Gerardo Morales sostuvo esta causa durante siete años a capa y espada. Mientras ocurría el escrache, sin una sola prueba, él ya sabía que Milagro Sala había organizado todo. Se los dijo a todos los presentes. “A ustedes los manda Milagro Sala”. Así lo recordó la defensa de Milagro en el alegato. Un año después, Morales encontró e incorporó a los únicos dos testigos de cargo: René “Cochinillo” Arellano y su esposa Cristina Chauque, las únicas personas que dicen que Milagro les ordenó concurrir a la manifestación. Hasta comienzos de este año, la líder de la Tupac Amaru estaba imputada por daños agravados y amenazas simples. Su defensa pidió la prescripción de las amenazas, que tienen dos años como máximo de pena. El TOF 1 aceptó. La fiscalía no se opuso. La querella apeló. La Sala IV de la Cámara de Casación Penal levantó la prescripción con una decisión escandalosa: consideró que Milagro Sala podía resultar acusada por delitos más graves de los originales y que, por lo tanto, el juicio debía continuar. Allí nació la figura de las amenazas agravadas y coacción con un máximo de 4 años, que sumado a los 4 de daños agravados, impiden la prisión en suspenso y dan los ocho que pide la querella de Morales.

Muchos años atrás, cuando esto era otro país, a comienzos de 2012, las causas por crímenes de lesa humanidad de Jujuy no avanzaban. Luego de una denuncia del Ministerio Público Fiscal, la Corte Suprema ordenó la emergencia judicial y nombró a un juez federal tucumano, Fernando Poviña, para hacerse cargo de las causas de Jujuy. Comenzaron los procesamientos. En abril de 2012 allanó al Ingenio Ledesma por primera vez después de 40 años. Y en noviembre procesó a Carlos Taddeo Blaquier por su intervención en los crímenes de la Noche del Apagón. El 24 de marzo de ese 2012, la Tupac Amaru había comenzado a acompañar a los organismos de derechos humanos en la calle. Las marchas encabezadas por las ancianas de las comunidades indígenas con sus humos y rituales reunieron a más de cien mil personas, tal vez entre las más numerosas del país. En los galpones de la Tupac se habían terminado de preparar, durante la madrugada, los primeros carteles de Blaquier con la gorra de militar. Y ese mismo año comenzó el primer juicio oral en esa provincia con las multitudes de la Tupac de vigilia en la calle, esperando con sus tambores de fiesta. Ese día, uno de los enviados del Consejo de la Magistratura de Buenos Aires tiraba cables por los edificios, contrareloj y apurado, para conectar una video conferencia. Necesitaba evitar cualquier excusa que frenara nuevamente el comienzo del juicio, como un repentino malestar entre los acusados. Había varios funcionarios judiciales presentes.

–¡Ayyy doctor –se le quejó el presidente del TOF de ese momento, René Vicente Casas– ¡Qué me dice de estas hordas salvajes que han atacado al doctor Blaquier! 

El día de la sentencia, otro de los jueces se le acercó a Milagro al oído. “No tengas ninguna duda –le dijo– que si esto pudo hacerse, fue por vos.”

La misma Sala IV de la Casación que este año obligó a que continuara un juicio que hasta los jueces jujeños daban por prescripto, en abril de 2015 le obsequió el desprocesamiento a Carlos Taddeo Blaquier porque entendió inocuo el aporte de sus camionetas para los traslados, los secuestros y desapariciones de los prisioneros del ingenio Ledesma. Aquello fue una apuesta original. La Sala IV se metió de prepo en el análisis de pruebas que debían ser observadas durante el debate oral, con todas las partes presentes, en una sala, pero también probablemente con esas calles en vigilia permanente. Esta vez, no hicieron nada distinto. En doce horas, luego de una audiencia, emitieron un dictamen express para reponer un castigo desplazado, ahora contra la ocupadora de las calles.