Paola Gaviria nació en Ecuador, pero a los 13 años se mudó a Colombia, donde terminó de crecer y formarse. Estudió artes plásticas y devino –quizás inesperadamente– historietista: PowerPaola. Su autobiografía Virus Tropical se publicó en Argentina en 2011 y la convirtió en una referente de la escena latinoamericana del noveno arte. Virus tropical es una historieta movilizante, dibujada con el alma en la mano. Su adaptación a la pantalla grande, también. El film dirigido por Santiago Caicedo toma parte de la competencia oficial internacional del BAFICI y llegará –con entradas ya agotadas– el miércoles 18 al Village Recoleta. Los espectadores tendrán otras dos oportunidades para verla, el 19 y el 21, otra vez en el Recoleta y en el Gaumont, respectivamente. Más allá de narrar la vida de Paola Gaviria, Virus Tropical es más que una cinta de coming of age; más bien resulta una película sobre la disolución de los vínculos familiares y la reconstrucción de estos en nuevas relaciones, en el contexto de una sociedad bastante conservadora.

PowerPaola reside desde hace algunos años en Buenos Aires, epicentro de la movida comiquera hispanoamericana. Pero no se le pegó el acento porteño: viaja bastante y con ella su acento. Ni la distancia ni el moverse permanentemente la apartaron de la adaptación de su obra. Al contrario, llevó la dirección de arte y realizó cinco mil dibujos que sirvieron como base para la animación del largo. Un trabajo agotador que, asegura, la modificó como dibujante y le enseñó cómo hacer cine.

–¿Cómo fue el proceso de adaptación de la novela gráfica al cine?

–Pues fue bien interesante, porque Carlos Enrique Lozano, mi ex esposo, fue el primer lector cuando estaba haciendo la novela gráfica y me parecía lógico que él hiciera el guión. Además había cosas que podía añadirle, sabía que iba a ser súper respetuoso con la historia y hubo recortes que hizo que me parecía que estaban bien. Además, de alguna manera yo quería que fuera otra cosa. Fiel a la novela, pero otra cosa. Santiago Caicedo, el director, estaba de acuerdo y de hecho no quería conocer a mi familia para que eso no influyera en su manera de componer los personajes. Él quería que fueran personajes de ficción, decía que era mucho más sano. Y para mí también, me parecía mucho más interesante que se jugara más con el arquetipo de las situaciones, las familias, los personajes, que contar todas las particularidades, con todas las anécdotas, los tonos de voz. Era sano y para mí también liberador que fuera así y los personajes tuvieran vida propia.

–¿La preocupaba que el film fuera más “desnudo” que la novela gráfica?

–Es que para mí siempre la historia era más importante. Sí, busqué hacerlo lo más real posible, pero hay una manera en que uno se edita, cómo materializa las ideas. A mí me interesa eso en el arte. De hecho en Colombia un director me había propuesto hacerla con actores y eso me parecía fatal. Dije que no, tenía que ser dibujo, que en la película es súper importante el dibujo. Con Santiago nos une eso porque él también es artista plástico. Adriana García Galán, que hizo la música, también es artista plástica y dibujante. Es una de las personas que más me empujó a dibujar. Los músicos, tanto Amadeo González como Las Malas Amistades, también son dibujantes. A nosotros nos interesaba que se notara la cosa plástica del dibujo, como si tuviera cosas del fazine, del espíritu del do it yourself.

–¿Qué tenía que cambiar y qué conservar en la adaptación?

–Queríamos ser muy fieles pero al mismo tiempo hacer otra cosa. Yo quería hacer otra vez los dibujos. Pasó mucho tiempo y mi dibujo ha cambiado también. Así que decidí hacerlos otra vez yo sola y me di la libertad de hacerla con muchos materiales diferentes.  Ya no Rotring sobre papel como en la novela, sino tinta, lápices, marcadores, lo que sea. Y escaneaba no en escala de grises, sino como salía. Entonces el papel se ve medio amarillito. Cuando hice el libro era la primera vez que me enfrentaba a algo así largo, entonces necesitaba esos límites. Con la música era muy difícil pagar los derechos de autor a todas las canciones de mi adolescencia, y Adriana empezó a hacer una música de cero. Y esa canción del final, la escucho y es su mirada de mi historia, así que eso me conmueve y me parecía lindo porque la misma historia que tiene que ver con los vínculos familiares se traslada al proyecto de la vida con amigos. Que es un poco cómo se construye una familia que uno escoge.

–En 2011 decía en una entrevista que Virus Tropical habla de la disolución de los vínculos. Ahora habla de construir otros nuevos.

–Sí, y estos son decididos. Una decide con quién quiere seguir creando, compartiendo, haciendo cosas. Cuando salió hacer la película con Santiago supe que no podía ser con nadie mejor. Porque tenía que ser alguien muy cercano, muy respetuoso con mi trabajo y que no viniera a decirme “no, no pueden fumar los médicos porque esto tiene que vender”. Sino que estuviera en la misma energía de hacer algo que nos guste mucho y no pensar si esto lo van a comprar o se va a vender, o hacer taquilla. Ya con los premios ganados podíamos hacer la película que quisimos. Esa energía no se hubiera logrado con otra gente.

–Hay una escena donde usted/su personaje se le planta a la madre y dice “necesito hombres en mi vida”.

–(Se ríe) ¡Sí! Es que estudiaba en un colegio de mujeres, vivía con mujeres, me costaba mucho trabajo relacionarme con hombres, y me cuesta. Hay unas maneras que tenemos las mujeres que yo trato de trasladarlas a los hombres y obviamente no funcionan.

–La escena del debut sexual en el libro tiene un lugar predominante. ¿Por qué aquí apenas está?

–Pues eso se lo tiene que preguntar al guionista. Claro que yo opinaba, pero no me pareció mal que la atención esté puesta en la otra relación que en esa. En ese final pasan muchas cosas también. Por otro lado, así como yo aprendí a hacer una novela gráfica haciéndola, nosotros aprendimos a hacer un largometraje haciéndolo. De hecho al comienzo la animación no es tan buena, va mucho más lenta y va mejorando en el camino. Lo mismo pasa en la novela gráfica.

–En lo gráfico se ve esa consolidación en sus historietas posteriores.

–Puede ser. No voy a mentir que no sé dibujar “bien”. Era un dibujo de ese momento de mi vida y le tengo mucho cariño. Otros los veo y digo “ay, no, qué porquería”, pero a ese siento que fui llegando. No quería ser realista, sino buscar mi voz también en la línea, el lenguaje. Fue una decisión y como yo venía de las artes plásticas tenía la libertad de dibujar de manera no realista, porque si no para eso hago una fotonovela. No me interesaba, así como lo que más me interesa de lo que leo no es el realismo en el dibujo, sino que tenga personalidad. De hecho me gusta el dibujo punkie, medio primitivista, los mal hechos y donde hay una necesidad de expresarse antes que mostrar virtuosismo. En la música también tengo más afinidad hacia eso. No me deslumbran, no me conmueven las cosas tan bien hechas.