Héctor Adolfo De Bourgoing es un apellido que resulta muy familiar a los hinchas de Tigre y de River. Era un puntero derecho de origen francés, pero había nacido en Misiones. Llegó a jugar algunos partidos en la Selección Argentina, pero no un Mundial. Y como en 1966 jugaba en el Niza, los franceses lo llevaron a Inglaterra. Primer misionero en una Copa del Mundo. En su debut le metió un gol de penal al mítico Ladislao Mazurkiewicz; fue el 1-0 que después los uruguayos revirtieron. La historia de De Burgoing es muy singular porque de Guaraní Antonio Franco vino a probarse a Buenos Aires, a River, y no lo aceptaron, pero sí le abrieron las puertas en Tigre, donde se convirtió en ídolo. Cuatro años después de aquel rechazo, el club de Nuñez pagó una fortuna por su pase.

De estas historias está lleno el libro de Adrián De Benedictis Héroes mundialistas del interior profundo que abarca el período que va del primer Mundial (1930) hasta la última Copa conseguida por Argentina (1986). El perfil de De Burgoing se remata con el dato de que en el mismo plantel francés estaba Néstor Combin, que había nacido en Santa Fe, y así va enlazando historias a la manera de Sherezade en Las mil y una noches, para cautivar a los lectores. “Combin, que se hizo famoso en Francia y después en Italia, disputó las finales de la Copa Intercontinental de 1969 frente a Estudiantes de la Plata, y tuvo un rol fundamental en la batalla campal que se armó entre los protagonistas en el segundo partido disputado en la cancha de Boca. Provocado por él, Ramón Aguirre Suárez le desfiguró el rostro. Cuando se iba del estadio, a Combin lo detuvieron por desertor del Ejército y luego fue puesto en libertad por la presión internacional”, redondea De Benedictis. 

El libro está dividido en 11 capítulos: 1) Un “payuca” entre nosotros, 2) El capitán de los Desamparados, 3) El primer campeón del mundo, 4) Italiano, croata y uruguayo, pero bien cordobés, 5) El bombardero de Alejo Ledesma, 6) El sastrecillo valiente, 7) En Francia se estacionó el orgullo misionero, 8) De la Gloria a la gloria,  9) Los maestros norteños, 10) La porción sanrafaelina de España, y 11) Y al final Chaco pudo.

La primera historia es la de Alberto Rodolfo Chividini, uno de los dos jugadores del plantel argentino en el Mundial del ‘30 que no eran ni de la Capital Federal ni de Buenos Aires. Uno era Pedro Arico Suárez, que había nacido en las Islas Canarias, pero criado en el barrio Caferatta. El otro era Chividini, nacido en Santa Fe, jugador de Central Norte de Tucumán, a quien apodaban despectivamente “Payuca”. Chividini iba a jugar la final del ‘30. Hasta unas horas antes de empezar el partido se sabía que jugaba él, porque el cinco titular, Luis Monti, estaba muerto de miedo por las amenazas de muerte que había recibido. Pero los dirigentes, con Pedro Bidegain a la cabeza, presionaron y el técnico Francisco Olázar aceptó ponerlo, a pesar de todo. Monti fue un desastre y Chividini, que se quedó con las ganas, hasta el último día creyó que ese pudo haber sido el partido de su vida. 

Tal vez la historia de aquella final que fue ganada por los uruguayos por 4-2, como se sabe, pudo haber cambiado si jugaba Chividini en vez de Monti.

Adrián De Benedictis, que es un experto buceador en busca de perlas, pasó de largo la búsqueda fácil de Wikipedia o lo primero que sale en Internet, se sumergió en los archivos y hemerotecas y paso a paso fue descubriendo una larguísima lista de jugadores del interior del país que jugaron mundiales con la camiseta argentina, o la de otros países, y entonces saltaron muchos nombres más allá de Mario Kempes, Osvaldo Ardiles o José Luis Cuciuffo.

“Con un recorrido por lugares dispersos y recónditos del país, este libro ayuda efectivamente a entender esa muchas veces conflictiva relación entre el poder central y aquellas localidades de tierra adentro, cuya importancia en la historia del fútbol se refleja aquí de un modo sorprendente y novedoso”, dice Esteban Bekerman, periodista y docente que contribuyó a que esta obra fuera posible.   

“Que lo disfruten”, dice Bekerman. Es el mejor cierre para el texto de introducción del libro. Y también para esta nota.