La derecha pega de lleno en la bolsa. Lo sigue un gancho abajo con la izquierda. Luego, esboza una leve sonrisa. Se vuelve a poner serio. Muestra el cinturón de campeón argentino. Lo levanta, lo baja. Y por fin termina el martirio. Alberto Melián no disfruta la sesión de fotos en su casa, el gimnasio debajo de la tribuna en el estadio de Argentinos Juniors. “No sé que cara poner, ni qué hacer, no sirvo para modelito”, dice entre risas. Y agrega: “Igual tengo que aprender, de a poco le voy a ir agarrando la mano”. 

Todo cambia cuando Impacto, como le pusó un juez de la Asociación Argentina de Boxeo porque no tenía apodo, se sienta en el banco de suplentes del Diego Armando Maradona. Ahí se relaja y se adentra en una charla que refleja sus orígenes. Atrás quedó eso de convencer a sus padres para ser boxeador, los 700 pesos que cobraba hace diez años en el Cenard, los dos Juegos Olímpicos que lo tuvieron como protagonista del equipo argentino y su debut como profesional. Ahora, sueña en el barrio con seguir creciendo firme. Porque a Impacto no le atraen las luces de la fama, él va en búsqueda del éxito con los pies en la tierra.

-¿Cuando empezaste a ir a la cancha?

-Toda la vida. De chico era complicado conseguir entrada. Teníamos que hacer quilombo no más. Después en el año 2009 lo conocí a Pablo Jimenez, empezamos a venir juntos y nos hicimos amigos. En ese momento él daba clases de boxeo en un centro de jubilados y ahora, cuando dejé el seleccionado, me empezó a entrenar. 

-No sos jugador de fútbol pero te das el gusto de entrenar en la cancha de Argentinos. ¿Cómo es entrenar todos los días en el club del que sos hincha? 

-Esta es mi casa. Hace un año que Pablo armó el gimnasio debajo de la tribuna con la ayuda de su primo, César Jiménez, que es el abogado del club y nos ayuda en todo. Me cambió en el vestuario, podemos correr en la cancha, me dan una llave para quedarme y usar las instalaciones cuando necesite. Obvio que no voy a agarrar una pelota y ponerme a patear, siempre respeto el lugar. Entrenar en el club que amo no tiene precio.

-¿Cómo fue la decisión de abandonar el colegio a los 15 años?

-Yo como entrenaba, iba al colegio Vieytes de La Paternal a la noche. No era una buena junta la que tenía ahí. Iba de 6 de la tarde a 10 y media. Y cuando salía, los pibes se quedaban ranchando, fumando o tomando algo. Cuando vi esas cosas, pasó una semana y le dije a mi vieja que me quería enfocar al ciento por ciento en el boxeo. Empecé a correr a la mañana y después al gimnasio en la Federación.

-¿Y cómo hiciste para convencer a tus viejos?

Lo tenía decidido, pero es una edad muy complicada. Los amigos, las salidas, las juntadas, muchas cosas tenés que dejar de lado. Pero por suerte tuve a mis viejos que me acompañaron en todo. Cuando faltaba o me mandaba alguna, estaba mi mamá para encaminarme. Siempre la respete un montón. Me acuerdo que mirábamos veladas los sábados y peleaba el hijo de Julio César Chávez, que el padre peleó con papá. Él había dicho que le dio diez combates al hijo para ver si era bueno o no. Aproveché ese día y le dije al mío que me dé diez peleas. Igual, después que hice la primera ya me metí y sabía que era lo mío. Cuando me inicié en la Federación el único que tenía 15 años era yo.

-¿No soñabas con ser jugador de fútbol?

-Al fútbol jugué hasta que me cansé. De chico estaba en cinco clubes al mismo tiempo. Los fines de semana prácticamente con la pelota. Pero llegó un momento que no quise ir más. Me pasaban a buscar por mi casa y me pedían que volviera. En ese momento mi familia no estaba bien económicamente y me regalaban ropa o botines. Yo no quería saber nada, me gustaban las piñas.

Mariana Hernández Roque

-¿Cuando empezó ese amor por las piñas?

-En el secundario me peleaba siempre afuera. Imagínate que me críe en un gimnasio cuando mi viejo entrenaba, tenía una idea de boxear. Aunque en la calle es diferente. Una vez caí a casa con la nariz sangrando y me cagaron a pedo. Ese momento fue cuando decidí que iba a dedicarme a esto. Mientras dejaba el fútbol y me cagaba a piñas a la salida del colegio, el boxeo fue mi salida. Me ayudo un montón para tener una meta en la vida.

-¿Qué te acordas de esos primeros días entrenando?

-A los 15 años me anoté en un campeonato argentino sin ser boxeador. Arranqué a entrenar en febrero y en junio/julio ya estaba peleando. El primer día que fui a la Federación guanteé, después ya empecé a caminar, a pegarle a la bolsa. Eso es todo un proceso. Hay gente que necesita un mes de entrenamiento para empezar a hacer esas cosas. Yo me adelante. Y si bien perdí la primer pelea contra un invicto, en mi cabeza estaba enfrentarme a los mejores.

-¿Por qué crees que te adaptaste tan rápido?

-Yo creo que por la sangre. La sangre de mi viejo siempre me tiró para pelear. Era un bebé cuando él era profesional, pero me miré todos los videos. Por suerte, siempre la gente me vino a hablar muy bien de él. Eso lo respeto mucho.

-¿Alguna vez alguien del barrio te quiso buscar para pelear?

-No, al contrario. Ya por el hecho de ser deportista cómo que tenés un respeto. Prácticamente no me junté en ningún lugar del barrio, pero todos se sienten identificado conmigo. Que un pibe como ellos, entrena y boxea para llegar a ser alguien. Cuando arranqué, lo primero que hice fue ponerme en el pantalón “La Paternal”. Yo me encaminé por el lado del deporte porque era para lo único que servía ¿Me entendés? En el colegio solamente me iba bien en Educación Física. Ahí tenía un 10 y en las otras un 5, 4, 3, 2 o 1. Si me sacaba un 6 mi vieja me hacía un regalo (se ríe). 

-Tenés un hijo al que quizás podés darle ciertos gustos ¿Cómo te manejas con eso?

-A mí nene trato de darle lo mejor, no es que le doy una gran cosa. Pero siempre que tengo una platita, le compró algo lindo que necesite. Lo llevó a un buen jardín, tiene una buena obra social. Aunque lo más importante es compartir con él.

Mariana Hernández Roque

-Tenés un hijo chiquito. ¿Qué le dirías si a los 15 años te plantea que quiere dejar el colegio para boxear? 

-Hoy en día creo que el boxeo está más visto como un deporte. Antes quizás muchos pensaba que eran solo dos tipos cagándose a piñas arriba de un ring. Es muy común ahora ver nenes entrenando. Creo que en vez de tratar de decirle a tu hijo que no haga las cosas, hay que apoyarlo. Brindarle lo que se pueda para que en lo que haga se desarrolle. No importa que sea boxeador, skeater o panadero. Ahí tengo el ejemplo de mi mamá.

-Al gimnasio vienen muchos chicos que ven en vos un ejemplo por cómo surgiste y de dónde venís ¿Cómo te llevas con ese rol?

-Ojalá que pueda transmitir ese mensaje con el ejemplo. Acá en el gimnasio vienen muchos chicos que tienen más oportunidades y otros que no. Yo no soy de hablar mucho, pero siempre Pablo agarra y les dice a los chicos de donde vengo, lo que me costó llegar hasta acá y lo que me falta por crecer. La verdad es que no me doy cuenta de lo que hago. Fui a dos Juegos Olímpicos, salí campeón argentino, pero para mi es lo mismo. Me levanto, entreno y miro el camino que tengo que seguir para no bajar los brazos. La alegría me dura un día o dos. Prácticamente hay cosas que no las disfruto al ciento por ciento, no se cuando las disfrutaré. Quizás cuando sea más más grande.

-Abrís el celular y tenés un video de Maradona que te manda un saludo ¿Cómo fue eso?

-No, una locura. Tengo un amigo, Maxi, y por intermedio de él conocí a este pibe, Lucho, que tiene una empresa de empanadas. Él me agarra y me dijo que me quiere dar una mano en el boxeo. Que ahora que voy a pelear en Argentinos, quería que Diego me mandará un mensaje. Yo lo escuche, pero viste como es, de ahí a que sea verdad. A la semana, estoy manejando y me llega un whatsapp. El celular se me había roto y estaba usando el celular de mi nene. “Mirá lo que te conseguí” y la primer imagen que aparece es la del Diego. Frené el auto, me bajo, me siento en el cordón y pongo el video. Sabes como lloré. Maradona me estaba mandando un saludo, me estaba diciendo que dejé todo por los colores argentinos. Yo no lo podía creer. Se lo mandé a mis amigos y me decían “es como que me está mandando el saludo a mí”. Te lo cuento y me emocionó. Después a los tres o cuatros días me llega un mensaje de (Néstor) Ortigoza. Otro crack. Yo siempre lo nombraba “quiero boxeador como juega Ortigoza”. Es mi ídolo. Este Lucho después le paso mi número, él se lo pidió. Empezamos a hablar y hoy en día nos mensajeamos. Re buena onda, un pibe re de barrio. Muy sencillo.

-Ortigoza dijo en Enganche que su sueño era comprarle la casa a sus viejos y que pudo cumplirlo ¿Ese es el tuyo también?

-Creo que ese es el sueño de todo deportista. Yo creo que me quedó corto comprándole una casa a mis viejos con todo lo que hicieron por mí. Sería hermoso. Pero creo que lo más importante y mejor para ella sería acompañarlos siempre, como hicieron conmigo. Me acuerdo cuando estaba preparándome para los Juegos Olímpicos de Río, hacía un frío y yo estaba corriendo a la noche acá en la Plaza Irlanda. Estaba bajando de peso y corría todo abrigado, cagandome de frío. Pasaba y veía a mis viejos al lado. Los dos ahí firmes. Y siempre fue así.

-Fuiste campeón por primera vez en Villa Dolores, el mismo lugar donde fue campeón tu viejo. Ahora, el próximo 26 de mayo vas a pelear en la sede de Argentinos Juniors ¿Qué esperas de ese combate?

-Eso va a ser una locura. El día que debuté, la Federación estaba llena. En Villa Dolores también se agotó. Y ahora acá en Argentinos no sé como van a hacer para meter a toda la gente. Calculo que va a estar lleno. Desde que tengo 16 años que entró con la camiseta del Bicho a pelear. Son mis colores.

-¿Conocés algún lugar mejor que tu barrio?

-Ahora estoy viviendo en otro lado, pero siendo amateur viajaba por todos lados y concentraba un montón. Y siempre que volvía a La Paternal, no importa si eran las cinco, tres, o una de la mañana, le decía a mi vieja para ir a dar una vuelta por el barrio. Ningún lugar en el mundo es mejor que este. Villa Dolores también es muy importante para mí. Yo hacía trabajos con un psicólogo para manejar la ansiedad y me decía que vaya mentalmente a donde este tranquilo y feliz. Siempre elijo alguno de esos dos lugares.