Desde San Luis

De un tiempo a esta parte se han multiplicado en la web ciertas iniciativas controversiales, cuyos impulsores son, por lo general, usuarios de identidad esquiva. Tal es el caso de la petición que hace unos días apareció en la autodenominada “plataforma para el cambio social” change.org y que promueve la condecoración y ascenso del “héroe Luis Chocobar (sic), por salvarle la vida al turista”. A modo de copete, en la solicitada se añade: “Porque pretendemos tener una sociedad más justa, con premios y castigos […] y porque pretendemos un cambio radical en quienes administran justicia, con jueces y fiscales probos, con dignidad y honradez, sin partidismo políticos y doctrinas a favor de los delincuentes.” Para pesar de quien escribe (y, ruego, de otros  tantos), esta petición está muy cerca de alcanzar los 75 mil avales; número requerido para que la misma sea cursada a la Defensoría del Pueblo de la Nación. 

El pretendido héroe –cuyo  único “mérito” fue el de rematar por la espalda a un joven de 18, que huía tras haber asaltado a un transeúnte extranjero– cobró notoriedad pública cuando el propio presidente Mauricio Macri lo recibió en Casa Rosada, a comienzos de febrero, para manifestarle su apoyo ante la confirmación de su procesamiento por parte de la Cámara Nacional en lo Criminal y Correccional.  

La escenificación de aquel encuentro estuvo edulcorada por la torpe sobreactuación del primer mandatario, en apariencias ofuscado por la decisión de los magistrados de calificar el delito como “homicidio agravado por uso de arma de fuego en exceso en el cumplimiento de un deber”. Sensibles a los sondeos de opinión pública, el oficialismo ratificó su discurso punitivista, lo que se traduce en otro peligroso gesto, que allana el camino al desmedido accionar represivo de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, condicionando, con ello, las decisiones futuras que la Justicia deba tomar al respecto.

Otros miembros del elenco gubernamental se han pronunciado de un modo similar. Por citar solo un par de casos: la vicepresidenta Gabriela Michetti había sostenido que “el beneficio de la duda siempre lo tiene que tener la fuerza de seguridad”, en relación al asesinato del joven mapuche Rafael Nahuel, cometido por la Prefectura Naval en noviembre del año pasado. Vale agregar que hace unos días un informe del Centro Atómico Bariloche reforzó la hipótesis de que la víctima no manipuló armas de fuego.

Por su parte, la camaleónica ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, relativizó, en una entrevista concedida a Radio Nacional el 16 de marzo último, la gravedad del problema al señalar que “disparar o no por la espalda depende de la situación” y que eso no es más que “un detalle”. Estas apreciaciones las hizo en el marco de la polémica desatada por el homicidio del menor tucumano Facundo Ferreira. 

La prosa macrista deja traslucir una vocación coercitiva que canaliza y, a la vez, redirecciona y amplifica las inquietudes de un sector considerable de la ciudadanía, ávido de medidas radicales frente a esa compleja problemática que designa el término inseguridad. Y es en este escenario en donde cobran sentido iniciativas como las que señalamos al comienzo o también, por qué no, la visibilización de los casos de linchamiento últimos. Lo más riesgoso de todo esto es que, por exagerado que parezca, siembra la sospecha colectiva de que es posible plebiscitar la legalización de la pena de muerte. Como consecuencia de ello, se pone en entredicho un derecho fundamental sin el cual carecen de fundamento ontológico todos los demás: nos referimos al derecho a la vida.

Para finalizar recurrimos a una vez más a la literatura, que nos ayuda a sintetizar lo desarrollado hasta aquí, y a hacerlo de una forma más bella. Veamos cómo: en su célebre novela Matadero 5, Kurt Vonnegut, un sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, hace reflexionar al protagonista, Billy Pilgrim, sobre la insensatez y crueldad de una matanza luego de la cual, señala, “sólo queda gente muerta que nada dice ni nada desea; todo queda silencioso para siempre. Solamente los pájaros cantan”. Frente a esta observación su interlocutor pregunta “¿Y que dicen lo pájaros?” Y Billy sentencia: “Todo lo que se puede decir sobre una matanza; algo así como «¿Pío-pío-pío?».” 

  Nosotros pensamos que, al menos en la política represiva, los halcones y las palomas del gobierno parecieran estar de acuerdo. El conglomerado informacional, mientras tanto, se hace eco del piar de aquéllos. 

* Docente de la Universidad Nacional de San Luis.