Como ocurre con aquel árbol que cae en el bosque sin ser visto, razón por la cual nadie puede dar fe de su caída, del mismo modo es posible decir que una película que no se proyecta tampoco completa el ciclo de su existencia. Peor la tienen las películas inconclusas, abortos espontáneos que ni siquiera llegan a completar el ciclo de su gestación. Justamente ese – fragmentos de películas inacabadas– es el material del que se nutrió el cineasta Leandro Listorti para darle forma a su segundo trabajo, La película infinita, presentado hace unas semanas en el marco de la Competencia Argentina del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici).

Exprogramador de dicho encuentro, lugar que ocupó a lo largo de toda una década, en La película infinita Listorti propone un complejo mecanismo cinematográfico surgido del montaje del material inédito de una docena de producciones fallidas del cine argentino. Películas que nunca alcanzaron a completarse, abandonadas por sus autores por motivos muy diversos y cuyo destino, hasta la aparición de este proyecto, era el de permanecer suspendidas para siempre en el limbo de las obras inconclusas. 

Se trata de un conjunto ecléctico de rodajes interrumpidos entre los cuales se encuentran algunas curiosidades. Unos pocos planos de la versión de Zama que intentó filmar Nicolás Sarquís en 1984, y otros de El juicio de Dios (1979), de Hugo Fili, ambas basadas en textos del mendocino Antonio Di Benedetto. O de La neutrónica explotó en Burzaco, inclasificable proyecto de Alejandro Agresti, también de 1984, que nunca llegó a convertirse en su debut como director. Los dibujos animados de El eternauta (1968) realizados por Hugo Gil; Sistema español, malograda ópera prima de Martín Rejtman, de 1988; una Emma Sunz interpretada por Rosario Bléfari y dirigida por Paula Grandío y Cristina Fasulino en 1997; El ocio (1999) de Mariano Llinás y Agustín Mendilaharzu, o Ceibo y taba, del periodista, director y guionista Santiago Calori. 

Dichos fragmentos son puestos a dialogar entre sí por Listorti, quien consigue  integrarlos a partir del montaje, formando con ellos un nuevo cuerpo que les restituye aquel sentido para el cual habían sido creados originalmente: ser proyectados en una sala de cine como parte de una película. Claro que a partir de características ya mencionadas, como lo fragmentario e incluso arbitrario de su construcción, la película propone una discusión respecto de la idea de narración. Lejos de la linealidad tradicional del cine clásico, La película infinita representa una particular clase de relato cuya trama puede recorrerse siguiendo el orden temporal que plantea el montaje del director, pero que también llama a ser reordenado por la subjetividad de cada espectador. Durante la cobertura del Bafici realizada por este diario se la definió como “un Test de Rorschach en movimiento” en el que “cada espectador podrá encontrar su propia película”. Y es esa posibilidad de adoptar la forma de cada mirada lo que le confiere a la película ese carácter infinito con el que se juega ya desde el título. 

También merece mencionarse la destacada labor creativa de una banda sonora que consigue completar la atmosfera lisérgica que surge del collage de imágenes, ampliando los límites del cadáver exquisito. Está integrada por una serie de sonidos atmosféricos que completan un paisaje integrado por mudas pruebas de cámara, maquillaje y color; fotogramas deteriorados en cuya superficie y de forma azarosa los agentes químicos han ido formando una colorida colonia de amebas de celuloide, o largas secuencias de la mencionada versión de Emma Sunz en las que sólo se oye la voz de Bléfari, abandonada en medio de un desierto sonoro. 

Dentro del currículum de Listorti se encuentra el haber colaborado con Albertina Carri en la película Cuatreros. Ahí el director de La película infinita tuvo a su cargo la búsqueda y recolección de fragmentos de viejas películas, que luego Carri utilizó para ilustrar textos que ella misma leía en off. Si bien se trata de películas muy distintas entre sí, en ambas es fundamental la labor del director para hallar un camino a través de esos pedazos dispersos, volviendo a llamar la atención sobre la importancia del montaje como herramienta fundamental sobre la cual se apoya la identidad del cine.