Desde su aparición en 1972 con Mañanitas nocturnas por AM Argentina (donde también participaron Mario Mactas y Alejandro Dolina), Carlos Ulanovsky estableció con la radio un vínculo acaso más intenso que con todos los otros oficios que la comunicación le propuso. Periodista gráfico, guionista, novelista, biógrafo, docente, fundador de escuelas; todas las virtudes dispersas o eventualmente vinculadas de Ulanovsky parecen condensarse en un solo lugar, y ese es la radio. Ya sea en el aire (solo asfixiado por el exilio en México, entre el ‘74 y el ‘83) o bien fuera de él, aunque de todos modos inspeccionándolo, tal como hizo en la enciclopedia Días de Radio o fundando TEA, escuela también de perfiles radiofónicos.

Este año (en el que cumple 55 como periodista y está por lanzar tres libros en simultáneo), Carlos Ulanovsky decidió tomar un cambio de aire en su largo devenir por el éter y, después de varias temporadas en Nacional, acaba de mudarse a AM 750. “Vine a la radio en la que quería estar, porque es la que escucho cuando escucho radio”, afirma el conductor de Reunión cumbre, programa que sale los sábados de 20 a 22 y que define como “artesanal”, ya que lo escribe de punta a punta él mismo a mano en cuadernos escolares. “Es una tertulia de actualidad sobre cultura, artes, medios, libros y música más invitados, que generalmente son cuatro”.

La noticia de su arribo a AM 750 saldó la duda que muchos oyentes tenían acerca del destino de Ulanovsky en el éter tras su salida de Radio Nacional, que estuvo acompañada de una comentada carta pública. Durante todos esos años había participado en programas ajenos y también en propios (el más largo llevaba el mismo nombre que el actual). En la carta, Ulanovsky manifestó que le había comentado a las autoridades su deseo de abandonar la emisora porque sentía que era “una etapa cumplida”.

“Me fui porque ya soy una persona grande y, en la medida de lo posible, puedo elegir, a pesar del momento horrible que estamos pasando en el rubro”, explica Ulanovsky. Si bien aclara que “en los diez años que estuve en Radio Nacional, y en particular en los últimos dos, jamás nadie me dijo qué decir o a quien invitar “, se quedó con la sensación de que “los directivos no escuchaban el programa; algo que tengo para mí, aunque esté equivocado”. El desinterés por el contenido artístico de la radio que se gestiona luce imperdonable si al otro lado del cristral está frente al micrófono Ulanovsky, con la añadida ironía de que su último programa en la emisora llevaba por título, justamente, El lugar del otro.

La salida se produjo en medio de una polémica arremetida de recortes que aplicó el Sistema de Medios Públicos sobre todo su conglomerado, incluido Radio Nacional, con cuyos afectados Ulanovsky se solidarizó en la carta. Aún Hernán Lombardi no estilaba adoctrinar a sus empleados por medio de otros medios (privados) y las notificaciones a veces ni siquiera llegaban: muchos se enteraron del despido el mismo día que eran rechazados por el sistema de ingreso biométrico. Fue de los primeros trazos gruesos que el gobierno nacional se animó a asestar en sus reparticiones después de las últimas elecciones, y en simultáneo se inflamó desde muchos paneles del infotainment el debate acerca de la pertinencia o no de sostener medios públicos con fondos ídem.

–Estuvo diez años en Radio Nacional e incluso publicó un libro con su historia. ¿Qué opina de la discusión sobre el sentido de tener y mantener medios estatales?

–En el caso de Radio Nacional, que posee casi cincuenta emisoras en todo el interior, cada una de ellas tiene características diferenciales. Y en muchas son importantes para la vida cotidiana: en lugares fronterizos, donde no hay otras radios ni señal de celular, Nacional llega a la manera de teléfono, porque de repente se escucha que un tipo le dice al otro que necesita encontrarlo a tal hora en tal lugar. Pero, más allá de eso, tienen que existir medios públicos.

¡Y deben ser de vanguardia! Idealmente tendrían que ser el espacio para todo aquello que lo comercial ignora.

–Trabaja en radio desde hace muchos años, aunque el tiempo le guardó la reciente novedad de hacerlo con sus hijas. ¿Cómo fue esa experiencia?

–¡Divina! Julieta es muy observadora y siempre traía cosas raras pero interesantes. Es una buscadora de tendencias y en una época llevaba adelante una sección llamada “Educando a papá”. También me hace los diseños de los libros. Inés, por su parte, es una gran productora, con un estilo interventor, lejos de ser sumisa. Ha llegado a impugnarme invitados. ¡Y me gustaba! Aunque no las pude traer a este nuevo ciclo, fue un placer absoluto haber laburado con ellas.

–¿Por qué dice que su programa es “artesanal”?

–Porque así lo fue desde siempre, como el hecho de escribir el programa de punta a punta en cuadernos Rivadavia. Siempre fui más analógico que digital. Recién hace unos meses modernicé el celular y pude descubrir lo que era Whatsapp. Di el salto tecnológico a medida que llamaba por teléfono, según la vieja tradición, y no solo que no me atendían, sino que escuchaba en los contestadores cosas como: “¡No me dejes mensajes de voz, porque no los escucho! ¡Mejor escribime por whatsapp!”. Es lo más actualizado que puedo decir de mi parte. La prueba de que soy un viejo es que no tengo redes sociales, por ejemplo.

–Sin embargo una de las secciones de su programa se llama “El mundo necesita más cumbia”, una cultura esencialmente juvenil…

–Es que me gusta mucho, de siempre. Desde los Wawancó o la cumbia colombiana y venezolana, pasando por Los Palmeras hasta llegar a grupos actuales como la Delio Valdez. Esa sección la anunciamos siempre como parte de “el programa que te saca a bailar cumbia sin ponerse colorado”. Y si la pregunta es si bailo cumbia, la respuesta es sí, y muy bien.

–¿Cómo observa los cambios tecnológicos y generacionales dentro un periodismo que modificó sus hábitos y formas de consumo respecto de cuando usted empezó?

–Estoy intentando hacer un libro que nadie me pidió con entrevistas a periodistas jóvenes. Lo empecé a trabajar hacer un año y pico pero lo tuve que postergar por razones de supervivencia, para resolver los otros proyectos que me permiten vivir. Pero lo quiero sacar. Me intriga saber de qué manera las nuevas generaciones intentan hacerse su lugar en un momento de, digamos, baja creatividad, porque no quiero usar la palabra “mediocridad”. Esto ocurre por muchas razones que, en este momento, perjudican hasta al New York Times. Estamos ante la pantalla única, pero con multipantallas: la gente ya no tiene que escuchar los programas de tele o radio en el aparato convencional ni en el horario original. Y en los principales diarios del mundo se están devanando el marote para ver como se vuelven sustentables dentro del nuevo modelo. Un modelo que es fascinante… pero no da la guita suficiente. Y, mientras siguen probando todo tipo de fórmulas, el viejo modelo está crujiendo por todos lados pero es el único que da un poco de guita. Asistimos a un final incierto en el que nadie sabe donde va a caer parado.

–Aunque es un hombre de radio, en su web personal predomina el archivo de su época gráfica. ¿No extraña, más allá de los libros, el periodismo escrito y cotidiano?

–La verdad que no. A los 74 años puedo decir que no me quedan deudas de ningún tipo. No económicas, no morales ni profesionales. Hice todo lo que pude en su debido momento y hoy acumulo esa experiencia como un privilegio. Desde hace un tiempo estoy dedicado a la radio y me encanta. Cultivo un tipo de periodismo que me gusta. Lo que en todo caso extraño no es una forma de hacer periodismo, sino de serlo. Extraño cuando los medios estaban manejados por directores periodísticos. Cuando las emisoras eran manejadas por un gerente que tenía el sonido de la oreja en la radio… aunque sea para criticarte o discutirte. Ahora estoy como en un mundo extraño. Y reconozco que este ya no me pertenece. Pero no me da nostalgia: es el momento de otros. Más de otros que mío.