La elección de una carrera junto con el denominado "descubrimiento de la vocación" son cuestiones que suelen acarrear tremendos problemas y angustias a los adolescentes y sus familias. El tema no es menor habida cuenta del valor que para un joven representa la posibilidad de insertarse en el mercado de trabajo con una tarea que le reporte satisfacciones no solo materiales. Por alguna razón ambos andariveles ‑vocación y demanda laboral‑ suelen presentarse escindidos, como si trabajar en alguna tarea gratificante fuera una quimera solo reservada a ciertos privilegiados ‑artistas, superdotados, genios‑.

Hace ya largo tiempo que la psicología laboral advirtió que el nivel de rendimiento del trabajador aumenta en forma proporcional a la satisfacción y el compromiso que la persona deposita en su trabajo, de manera que algún malentendido está operando cuando el entorno de un joven estimula o desestima posibilidades laborales en función de un abordaje excluyente según el cual "o ganás guita o hacés lo que querés".

Por empezar, denunciamos que detrás de este malentendido existen perniciosas idealizaciones. La primera ronda en torno al tema de la vocación: salvo excepciones ‑no necesariamente honrosas‑ no se nace con una vocación, la vocación se construye en base a un recorrido vital cuyo eje pasa más por el ensayo y el error que por una intuición certera e iluminada.

En otros términos: hay que salir a la cancha, conocer el paño, embarrarse para así entrever cuáles son los resortes subjetivos que agitan una vocación o un horizonte de trabajo. Por otra parte, flaco favor le haríamos a nuestros jóvenes si desconociéramos el lugar que a la contingencia le toca cuando de elegir un destino se trata: ¿Habría existido el psicoanálisis si Freud hubiera contado con dinero para dedicarse a la neurología? ¿Hablaríamos del Che si Ernesto Guevara no hubiera sido asmático? Y ¿qué de Paco de Lucía cuyo padre le impuso bajo amenaza el estudio de la guitarra?

Para decirlo con una frase que ya pertenece al acervo popular hispano parlante: solo se hace camino al andar; porque si hay algo difícil en la vida es saber qué es lo que se quiere con lo que se quiere. Casi a diario constatamos en la clínica el doloroso testimonio de sujetos que, ya adentrados en años, advierten que durante toda su vida no han hecho más que trabajar para conformar el deseo y las expectativas de algún otro. ¿Es que abogamos por una trasnochada elección que desconozca la urgencia por el dinero, la importancia del reconocimiento económico, la plausibilidad del éxito o mucho peor aún, que exacerbe la poética idealización de la pobreza?

Nada de eso. Decimos que para lograr bienestar en la vida ‑y no solo éxito en el trabajo‑ hay que estar con los pies en la tierra, con el corazón caliente pero con la cabeza fría y para ello es menester restar presiones. "No teman a los errores: no existen", decía Miles Davis, que era músico y sabía deslizar el sonido de su trompeta al tempo adecuado: a los diecisiete años lo peor no es equivocarse, sino estar inhibido.

* Psicoanalista. Este texto anticipa la intervención que el autor de la nota tendrá el sábado 21 de abril en la Facultad de Ciencias Médicas de la UNR, en el marco del Curso de Posgrado Clínica Interdisciplinaria con Niños y adolescentes cuya dirección está a cargo de Viviana Roldán.