No son pocas las traducciones de Dickinson que pueden encontrarse en las librerías locales. Rolando Costa Picazo (edición de la Universidad de Valencia), Delia Pasini (Editorial Losada), Amalia Rodríguez Monroy (Alianza Editorial), José Manuel Arango (Ediciones Norma) y Silvina Ocampo (Tusquets editores) son los responsables. En internet pueden encontrarse, además de diversos estudios de género sobre Dickinson desde la perspectiva feminista y artículos sobre el incesto, también la traducción de Milagros Rivera (Sabina Editorial). Es evidente que las selecciones difieren y también, inexorable, resulta la interpretación de los versos. Podrá verificarse –y con motivo– que cada una de las traducciones propone una Dickinson personal, ajustada a los intereses ideológicos de cada quien, lo cual no es grave. Cuando la traducción es bilingüe, entonces las comparaciones deparan un plus: se encontrará el modo Dickinson de introducir el corte, de componer con analogías y oposiciones, imágenes interrumpidas con guiones, lo fragmentario y su concisión sorprendente. Si bien es cierto que leer poesía traducida, como le decía el poeta japonés al poeta colectivero yanqui en Paterson, el film de Jim Jarmush, es como entrar bajo la ducha con impermeable, cabe otra percepción de lectura: cotejar las diferentes traducciones con un objetivo, vivenciar que las lecturas permiten un paneo de la posibilidades de entrar en una poesía que rompe moldes y, con su potencia, es capaz de atravesar las barreras idiomáticas refiriendo una prodigiosa rebeldía existencial.