable sino coger.

Tratándose, como es, de una tira televisiva escolar, Merlí es de las mejores al escenificar cómo es ir a la escuela como estudiante, partiendo del reconocimiento de que el sistema educativo corriente está obsoleto así como un montón de estructuras sociales y culturales --y la demostración está a resguardo en quienes vienen luego de los milénicos--. Toda esta cuadrilla de pibes de secundaria nacidos alrededor del 2000 expone fabularmente cómo es ser joven ahora en una metrópolis de un país desarrollado pero en crisis política, institucional y económica. Da una selección de maneras intensas de juventud: las de Bruno, Pol, Tania, Berta, Iván, Oliver, Marc, Oksana, Joan, Mónica, Gerard…

Si el modelo de televisación de la escolaridad son huevadas de pascuas como High School Musical, la serie del dramaturgo catalán Héctor Lorenzo va de calentura adolescente y pajas, comas etílicos, agorafobia, milfs, subsistencia, estafa, violencia, olor a sexo, enfermedades terminales, suicidio, honestidad y concordia. Todos esos asuntos en los que muchas veces la relación hijos-padres, o alumnos-docentes, se traba. La serie se mueve siempre en torno de la dignidad mientras debate sobre política, convivencia social y, sobre todo, filosofía. Es que así como el poeta cordobés Vicente Luy buscaba escribir "un poema épico que te pare la pija", el profesor Merlí Bergeron quiere que sus alumnos se calienten con la filosofía.

Evidentemente lleva ese nombre por este docente casi psicodélico para la norma, sólidamente interpretado por Francesc Orellá, que saca de él un pedagogo con cosas del doctor House y del Frank Underwood de House of Cards, y que en general trajo a colación al John Keating de Robin Williams para La sociedad de los poetas muertos. La referencia a esa película también se da por la nominalización de ese concilio por el acné y las ganas de ponerla que es este alumnado bautizado los peripatéticos.

Así como aquel clásico del cine llevó por título al colectivo (la sociedad...) pero sobrepuso al individuo ("Oh, capitán, mi capitán"), esta tira juvenil porta nombre en singular (el de Merlí) pero posiciona a los estudiantes. Merlí está muy bien pero siempre es Merlí. Es un tipo de casi 60 años que llegó a ese punto con su método, sus soluciones, sus deslices; del que se adivina un pasado igual de potente en la enseñanza sin que por eso en los 40 capítulos se le aparezcan amistades ni graduados de antaño. Su personaje es entrañable y heroico en su displicencia habitual. Vaya sujeto tan agradable.

Pero la papa son los pibes, con sus transformaciones permanentes en ese traveling que hace la serie por los tres años que este bloque de wachines pasa en el secundario público Àngel Guimerà, entre sus 14/15 y sus 17/18 años. Las dinámicas de grupo, alianzas, traiciones, las negociaciones y las manipulaciones propias de una bandada de pendejos dispuestos a que en el camino hacia lo que quieren ser nadie encuentre la piel que dejaron perdida el último verano antes de la escuela superior. Cada uno de ellos tiene una personalidad compleja y está multienquilombado, todos tienen secretos y lidian como pueden con sus demonios, carceleros, fetiches y objetos de poder.  

Merlí toma apunte sobre la vergüenza que sentimos en la escuela por no haber tenido relaciones, por un papá sin trabajo o por usar siempre el mismo abrigo, pero también sobre el regocijo de los abrazos tras los goles (en un partido de chicos contra chicas, todos travestidos, para reivindicar a una nueva profesora trans), el profundo dolor del amor juvenil no correspondido, las ganas de probarlo todo, el temor al ridículo y la pasión por el absurdo. Aunque bien vale como serie sobre un tipo que responde a su crisis general con una segunda gran primavera, Merlí no le empata a Breaking Bad. Pero como tira juvenil es superlativa.