El vidrio escrito supone una problematización del espacio. La palabra que oficia de panfleto, de protesta destemplada y espontánea que podría improvisarse sobre una pared cualquiera, habla de un corrimiento. Ese que Lisandro Rodríguez realiza para pensar el escenario como el lugar donde va a acontecer una ficción y como el territorio real de una institución pública que deberá ser cuestionada. 

En ese límite incierto se construye Fassbinder. Todo es demasiado, como un ensayo sobre el autor alemán. Una dramaturgia que se escapa para integrar fragmentos de escenas que hablan de esa Alemania descuartizada por el nazismo. Un país que exige a la generación siguiente, a escribir, a hacer cine, a pensar cómo el Mal  pudo admitir una apariencia humana. Pero también una escritura teatral que no puede evitar hacerse cargo del presente de la escena, de entender que aquí está ocurriendo otra masacre que nos involucra a nosotrxs como espectadores o protagonistas de otro exterminio que parecemos obligadxs a naturalizar. 

Lxs intérpretes rompen la más leve certeza que las situaciones puedan contener. Carla Petrillo hace de la actuación una forma intrépida que desparrama e impulsa la experiencia amorosa, siempre enmarañada por el mundo del dinero, tan desoladora, con esa euforia que trae el horror, con ese tono siempre exaltado, entre la felicidad y la devastación que ofrecía Margit Cartensen en La libertad de Bremen. Horacio Banega opera como el narrador que viene a quebrar cualquier historia, que habla sobre los hechos con un ímpetu panfletario donde el dato político se suma a la biografía de Fassbinder. Todo lo que ocurría en las películas de Fassbinder era político. A esa sensibilidad que a veces se estiliza y en otras es brutal y cruda corresponde un drama social.  Si el realismo de Fassbinder se dejaba influenciar por el melodrama y el expresionismo, Rodríguez hace de los elementos reales, próximos, estructurales del Cultural San Martín, un campo burocrático a  intervenir. 

Dos escenógrafxs componen la imagen dramática como figuras inquietantes. Sofía Cobas Alé como una bella sombra que soporta su inexistencia en la trama pero a la que es imposible no mirar, y Norberto Laino con un gestus callejero que parece traer ese afuera al que apela la puesta de Rodríguez a partir de darle un protagonismo declarado a los recursos técnicos. 

En el extremo de la actuación, antes que esas instalaciones en miniatura propongan un paisaje, un recorrido, un lenguaje que se desentiende de los finales, como un alma que se ha roto en escena para investir otros pensamientos, otras formas de conectarse con el hecho teatral, Carlos Defeo se convierte en Fassbinder o en cualquiera de sus personajes. Sostiene un estado que evoca la risa rabiosa del que implora el amor, del descolocado, del ser que se sale del mundo. Todos los personajes tienen ese destierro en los ojos y en la palabra. Invocar a Fassbinder es, en esta obra, hacer de sus criaturas hombres y mujeres perdidos en las dependencias públicas, que quieren actuar y entonces recurren a sus guiones, a sus obras de teatro, a su biografía para convertirlas en una suerte de manifiesto teórico y político. Una corriente sensible en la unión de escenas que muestran momentos desconsolados y radiantes donde los personajes se proponen algo tan iracundo y noble como es el amor dentro del capitalismo, cuando el dinero es un aliado o un enemigo, cuando el deseo también es un animal enfermo.  

Hay algo que se desvía siembre en Fassbinder. Todo es demasiado, un conflicto que escapa a la escena, que obliga al público a entrar al escenario para indagar o para escribir en el vidrio. La invocación llama a una acción en presente. Y

Fassbinder se presenta los jueves a las 21 y los viernes y sábados a las 21.30 en el Centro Cultural San Martín. Sarmiento 1551. CABA.