Una pirámide de cuerpos que intentan encastrar entre sí; piezas de Tetris en blanco y negro con bordes redondeados que no pueden quedarse quietos por la imposibilidad de encontrar una posición cómoda. Seres de género ambiguo con cabezas pequeñas y culos gigantescos trepan las curvas ajenas. Tal vez para fusionarse con el sujeto vecino, o quizás para utilizar la pendiente infinita de una espalda ancha como un trampolín para escapar lo más lejos posible del contacto humano. Con esa imagen tramposa, tan erótica como desoladora, comienza Perfect Hair, el libro que reúne varias historietas cortas de Tommi Parrish, joven artista de nacionalidad australiana. Un seudónimo sin certezas, que desconcierta a los lectores que necesitan saber si detrás del pincel se encuentra un hombre o una mujer. Ese interrogante también es parte de su obra.

Editado recientemente en Argentina por Hotel de las Ideas, las 78 páginas nos sumergen en un pijama party donde, sin importar la cantidad de invitados que irrumpan en la reunión nocturna en camisón y pantuflas, lxs asistentes se hacen uno con la soledad. El espíritu queer flota en los márgenes de las páginas como un polen de primavera rabiosa, despertando las alergias incontrolables de los mutantes que desfilan en zunga y toalla mojada por relatos donde la calentura está tan a flor de piel que las hojas pueden llegar a arquearse. Las viñetas de Parrish son piezas pictóricas que parecen salidas del atelier de David Hockney, aquel artista pop de los años 60 que producía tantas pinturas acuáticas que sus personajes corrían el riesgo de volverse anfibios dentro de esas piletas con agua color turquesa. Tal vez aún hoy sigan con las yemas de sus dedos arrugadas. Pero Tommi, historietita de Melbourne, jamás podría haber encerrado a sus personajes dentro de un museo. Los cuadros son imágenes fijas, momificadas; los dibujos de Parrish parecen desconocer la inmovilidad. Los cuerpos se mueven, se juntan, se desarman, se repelen y se vuelven a unir. Como una masa que se estira y estira sin cesar evitando el momento de descanso, buscando desesperadamente no aferrarse a una identidad estática. Los géneros también cambian, como si lxs protagonistas fueran muñecos que en vez de elegir sombreros, vestidos, pantalones y zapatos se zambullen en un armario donde los estantes están repletos de tetas, pitos, bultos y vaginas. 

“Mi género y el de mis amigos siempre está cambiando. Me aterra imaginarme viviendo una existencia que no sea así.  Creo que confundo falta de movimiento con estancamiento, confort con falta de desarrollo, y creo que ese miedo a la inmovilidad se manifiesta en la forma en la que escribo y pinto”, me explica Parrish, quien mudó su hogar a Canadá. 

EL TRAZO DESVIADO

Los dibujos que componen Perfect Hair son tan complejos como los estados emocionales enigmáticos de los personajes que deambulan por los bordes de las páginas, convirtiéndolos una y otra vez en tentadores precipicios. Los sutiles contornos a lápiz de las figuras pueden darse a la fuga mientras los objetos que componen el paisaje se vuelven abstractos como helados radioactivos que se derriten bajo un sol salvaje. De principio a fin del libro, sus protagonistas parecen estar desnudxs, incluso cuando se cubren de ropa abrigada. Sin embargo, la sexualidad es vivida como una odisea en el espacio donde lo más probable es que el cohete estalle, escupiendo trozos de cuerpos pintados por toda la atmósfera. “A veces pasa tanto tiempo sin que me toquen que me olvido si de verdad existo”, le confiesa un personaje a otro mientras masajea sus omoplatos en un sauna invadido por torsos húmedos y practicantes de sadomasoquismo. El sexo en este mundo cifrado está destinado a funcionar como una frustrante carrera de obstáculos. Pueden olfatearse e intercambiar sudor corporal, pero al final del cuadro el miedo a perder el propio aroma pesará más sobre la curiosidad de descubrir el perfume genital ajeno. Y en otra galaxia muy, muy lejana, un hombre contrata a una prostituta para leer el diario en la cama y hacerle cosquillas entre la sección de deportes y el suplemento de estilo de vida. El uso de preservativos es solo una excusa para inventar una rutina matrimonial que se desvanecerá cuando el dinero no alcance y el vacío quede expuesto en medio de un colchón que no para de agrandarse. “Me interesa contar historias complicadas. Estar en el closet es mucho más complejo que solamente tomar la decisión de si me quedo o salgo, de asumirse como gay o trans y listo.  Para la mayoría de las personas significa muchos años de vergüenza, confusión, expectativas y negativas subconscientes. Es algo que experimenté personalmente y de lo que desearía se hablara más al respecto”, dice Parrish sobre su singular obra, que trasciende el papel en forma de tatuajes. Pero también hay espacio para el placer y la invasión de paletas saturadas. Los orgasmos se pintan cuando el candidato de la cita se refleja en el espejo. La mujer de pelo color fuego se seduce a sí misma hasta arrancarse los senos para apretujarlos como aquellas pelotas blandas que prometen combatir el estrés. “Debés hacer mucho ejercicio. Porque tenés pinta de que cogés como si entrenaras para las putas olimpíadas”, recita dejando caer sus tetas al suelo. El surrealismo toma la historieta por asalto cuando la protagonista hunde tan profundos los dedos en su vagina que logra abrir un portal para permitir que otra versión de ella salga del interior de su propio cuerpo. Una película de Cronenberg pintada por René Magritte. 

“Me resisto al discurso de ‘todo va a mejorar’. Todos mis amigos están locos y son pobres, y muchas veces sus familias los abandonaron, así es que para ellos no existe esa fantasía de que van a ser asimilados a la clase media una vez que encuentren el jarrón de miel al final del arcoíris”, me cuenta Parrish sobre estas historietas agrias que creó hace tres años, cuando tenía veinticinco. En una habitación de hospital, un enfermero confunde a una mujer con un hombre: “Te llamó mi ‘nieto’, te digo que parecés un varón cuando te vestís así”, le grita a su nieta una anciana que recibe alimento a través de las venas. Pese a que la chica de pelo corto y gorra le responde que eso a ella no le importa, su abuela ataca con un “A mí sí. Todos van a pensar que sos una lesbiana si no te ponés un vestido de vez en cuando”. No hay en la escena una reafirmación, porque justamente lo que celebra Perfect Hair son los géneros fluidos y la falta de obligación de enunciar veredictos a quien reclama explicaciones e identidades estables. La libertad para crear y cambiar de género en este libro se nutre de los pomos de pintura que le otorgan inmortalidad a cada una de las historietas, inventando tantas variedades de género como de colores.