Nada produce más extrañeza que adentrarse en la creencia de lxs otrxs. Casi nunca tiene sentido mirada desde afuera, y quizás menos cuando involucra a un hombre de larga barba blanca con aires apostólicos posando junto a su colección de Rolls Royce, o con un Rolex de diamantes en la muñeca. Salido directamente de un país que explota de pobreza, y disidente en su propia tierra –en parte por repudiar el culto de la pobreza y elegir en cambio la buena vida sobre la tierra, además de hacerse de recursos económicos de origen sospechoso–, Bhagwan Shri Rajnish se mudó con sus seguidores al estado de Oregon a principios de los ochenta después de haber comprado una cantidad impresionante de tierras. En poco tiempo levantaron un pueblo que incluía un lago artificial, una represa, cantidad de casas particulares, calles, tendido eléctrico, cañerías y un tinglado gigante en el que los seguidores del Bhagwan (que no se llamaría Osho hasta unos años después) se reunían para cantar y meditar. Para escuchar al maestro no, porque el voto de silencio lo convirtió en una figura lejana y mítica en vida durante los años que duró la aventura en Oregon. Claro que a los oregonianos de gorra con visera y rifle en la pared no les causó ninguna gracia la presencia de multitudes vestidas de rojo que, eventualmente, hasta quisieron formar parte del gobierno estatal.

Wild Wild Country es la nueva serie documental de Netflix que en seis episodios de una hora aproximadamente reconstruye la corta vida de Rajnishpuram, una comunidad religiosa crecida como un hongo en el medio de Estados Unidos. Desde el comienzo de una actividad febril de excavadoras, sembradoras y una fuerza humana sonriente vestida de rojo hasta el abandono como pueblo desierto, toda la aventura de Rajnishpuram tiene el aire delirante y magnífico de una de esas empresas que solo la confluencia del dinero y la creencia alucinada puede generar. La serie, producida por los hermanos Duplass y dirigida por otro par de hermanos, Chapman y Maclain Way, está armada en base a testimonios de muchos de los protagonistas de la aventura y a material de archivo tan abundante que en algún punto sorprende que este documental no haya existido antes. Es que por un lado Ma Anand Sheela, secretaria personal y mano derecha de Osho, Jon Bowerman, abogado de la comunidad, y tantos otros están vivos, lúcidos y dispuestos a contarlo todo; por el otro, los miembros de Rajnishpuram dieron tantas entrevistas a la televisión y participaron en tantos programas (incluso talk-shows), que Wild Wild Country tiene por momentos el aire de un reality retrospectivo.

Había drama en abundancia: los vecinos del pueblito de Antelope, el único cercano, querían a los rajnishes afuera del país, mientras que los habitantes de Rajnishpuram creían que podían ampararse en la Constitución de Estados Unidos, la tierra para todos los hombres libres. A medida que el conflicto se hace más violento cobra protagonismo en el documental la figura de Ma Anand Shila, la mujer que fue jefa de la comunidad en la práctica y no vaciló en comprar armas, hacer fuck you en la tele y hasta investigar modos posibles de asesinar discretamente. El silencio de Osho le permitió, al parecer, mantener el aura de santidad mientras Shila se convertía claramente en la villana, y una bastante exaltada. A través de ella y de los que trabajaron para construir y sostener el mito del Bhagwan, Wild Wild Country se trata no solo de la disputa territorial entre dos modos de vida enfrentados sino también de esa materia difusa, pero cuyos efectos en la vida de muchos son tremendamente concretos, que es un mito (la secuencia de la muerte de Osho, en ese sentido, es impresionante). Y de cómo necesitó, como tantos otros mitos, tener a un varón distante que se dejaba adorar mientras una mujer hacía todo el trabajo.