Kirill tiene el cabello rubio como la nieve de su tierra y la picardía a flor de piel digna del suelo que aprendió a querer. Kirill mira con dulzura, todavía sin entender que conservar la ternura delante de su historia de vida es, sin dudas, una gran proeza. Kirill es una tormenta de invierno y la sencillez de un día frío de sol radiante. Kirill corre por todos lados como abrazando a un destino distinto e impensado, que en unos días se cerrará como una película. Podría decirse que a continuación se cuenta una historia de fútbol, o de deportes, o del Mundial, pero en realidad, Kirill es el relato de un milagro de amor y vida.

Para los occidentales pasar enero en Perm es una auténtica hazaña. Las temperaturas máximas tocan los 10 grados bajo cero y, en las noches, la calle se vuelve inhabitable con mínimas de 20 bajo cero. Al pie de los montes Urales y 1400 kilómetros al este de Moscú, Perm está internada en el territorio gélido de la estepa rusa. A medio camino de China, allí se encuentran las paradas de los míticos ferrocarriles Transiberiano y Transmongoliano. Allí, en ese helado territorio y en una casa cuna, Kirill, un pequeño de tres años y medio esperaba hace más de dos que alguien viniera a buscarlo. Lo que nadie imaginaba, claro, es que la respuesta iba a estar al otro lado del planeta.

Mientras el equipo de Alejandro Sabella empezaba a soñar con Brasil 2014, Juan Pablo y Verónica, la familia Córdoba, comenzaba a creer que una ilusión se rompía. Luego de una infinidad de intentos y tratamientos buscando la llegada de un hijo, ambos decidieron frenar la búsqueda. Se les hacía difícil y costoso. Estaban cansados. Sentían que todo empezaba a complicarse. Sin embargo, el contacto de un médico con un amigo abrió una puerta a la ilusión: adoptar. Un llamado a Rusia les mostró un horizonte que jamás hubieran planeado. Ir a buscar allí alguien a quien darle amor. Pero, claro, el amor, muchas veces, cuesta sacrificio.

“Fue duro para nosotros. Yo hice terapia para prepararme para lo que venía. Nos costó, porque el proceso fue complicado, pero creo que la ilusión de poder conocer a alguien al que poder cuidar entre nosotros fue más fuerte que cualquiera de las dificultades que aparecieron por el camino”, relata Juan Pablo, mientras rememora su propia historia.

Juan Pablo y Verónica cruzaron el mundo para intentar. Viajaron 14.000 kilómetros y debieron complementar los requisitos legales del gobierno ruso. El mismo tiempo, afrontaron un proceso judicial a la espera de la adopción. En el medio, vivieron horas y horas de espera. Finalmente, lo conocieron a él, a Kirill, el pequeñito por el que iban a dejar todo. Ese torbellino enfundado en camperas y gorros era la imagen de lo que habían venido a buscar al país más grande del planeta.

“Hablaba ruso como si fuera una radio, pero nosotros no sabíamos nada de ese idioma. Él no conocía una palabra de español. Fue aprender a querernos con gestos. Empezamos a sentir que él nos aceptaba cada vez que nos agarraba de las manos. En las manos estaba el secreto para que nosotros pudiéramos lograr que él entendiera que veníamos a cuidarlo”, cuenta emocionado Juan Pablo.

La familia se formuló como tal cerca de la final del Mundial Brasil 2014, cuando la pareja pudo, finalmente, llegar con Kirill a Buenos Aires para empezar una nueva vida. Al principio, al pequeño le costaba, claro. Esos cachetes rojos e inflados se conmovían ante los ruidos fuertes o ante los traslados en auto. No estaba acostumbrado. Con el correr del tiempo, comenzó a relacionarse, aprendió español, se abrazó al fútbol como lazo con su entorno y empezó a desarrollar su personalidad de manera extrovertida.

“Sufrió mucho de chico para estar vivo y hoy sentimos que luchó todo lo que pudo junto a nosotros para que la vida le devuelva un poco lo que no tuvo de pequeño. Hoy, Kirill le ganó a la vida”, relata papá. Pero al milagro le faltaba un capítulo más.

Si Juan Pablo era su ancla al fútbol, Verónica era su fascinación con la diversión. Por eso, Kirill le pedía a mamá cada viernes que lo llevara a comer una hamburguesa al local de McDonald’s que quedaba a una cuadra de su colegio. Verónica, que semana tras semana cumplía el deseo del chico, un día observó un cartel que invitaba a que los padres que consideraban que sus hijos eran héroes mandaran la historia por escrito para ganar un viaje al Mundial de fútbol. Esa noche, mientras cenaban, lo conversó con Juan Pablo que, instantáneamente, le soltó: “Imposible ganar un concurso así”.

Con el pasar de las horas, el hombre de la casa se convenció y escribió una carta para McDonald’s. Una carilla y media de frases y frases en las que contaba cómo había sido su lucha por poder adopar al rubecito que le alegraba cada mañana. Claro que cuando entró a la página del concurso, el espacio para el relato era de un párrafo. “No sabía cómo hacer para contar toda la vida de Kirill en cuatro frases. Me parecía imposible”, recuerda. Juan Pablo completó el formulario con la certeza de que no volvería a tener noticias del tema.

El Kirill que corre alrededor de las mesas es todo felicidad. De aquel intento a hoy, se enteró entre lágrimas y gritos que volverá a Rusia, a su tierra, por haber sido elegido en el marco del concurso “De la mano al Mundial”, de McDonald’s. En unos días, tomará el mismo avión en el que embarcó sin saber hablar con sus padres, pero con la ruta inversa y convertido en un vencedor. En Moscú, verá Argentina-Islandia y tendrá a sus ídolos cerca. Unos días después, partirá hacia Perm, a volver a ver el hogar que lo tuvo cobijado esperando a aquella increíble jugada del destino.

“Si lo veo a Messi, lo abrazo y no lo suelto más”, sueña Kirill y humedece los ojos de todos. “Yo voy a ir al Mundial y voy a traer la copa. Le voy a decir: ‘Traeme la copa, Messi’, cuando lo vea”, desarrolla con inocencia. Finalmente, juega con la incredulidad de un chico con todo por delante: “Mis compañeros me dicen ‘trae la copa, Kirill’, pero yo les dije que no puedo traer la copa solo. Igual, si me dejan, se las traigo”.

Si hay ojos que dicen cosas, los del pequeño Kirill son un amanecer. De la sombría noche de Perm al luminoso despertar de su vida en Buenos Aires, volverá a la tierra de sus ancestros con la certeza de haber forjado un camino de amor y de ilusiones que cerrará un círculo de cara a la pelota. El 16 de junio en el Otkrytie Arena de Moscú, las miradas del mundo estarán puestas en Leo Messi, Sergio Agüero, Ángel Di María y otras tantas estrellas. En las tribunas habrá cracks, figuras, celebridades, políticos y millonarios. Habrá hinchas, auspiciantes, agentes, ex jugadores y entrenadores. Ninguno de ellos podrá dimensionar cómo un pequeñito de 7 años puede ser campeón del mundo antes de que arranque el mismísimo Mundial.

 

Julieta Sarraf