PáginaI12 En Gran Bretaña

Desde Londres 

“Hostile environment”. Con este lenguaje bélico, Theresa May definió la política inmigratoria británica cuando era ministra del interior en 2013. La política continuó cuando May reemplazó a David Cameron como primer ministro tres años más tarde luego de que los británicos decidieran en un referéndum separarse de la Unión Europea (UE). 

La amenaza inmigratoria fue una de las claves del voto por la salida de la UE: la política del “Hostile Enviroment” calzaba a la perfección. El Reino Unido tenía que crear un “ambiente hostil” para los inmigrantes ilegales promoviendo la denuncia de los ciudadanos y cerrándoles el acceso a alquileres, cuentas de banco, servicios médicos o educativos. 

Hoy esa política puede costarle la cabeza a la sucesora de May en el cargo, la ministra del interior, Amber Rudd, y tiene contra las cuerdas a la misma primer ministro. 

El escándalo estalló a mediados de abril cuando resultó innegable que este “hostile enviroment” se había convertido en un monstruo burocrático que se tragaba todo lo que encontraba a su paso. Unos 50 mil inmigrantes de la llamada “Windrush generation”, pilares de la reconstrucción británica de posguerra, se encontraban entre sus víctimas.

Entre fines de los 50 y principios de los 60, el Reino Unido abrió sus puertas a los inmigrantes de la Commonwealth (Mancomunidad de Naciones), organización creada para mantener un vínculo orgánico entre los británicos y sus ex colonias. Muchos llegaron a bordo del barco “Windrush” que terminó convirtiéndose en el apodo de una generación indispensable para el acelerado crecimiento económico de aquellos años. 

Casi siete décadas más tarde, muchos de los hijos del “Windrush” son amenazados bajo el “hostile enviroment” con deportación forzada a menos que muestren una kafkiana catarata de documentos para probar que son británicos. 

Fiel a su reacción pavloviana en estos casos, Theresa May negó primero el problema, después justificó la política (“tienen que demostrar que son ciudadanos británicos”), luego acusó a los laboristas (herencia recibida) para terminar ejecutando una penosa marcha atrás que aún no ha terminado.

A mediados de abril May le pidió disculpas a los 53 mandatarios de la Commonwealth reunidos en Londres. En el parlamento May y su ministra del interior, Amber Rudd, volvieron a disculparse (“we are deeply sorry”) y aseguraron que los afectados serían indemnizados por lo sucedido. ¿Cuántos son? Nadie sabe a ciencia cierta, pero se estima que unos 50 mil. La línea telefónica de emergencia abierta para lidiar con estos casos recibió en dos días casi 4 mil llamados.

En medios nacionales e internacionales vienen apareciendo historias diarias con estos casos. El clima intimidatorio es tal que, con frecuencia, las víctimas usan nombres falsos por temor a represalias. Esta es una breve muestra: 

 n “Albert Thompson”, que vino con sus padres en los 50, contrajo cáncer: el Servicio Nacional de Salud no lo trató porque no podía probar que era británico.

n Algo similar le sucedió a “Winston Jones” con el agravante que, atrapado en la red burocrática, terminó perdiendo el lugar que alquilaba.

n Renford McIntyre fue declarado inmigrante ilegal, perdió su trabajo, no tiene cobertura social y se convirtió en un sin techo.

En el Reino Unido no hay DNI. Con frecuencia se usa la licencia de conducir como alternativa, pero la prueba de identidad más sólida es el pasaporte. Muchos menores viajaban con el documento de sus padres, muchos nunca solicitaron un pasaporte, muchos no tienen un coche: la identidad burocrática se les evaporó en esos avatares. El Ministerio del Interior tampoco mantuvo un registro de los inmigrantes. La mayoría de los archivos de la época fueron destruidos durante una mudanza de oficinas del “Home Office” en Londres. 

En la Cámara de los Comunes el miércoles el líder de la oposición, el laborista Jeremy Corbyn, exigió la renuncia de la ministra del interior y el desmantelamiento del “hostile enviroment”. “La ministra dijo que a veces su ministerio pierde de vista que estamos frente a seres humanos. Sin embargo, cuando asumió, procuró endurecer esta política. Lo que tiene que hacer es asumir la responsabilidad por lo sucedido y renunciar”, dijo Corbyn. 

El mar de fondo es más turbio aún porque mezcla resabios de colonialismo arraigados en la sociedad con la política anti-inmigratoria seguida por los conservadores desde el estallido financiero de 2008, bajo la amenaza de una agrupación que los corría por derecha: el UKIP. 

Con la victoria de David Cameron en 2010, la inmigración y el tema europeo se volvieron de la noche a la mañana en herramientas centrales para invisibilizar el malestar social causado por el programa de austeridad de su gobierno. El ministerio del interior sacó a las calles camiones con posters gigantescos que rezaban: “In the UK illegally? Go Home or face arrest.” 

A corto plazo la estrategia fue exitosa: los conservadores fueron reelectos en 2015. La victoria consolidó el “hostile enviroment” y añadió la convocatoria a un referendo sobre la pertenencia británica a la Unión Europea. A la larga, aparecieron las consecuencias no deseadas de toda política gubernamental. 

En el caso del “hostile enviroment” ni los diarios con una agenda anti-inmigratoria dura se atreven hoy a defender un sistema que ofende ese principio social inculcado desde la infancia: “fairness” (ante un castigo o una privación los niños ingleses protestan con un “it’s not fair”: no es justo. Lo mismo dicen de grandes, como con el gol de la “mano de Dios” de Maradona). 

En cuanto a la UE y el referéndum, el tiro le salió por la culata a David Cameron que tuvo que renunciar cuando los británicos votaron a favor de abandonar la UE en junio de 2016. 

Por una de esas vueltas de tuerca de la política, la “hostile enviroment” ha empantanado aún más las negociaciones entre el Reino Unido y la UE por el Brexit. Entre los temas a resolver se encuentra la situación post-Brexit de los tres millones de europeos que viven en el Reino Unido (y del millón y medio de británicos en el continente). 

¿Les puede pasar a los europeos residentes en el Reino Unido lo mismo que a la “Windrush Generation”? Según Madeleine Sumption, directora del Migration Observatory, hay más de 200 mil niños nacidos en el Reino Unido de padres europeos “Los paralelos son obvios. En ambos casos el tema es tener los documentos para probar que uno tiene el derecho de permanecer en el país. Hoy debería ser más fácil porque estamos en un mundo tecnológicamente mucho más sofisticado y es de esperar que el registro del ministerio del interior sea más eficiente”, señaló Sumption al dominical The Observer. 

Guy Verhofstadt, responsable del tema del Brexit en el parlamento europeo, dejó en claro que la UE está preocupada por la suerte de millones de europeos. “El ministerio del interior británico se comprometió a venir al parlamento europeo a explicar el sistema de registro que se propone usar para ciudadanos europeos post-brexit. Veremos si ofrecen suficientes garantías”, indicó.

La negociación del Brexit funciona bajo un principio draconiano: hasta que no se acuerdan todos los puntos, no se ha acordado nada. En otras palabras, no hay tratado económico para la relación Reino Unido-UE post-Brexit si no se solucionan todos los temas. La negociación se ha complicado un poco más con el “Windrush”. La suerte política de May también: el próximo jueves, en las elecciones municipales, puede sufrir un fuerte voto castigo. No deja de ser una ironía que en estas elecciones podrán votar europeos residentes e inmigrantes caribeños que, con frecuencia, no se molestaban en ir a las urnas.