La evolución de los indicadores de desigualdad mostró una clara mejora en la etapa kirchnerista. El Coeficiente de Gini es uno de los más utilizados para ese tipo de mediciones. El valor del indicador oscila entre cero (igualdad absoluta) y uno (desigualdad absoluta). Ese coeficiente disminuyó de 0,494 en 2003 a 0,4005 en 2015. El Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz (Ceso) estimó que el índice de Bienestar de Sen (que toma en cuenta la mejora distributiva junto al incremento del ingreso real de los hogares) tuvo una mejora del 114 por ciento, entre 2003 y 2013.

El desmanejo en el Indec puso un manto de sospecha sobre las estadísticas públicas, más allá de que las inconsistencias se concentraran en algunas mediciones (como se sabe, el IPC fue el ejemplo más paradigmático). 

La extendida desconfianza ciudadana puso en duda hasta los datos indiscutibles (por caso, la creación de empleos registrados). En ese contexto, la disminución de la desigualdad en el gobierno anterior también podría haber sido materia de debate. Sin embargo, la revisión estadística del Indec de Macri confirmó esa mejora distributiva.

El analista Fernando Cucchietti twiteó: “El Banco Mundial ha actualizado los datos de Argentina, y este punto me parece importante: el nuevo Indec revisó desde 2003 hasta ahora, y consideran que el país estaba mejor (en desigualdad) de lo que decía el Indec de aquella época”. Los datos de 2016 revelan una tendencia contraria. El aumento del índice de Gini no fue sorpresivo sino resultado de políticas públicas determinadas. Por otro lado, la cosmovisión ideológica macrista justifica las inequidades sociales. Esa idea constituye el eje central de la batalla cultural planteada por el Presidente. Los obstáculos a vencer son las antiguas (y mejores) tradiciones igualitaristas de la sociedad argentina. 

Una comentada publicidad de Chevrolet Cruce intentó reflejar ese cambio de época auspiciado por el macrismo. El corto publicitario invitaba a imaginar un mundo donde “cada persona tiene lo que se merece, donde el que llegó, llegó por su cuenta, sin que nadie le regale nada. Un verdadero meritócrata es aquel que sabe que tiene que hacer y lo hace, sin chamuyos porque sabe que cuánto más trabaja, más suerte tiene. El meritócrata pertenece a una minoría que no para de avanzar y que nunca fue reconocida. Hasta ahora”.

Esa renovación cultural encuentra resistencias políticas y sociales. 

El Papa Francisco también se mostró muy crítico con las políticas “meritocráticas” porque utiliza “una palabra bella, el mérito, como una legitimación ética de la desigualdad”. 

La construcción de sociedades más justas es un imperativo ético y económico. “La desigualdad es ineficiente, es un obstáculo al crecimiento, el desarrollo y la sostenibilidad”, señala la Cepal en su reciente informe La ineficiencia de la desigualdad. En el prólogo, la secretaria Ejecutiva del organismo, Alicia Bárcena, plantea que “la economía política de sociedades altamente desiguales y la cultura del privilegio son obstáculos para avanzar en un desarrollo con igualdad. La región ha heredado los vestigios coloniales de una cultura del privilegio que naturaliza las jerarquías sociales y las enormes asimetrías de acceso a los frutos del progreso, la deliberación política y los activos productivos”. “Debemos consolidar una cultura de igualdad de derechos que está en las antípodas de la cultura del privilegio”, concluye Bárcena

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