El mito existe para poder narrar y dar nombre y, hacia 2005, la historia cuenta que cualquier grupo de amigos con afinidades cercanas que quisiera sembrar una banda, hallaba terreno yermo, tierra arrasada, un imposible en términos de cualquier futura cosecha. Pero ocurrió lo impensado: de las ruinas del rock y sobre el dolor indeleble de la masacre de Cromañón, desperdigados por La Plata y el sur del conurbano, entre clausuras y caza de brujas, un par de amigos empezó a darle vida a lo que, pasada más de una década, se le conoce como indie -o indie cabeza, en esa mezcla de rock barrial y rock alternativo, las dos grandes tribus de los años ‘90-, un nuevo modo de hacer y ser rock nacional. 

Con la idea de que en realidad no hay un punto de partida determinado ni, mucho menos, faja de clausura, el periodista de rock Nicolás Igarzábal acaba de presentar su segundo libro, Más o menos bien (publicado por la editorial Gourmet Musical), en el que se apropia de la frase de Él Mató a un Policía Motorizado, para definir una época, una escena y, a la vez, algo que marcó un camino para los que vendrán. “Más o menos bien es lo que más repitieron las más de 30 bandas y todos los entrevistados”, explica él, acodado en una mesa de Kentucky, cerca de aquella en la que entrevistó a muchos de los protagonistas de la movida indie de la que los motorizados son el emblema.    

Parte de una cultura común, nacidos en los ‘80, criados en los ‘90 y emergentes de los 2000, del Fotolog y el MySpace a Bandcamp y Spotify, “influidos por la cosa galáctica, el cosmos, las películas de terror, las de acción de los ‘80 y Los Simpsons”, escuchando bandas como El Otro Yo, Babasónicos, Fun People o Los Brujos, pero también cosas populares y barriales como Los Redondos, La Renga o Los Piojos, los protagonistas vinieron -sin proponérselo o sin declamarlo- a mojarle la oreja a los que veían muerto al rock nacional. Pero también a cambiar un paradigma. “Esta escena rompió con la pose del rockstar, y con el paradigma del éxito que implicaba que una discográfica te descubra, esto marcó un nuevo camino: ser independiente ya es la norma y no la excepción”, explica Igarzábal sobre su objeto de estudio, al que eligió por una lógica irrefutable: es parte de esa generación y no quería que esa escena fuera recuperada con los años, sino que buscó darle sentido mientras el fenómeno ocurre. Toda una aventura de carácter enciclopédico y, a la vez, “de nicho”. 

-¿Cómo hiciste el recorte y definiste a quién meter y a quién dejar afuera?

-Fue difícil. Él Mató era la cabeza, pero después creció tanto Los Espíritus que era la segunda cabeza. Tomé algunos parámetros: las más convocantes, las más profesionales en cuanto a cómo sonaban…

-Que es bien subjetivo…

-Sí, de cómo suenan y su calidad musical. Y el tema de la edad, que sean entre 20 y 35 años. Puede haber algún referente de 40 años, pero poco. Y también que estuvieran juntos en un ambiente, el Festipulenta, Zaguán, Matienzo, Tío Bizarro, que compartan sellos -Laptra, Oui Oui, Cincope, RRR- y espacios. 

-Como dice Shaman Herrera en el libro, ¿para vos también La Plata de los 2000 era como estar en Chicago en el auge del blues?

-No sé si es tanto, pero es innegable que se armó una escena con Él Mató, 107 Faunos, normA, La Patrulla Espacial, un caldo de cultivo para lo que fue el indie y es hasta hoy. Desde 2005 y que explota mucho para 2008. 

- ¿Y todo aquél que queda afuera no es parte?

-Yo entrevisto y hablan todo el tiempo unas treinta bandas, luego aparecen lateralmente otras que no me parecen tan importantes y después están las que dejé afuera porque no entraban más o porque cambiaba la historia que quería contar: por diferencias de edad, ciudades distintas o estilos. Por ejemplo, Acorazado Potemkin, que es parte de esa escena, pero es más rock clásico, con tipos más grandes y referentes de otras bandas, me encanta, pero la dejé afuera porque no dialoga tanto generacional y estéticamente con las otras. 

- ¿Hay toda una definición estética para decir qué es indie?

-Sí, y muchos de ellos no saben qué es.

- ¿Y para vos?

-Lo de la estética es lo que más coincide: hacer lo que podés con lo que tenés, sin ser berreta, pero arreglártelas con tus recursos. La mayoría arrancaron así, como Prietto viaja al cosmos con Mariano, que graba en su casa con un grabadorcito y termina pegándola en México. Y Él Mató, que graba el primero y la trilogía con algo que suena muy chiquito, pero que suena bien, lo que Shaman -que los producía- definió como “low-fi con gloria”, como algo épico. También una cosa minimalista en el vestuario, se visten así nomás, sin mucho armado. 

- ¿La independencia de los grandes sellos es algo que se da por sentado?

-Sí, claro, e incluso en el libro queda establecido que ya no hacen falta las discográficas que te descubren y editan. 

-Pero también hay quienes hoy le llevan su demo a Laptra…

-El Gato de 107 Faunos me dijo: “No queremos editar bandas, queremos que cada quién arme su propio Laptra”.

- ¿Y la diferenciación entre espontaneidad y técnica cómo aparece?

-Está muy presente, vinculado a la pureza de las grabaciones caseras. Esa idea que defiende mucho Javi Punga, los low-fi ortodoxos, y que antes, como antecedente en los ‘90, era Perdedores Pop. No les interesa grabar en ION ni en Panda, nada.

-Y otras que podrían ser indie para muchos o según otras etiquetas, como Onda Vaga o Banda de Turistas aparecen como algo que este sector del indie no quiere ser, ¿qué diferencia ves?

-En el sonido. Son independientes -aunque Banda de Turistas ya no, porque está con PopArt-, pero a las bandas que están con sellos grandes no las tengo en cuenta. Otra que tomé y que no es indie de guitarras, sino más hard rock, es El Perrodiablo: aunque es distinta, toca en los mismos lugares y sellos, es parte de la movida. 

-Tiene su capricho y argumentación el libro, el que no le guste que haga el suyo…

-Claro, aunque a veces me reclaman porque no está alguna y otra sí. Pero ya lo sabía. Si se lee como una continuidad, y con estos parámetros, tiene su lógica. Hace poco una amiga me reclamó que pusiera a Las Sombras, pero bueno, para mí no se parece tanto, no convoca tanto y no me parecía. También puse algunas más chicas y nuevas como Las Piñas o Las Armas Buenos Aires, para mostrar que sigue la movida. 

-Y lo que sigue surgiendo replica el modo de Él Mató…

-Sí, hoy hay bandas que los tienen como referentes y tratan de copiar ese modelo. Les pasa a Bestia Bebé o a Las Ligas Menores, que están buenísimas. Estamos en etapa de transición entre un indie que busca ser de estadios, como Los Espíritus que llegaron al Malvinas en 2017, o Él Mató en el Microestadio Atenas, ahora.  

- ¿Qué cambia en el sonido y espíritu de ellos ante el estadio?

-Nada, lograron amoldarse sin cambiar su esencia. Suenan cada vez mejor, sus discos son cada vez más profesionales, lo mismo sus puestas en vivo. 

-Crearon su propio mercado…

-Pasó del nicho pequeño a todo el país.

El enfoque de Igarzábal incluye el hecho de que el indie ambién sedujo al universo de lo llamado comercial. Lo tomó PopArt, que armó Geiser, y a diferentes artistas que venían del indie más ajeno a la movida de las discográficas mainstream, como Viva Elástico, que es muy abarcada en el libro. Y otros se resisten y siguen haciendo su propio camino por otro lado. Un detalle: J. el líder de Los Planetas, una banda de indie español que es señalada como referencia por muchas de las representantes del indie que están en el libro, dijo hace poco en una entrevista que “el indie ha acabado siendo la nueva música comercial”. Cabría aún diferenciar si comercial es por lo masivo, por lo aceptado e incluido en festivales y espacios más grandes o qué. Sigue, quizás sea mejor así, indefinido.