La corrida cambiaria ocurrida en Argentina durante unos pocos días en el mes de mayo dejó un saldo de 10.000 millones de dólares menos de reservas en el Banco Central, una devaluación del 20 por ciento, tasas de interés por encima del 40 por ciento, una inflación creciente, disminución del crecimiento económico proyectado, financiamiento condicionado y una segura inestabilidad financiera de corto y mediano plazo.  

El primer temor que surge se centra en cuáles serán las consecuencias. Lo urgente se transforma en lo prioritario. No hay tiempo para intentar comprender lo que ocurre. Menos para intentar reflexionar sobre el pasado. Lo primordial es salvarse uno mismo. Para las mayorías, no perder sus magros ingresos; para los privilegiados que tienen ahorros, poder resguardarlos. El análisis estructural que afecta al colectivo social queda totalmente de lado.

Los medios de comunicación confunden. Las grietas generan ruidos, las posiciones de los diversos actores que deambulan por los programas complejizan y diluyen aun más los enormes conflictos de intereses. Las temáticas se entremezclan: del derrumbe económico se pasa raudamente al último resultado futbolístico, y de allí a peleas entre vedettes de tapas de revistas del espectáculo. Por lo menos distraen y relajan, aunque sea sólo unos instantes.

Además, los dilemas no son sólo argentinos. Problemas económicos hay en todo el mundo. Mercados en recesión, desigualdad creciente. Inmigrantes que escapan de la miseria y disputan las escasas fuentes laborales con los nativos. Competencia salvaje y explotación del ser humano y el medio ambiente. Pauperización en los niveles de vida que derivan en tensiones sociales, violencia e inseguridad, bajo un sistema económico global inequitativo y no sustentable. Alivia pensar que el problema no es sólo de uno.

Lo más interesante es que las principales voces políticas y económicas mediáticas sostienen que lo que se debe hacer para salir de este contexto adverso es sencillo. Existe una enorme deuda externa e interna que se puede reducir a un análisis de balance económico hogareño: se debe gastar menos o generar más ingresos para que los números cierren. Como premisas a futuro, hay que quitarles impuestos a los ricos empresarios, ya que ellos son los que podrán crear más empleos. Y si los trabajadores hacen un esfuerzo e incrementan su productividad, el país va a generar mayores riquezas. Sólo se debe cumplir con las obligaciones económicas que tiene cada uno como ciudadano.

Pasó el temblor, por lo menos momentáneamente. Ahora sí nos podemos preguntar: ¿Quién o quiénes son los responsables de lo que está ocurriendo? ¿Cuál es la parte de culpabilidad que le cabe a cada uno? ¿Todos somos perjudicados, o algunos se benefician? Seguramente hay beneficiados. Por lo menos es una sensación. Igual, ya poco importa. Lo importante es salir como sea. ¿Saldremos?

Comprender la realidad lleva tiempo, educación y formación objetiva y racional, bien alejada de la post-verdad; ese tiempo del que no se dispone bajo la lógica de la acumulación. Y a los que tienen tiempo para pensar, realmente poco les interesa cambiar las cosas. Entonces la intuición gana terreno y, siendo realistas, a veces las propuestas enamoran. Igualmente suele ser un sentimiento frugal, ya que se genera un enorme sentimiento de decepción cuando no se cumple nada de lo prometido.

Las mayorías no tienen poder alguno para cambiar las cosas; las decisiones pasan por el famoso ‘círculo rojo’. La calidad de vida empeora, pero ya se ha generado un efecto ‘normalizador’. La situación es lo que es. La poca racionalidad que queda demuestra taxativamente que no se puede cambiar el statu-quo. Entonces simplemente se espera bajando los brazos o creyendo en los milagros. La fe mueve montañas; por qué no entonces pensar en la ayuda divina. Lo único que da temor es que, cuando se mire hacia arriba pidiendo clemencia, solo aparezca el FMI desde Washington erigiéndose nuevamente como el salvador.

* Economista especializado en Relaciones Internacionales.