Perdimos a Norma, la incansable, una de nuestras tan queridas viejas. Su palabra justa, su ejemplo necesario, su valiosa mirada. Una de aquellas mujeres que supieron encontrar el camino de la lucha, que vieron que la única pelea que se pierde es aquella que no se da, que salieron a enfrentar la más feroz de las dictaduras con el amor como bandera.

Como solo las mujeres podemos hacerlo. Como hicieron quienes supieron organizarse ante la apariencia inexpugnable del terrorismo de estado, y constituyeron uno de los movimientos sociales más importantes de nuestra historia como América Latina, señero en el mundo entero.

Encabezó codo a codo con las madres de la Plaza 25 de Mayo en nuestra ciudad, una resistencia que torció el brazo a un plan sistemático de exterminio, a una verdadera política pública genocida, la más feroz de nuestra historia reciente.

Sus pasos marcaron huellas, que seguimos con orgullo quienes pretendemos ser herederas de sus banderas.

El juicio donde finalmente se ventila la suerte sufrida por su hijo Osvaldo está en trámite. No podremos contar con la palabra de Norma, con el testimonio fundante, basal, de quien pudo dar cuenta de su lucha, que es la de todos.

Las demoras inexcusables, la inacción de quienes deben garantizar la realización de los procesos de verdad y justicia, redundan en impunidad. En oscuridad. En más injusticia, en menos futuro.

El 1º de abril de 1977 desaparecía Osvaldo y nacía Norma, una nueva Norma. No es una metáfora: el Poder Judicial federal rosarino, con cada demora, genera la más ignominiosa de las impunidades. La de los crímenes de Estado. Un verdadero oxímoron.

Hasta siempre Norma, celebramos tu vida heroica y maravillosa, siempre sonriendo con la misma fuerza que te llevó por primera vez a La Plaza.

Gabriela Durruty y Jesica Pellegrini