No se sabe con certeza cuándo Akira Kurosawa decidió filmar Los siete samuráis. Sí se sabe que el guion, escrito por el propio Kurosawa, Shinobu Hashimato y Hideo Oguni, estuvo varios años congelado. El deshielo se produjo en 1952, hasta ese año en Japón regía la censura impuesta por la ocupación norteamericana tras la II Guerra Mundial: no podían producirse films en el que apareciera el código del bushido, voz que puede traducirse como “el camino del guerrero”. En 1954 Akira Kurosawa finalmente pudo estrenar Los siete samuráis. Obvió abrir la película con el fastidioso cartelito: “esta historia está basada en hechos reales”, aunque lo que se vería en pantalla realmente había sucedido en el siglo XVI, en un remoto pueblito de Japón. A ese vecindario, revivía la leyenda, sistemáticamente llegaba una pandilla de forajidos con el único propósito de robar la cosecha de los campesinos. Esa pesadilla se acabó gracias a la eficaz y definitiva ayuda de una partida de samuráis. Lo que sin duda le interesó a Kurosawa fue la característica de esos samuráis, como bien se sabe, estos legendarios guerreros operaban al exclusivo servicio de los señores feudales, para ellos luchaban y de ellos cobraban. Por el contrario, los que evocaban la leyenda se habían puesto al servicio de unos pobres campesinos y, por la magra paga de dos puñados de arroz por día, aniquilaron a los asaltantes. Kurosawa da cuenta de esta aniquilación a lo largo de casi tres horas y media de película, en donde la pura aventura se une armoniosamente con el confucianismo, con el pensamiento zen, con la filosofía budista y con el sintoísmo, las cuatro fuentes principales de las que se nutre todo guerrero bushido. 

Los siete samuráis se convirtió en un film emblemático, en 1982 fue elegida en la lista de “Sight & Sound” como una de las diez películas más grandes de todos los tiempos y directores de la talla de Sam Peckinpah, George Lucas, Martín Scorsese y Steven Spielberg confesaron su admiración por esa obra. En 1960, John Sturges se aventuró a un remarke: Los siete magníficos, se llamó la película; en esta ocasión los siete samuráis fueron reemplazados por siete pistoleros estadounidenses que acudían en ayuda de los pobres campesinos mexicanos sistemáticamente asaltados por cuarenta forajidos, el mismo número de ladrones que encontramos en la película de Kurosawa. No es la única similitud: William Roberts, el guionista de Los siete magníficos, copió literalmente diálogos enteros del guion de Los siete samuráis”, aunque tal vez por el apuro de la producción, en los créditos del film, John Sturges olvidó mencionar ese detalle. Akira Kurosawa, en agradecimiento por esa remake y con un gesto que tuvo mucho de samurái, le regaló una kitana.

La película dio origen a nuevas producciones cinematográficas: El regreso de los Siete Magníficos (1966), La furia de los Siete Magníficos (1969), El desafío de los Siete Magníficos (1972), una serie de televisión de veintitrés capítulos: Los siete magníficos (1998), y hace un par de años una nueva película: Los siete magníficos (2016), dirigida por Antoine Fuqua. Pero aquí no acaba el ciclo: hay noticia de que comenzaría a filmarse una nueva versión del film de Kurosawa. En esta oportunidad y acorde con el tiempo que nos toca vivir, se producirían algunas modificaciones: no se trataría de siete samuráis y menos aún de siete magníficos, a los personajes de la futura película se los conocería por el apodo de los Siete Siniestros, y, claro está, ninguno de ellos se regiría por las siete virtudes que caracterizaban al guerrero samurái, sino más bien por todo lo contrario: Los Siete Siniestros ignorarían la justicia, el coraje, la compasión, el respeto, la honestidad, el honor y la lealtad. Estos jóvenes emprendedores conservarían una sola condición del samurái original: serían fieles sirvientes de señores poderosos, para ellos trabajarían. 

El escenario en esta nueva versión no se reduciría a una pequeña aldea de sumisos campesinos, acosados por bandas de forajidos; en esta oportunidad, la acción se desarrollaría en un gran país, al sur del mundo; la gente que lo habitaba vivía un período de paz y prosperidad después de haber sufrido una terrible dictadura cívico-militar y un par de gobiernos neoliberales. Los Siete Siniestros mediante una serie de artimañas ganarían democráticamente el gobierno y a partir de ese triunfo cumplirían a rajatabla con lo que les habían encomendado: destruir todo lo bueno que se había conseguido en la última década y dejar un país devastado, con una deuda pública imposible de pagar. El presidente que le sucedería, también democráticamente elegido, estaría obligado a aceptar dócil y mansamente el irrevocable mandato de los señores poderosos. Los Siete Siniestros se marcharían con una complaciente sonrisa en los labios, felices de haber cumplido con sus socios y patrones.

Igual que Los siete samuráis de Kurosawa, esta nueva película también estará basada en hechos reales, exactamente los que desde hace más de dos años padece un desencantado país situado al sur del mundo.