El debut de Natalia Lafourcade en el Gran Rex cumplió con todos los requisitos del caso: entregó un concierto extenso, contundente y emotivo frente a un teatro repleto y recibió una ovación tan grande cuando se retiró del escenario que no le quedó otra opción que salir a cantar otra canción. Sola con su guitarra acústica, la cantautora mexicana le dio lugar a las palabras antes de interpretar, fuera de lista, la universal “María bonita”. “Esta es una canción de Agustín Lara, un maestro que me hizo despertar para cambiar el rumbo de mi trayecto, conectarme más con México y con el ‘folklor’. Desde que empecé a buscar en estos compositores todo empezó a funcionar mejor y me siento más honesta conmigo”, dijo ella, con la misma naturalidad con la que alguien le habla a sus afectos más cercanos. El nuevo rumbo al que se refiere Lafourcade tiene que ver con un acercamiento a un repertorio folklórico latinoamericano que comenzó con el disco Mujer divina: homenaje a Agustín Lara (2012), continuó con Hasta la raíz (2015) y se profundizó en los dos volúmenes de Musas (2017–2018), el disco que vino a presentar a Argentina antes de tomarse “un tiempo sabático” para descansar.

El concierto comenzó con una escena intimista: el bandoneonista argentino Gabriel Merlino y la voz de Lafourcade se cruzaron en una versión tanguera de “Recuérdame”, la pieza ganadora a “Mejor canción original” por la película Coco (2017), que la mexicana interpretó en la última edición de los Oscar. “Qué emoción estar en este escenario. No tuve el atrevimiento de imaginarme estar aquí parada. Es un regalo de la vida. Y sucede después de trece años de venir a tocar a este país. Buenos Aires me ha visto rota, enamorada, vulnerable y luminosa”, dijo luego y, sin más, se entregó a la música. Entonces, ya con toda la banda en el escenario, hizo “Mexicana hermosa” (de su autoría) y “Tú me acostumbraste”, de la cubana Omara Portuondo; y “Qué he sacado con quererte”, de Violeta Parra, todas incluidas en el disco Musas. Este trabajo, que le dio un vuelco relevante a su perfil artístico, contó en su registro original con la participación de Los Macorinos, dos guitarristas históricos (el mexicano Miguel Peña y el argentino Juan Carlos Allende) que acompañaron a Chavela Vargas.

En este caso, sin la presencia de Los Macorinos, Lafourcade estuvo escoltada por una banda potente que le imprimió nuevos arreglos a las canciones: un abordaje eléctrico, con guiños al britpop, sin perder la esencia folklórica y ancestral de las canciones. El público se mostró algo tímido al principio, pero explotó con “Hasta la raíz”, una bellísima canción de desamor que se convirtió en un himno para sus seguidores. “En la noche sigo encendiendo sueños para limpiar con el humo sagrado cada recuerdo”, cantó esta mujer de cuerpo diminuto y voz dulce e intensa. En esta misma sintonía amorosa, siguió con “Lo que construimos” (en versión reggae), “Ya no te puedo querer” y “Nunca es suficiente”, todas de Hasta la raíz.

Luego vendría el turno de un invitado, el cantante Abel Pintos. Entre aplausos, la mexicana y el argentino aparecieron de manera sigilosa en el escenario, se sentaron en dos sillas y cantaron a dúo “La llorona”, acompañados por el bandoneón de Merlino. Durante el concierto, la mexicana tuvo tiempo para jugar con dos niños de la platea en “Mi lugar favorito”, sentarse al teclado para tocar “No más llorar” y “Amor de mis amores” (de Agustín Lara), apelar a su canto más profundo en “Duerme negrito” –-”una canción que escuché desde la infancia”, dijo– y “Cucurrucucú paloma” (Tomás Méndez), pintar el paisaje de su pueblo en “Mi tierra veracruzana” y armar un verdadero baile con “Tú si sabes quererme” y “Ella es bonita”. “Es un momento muy especial de mi vida. Nos quedan dos meses de gira y después voy a parar un tiempo de tocar”, contó sin dramatismo. La mexicana atraviesa un buen presente artístico y, tal vez, entiende que la mejor forma de transitarlo es sin urgencias y haciéndole lugar al sosiego, algo poco habitual en artistas provenientes de la gran industria musical.