Pablo De Santis y Max Cachimba comparten amistad y tarea de trabajo, a partir de ese bautismo que les significara el concurso de revista Fierro, allá por 1984. De Santis lo rememora de manera inmediata, y señala que Cachimba entonces tenía 15 años. Los dos, dos maestros, reunidos ahora en un mismo ámbito y escenario. Así lo significó el Espacio de Lectura de la Feria Internacional del Libro Rosario, en Centro Cultural Roberto Fontanarrosa, el domingo último. En un ámbito de nombre semejante, la historieta y la ilustración no podían estar ausentes, y vale por eso mismo reparar en la presencia notable que los libros ilustrados y los cómics tienen en los stands.

A partir de la lectura de su cuento El caballo de porcelana (del libro Trasnoche), Pablo De Santis logró silencio y encantamiento. La sala quedó sumida en su relato, a partir de las peripecias de una valija heredada y sus pertenencias. Situación que la imaginería de Cachimba resumió en un pizarrón donde cabían, dibujados y adheridos, los objetos que De Santis enumeraba. La solución narradora tuvo consonancia perfecta: la valija vuelve a estar llena, la historia comienza otra vez, mientras el pizarrón gira para mostrar las mismas imágenes que la lectura creía desperdigar.

Hechizar con un cuento es imbatible. De Santis es uno de los mejores en este asunto. Y la ilustración -encarnada en Cachimba‑ cumple roles diferenciales. Según señaló el dibujante, "hay libros que consisten en un texto autosuficiente pero se acompañan de ilustraciones, que aportan de manera estética o artística; hay también libros donde el texto y la ilustración son complementarios y ninguno de los dos podría entenderse sin el otro, como es el caso de los libros técnicos, científicos o de cocina; y luego están los libros con narraciones ilustradas, en donde solamente hay ilustraciones".

Uno y otro versaron en ejemplos de valía. Cachimba destacó el libro Oink, de Arthur Geisert, "compuesto de grabados que narran una historia de chanchitos, en donde el único texto del libro es 'oink'". De Santis prefirió Los misterios del señor Burdick, de Chris van Allsburg, así como Versos selectos (Iván Rosado), del propio Max Cachimba, "realizado a partir de rimas, en donde el texto y el dibujo son complementarios", según el propio autor.

Ilustración e historieta de inmediato se dieron la mano en el diálogo, al cual Cachimba ofreció una clase didáctica, bien simple y compleja, a través de cuadritos recortados, cuyo montaje y relación alteraban la semántica y deslindaban los elementos claves: secuencia, onomatopeya, síntesis, elipsis, puesta en página, tira. De Santis se ocupó en distinguir la historieta del humor gráfico, y permitió saber sobre su relación con dibujantes de interés, como es el caso del cubano Frank Arbelo, con quien desarrollara la historieta Justicia poética (Colihue), "la primera imagen del protagonista no tenía nada que ver con lo que yo había imaginado, pero lo que hizo el dibujante me encantó, creo que eso pasa más bien cuando se trata de una historieta realista".

De manera similar, Cachimba se permitió algunas confesiones: "en ilustraciones de libros no he tenido situaciones de objeción, pero siempre hay algún detalle que te piden modificar. Como en el caso de un libro tuyo (y señala a De Santis), en donde hice la tapa con un muchacho escribiendo sobre un escritorio (se refiere a Desde el ojo del pez, de Alfaguara); me dijeron que era muy bonito pero querían que el muchacho tuviera un peinado más moderno. Siempre hay ajustes, pero es con los editores, no con los autores"

Sumergidos en el tema historieta y con la referencia histórica que el medio debe a murales y vitrales, De Santis le dice a Cachimba: -‑Vos trabajaste en vitrales con tu padre, ¿eso te marcó para la historieta?. Cachimba dice que no, aun cuando De Santis insiste -lúcida apreciación‑ en recordar muchas historietas suyas parecidas a vitrales. "Puede ser -concede Cachimba‑, pero no conscientemente. En el mundo de los vitrales hice bastantes diseños de escenas religiosas, que realmente son espantosos. Quisiera no volver a verlos (risas)". Alguien del auditorio pregunta dónde están, y Cachimba dice que "en algunos pueblos, no recuerdo, fue hace mucho tiempo".

Dada la relación seminal, tal vez fortuita, tal vez forzada, entre ambos, Rosario/12 les consultó sobre ese mismo hecho, cuando el concurso de Fierro los puso a colaborar. "Fueron nuestros trabajos de principiantes -señaló Cachimba‑, y de alguna manera no fue tan forzoso el compromiso, porque consistió en hacer tres historietas. Después estuvimos todos de acuerdo, junto a los editores, en seguir produciendo juntos. Fue una etapa de aprendizaje, yo era bastante novato y quería experimentar, hacer cosas raras, y Pablo escribía guiones poéticos o serios que por ahí yo los distorsionaba. ¿Te pareció eso, en algún momento?", le retruca al escritor. "No. Como decía, descubrir a Max fue un deslumbramiento para todo el mundo, para todos los grandes dibujantes que pasaron por la redacción de Fierro. Sí había una cosa con la que yo no estaba de acuerdo, porque él hacía un dibujo con una línea muy blanda y la línea de los cuadritos también era blanda, y para mí -que de historieta en ese entonces no sabía nada‑ si los dibujos eran blandos, los cuadritos tenían que estar hechos con regla, era la idea que tenía", responde De Santis.

"Hacía cosas fuera de escuadra y los diseñadores protestaban, pero yo no sabía, estaba aprendiendo", agrega Cachimba. "Nos comunicábamos por carta, de Buenos Aires a Fisherton -dice De Santis‑; alguna vez se traspapeló un guión, una página, y salió una historieta muy extraña". Y recuerda: "Cuando tus dibujos ya estaban en Italia, vos todavía no podías aprobar la materia Dibujo en la secundaria". Cachimba, entre sonrisas, remata: "eran varias las materias que no podía aprobar".