El anuncio de Mauricio Macri de involucrar a las Fuerzas Armadas en acciones de seguridad interior no solo significa un grave paso atrás en el terreno de la democracia, un campo en el que la Argentina avanzó con éxito a pesar de las dificultades, sino que implica además un nuevo reconocimiento del fracaso del oficialismo respecto de otra de sus promesas de campaña: mejorar la seguridad cotidiana de los ciudadanos y ciudadanas. Lo cierto es que la gestión de Patricia Bullrich al frente del Ministerio de Seguridad oscila entre los atropellos y las bravuconadas y la puesta en escena permanente para las cámaras. Lo primero implica, como se ha señalado y denunciado, un deterioro de la calidad ciudadana. Lo segundo una mentira más del mismo gobierno del “segundo semestre”, la “luz al final del túnel”, “los brotes verdes” y la baja de la inflación.

Atrasa el Presidente cuando, desconociendo los logros de la democracia argentina y del ejercicio ciudadano, decide sin más adscribir a la teoría de las “nuevas amenazas globales”. Pero sería importante no perder de vista que este anuncio forma parte de un combo que es coherente con la dirección que la Alianza Cambiemos le imprime a la totalidad de la gestión. El anuncio presidencial sobre el “nuevo rol” de las Fuerzas Armadas no solo es un paso atrás tanto en materia de política de defensa como de seguridad interior, sino que está en línea con el manejo arbitrario y abusivo del Poder Judicial, con el ataque a los trabajadores del subte, la Gendarmería actuando como fuerza de choque contra todo reclamo laboral; ni qué decirlo de la represión en el sur con saldo de muertos, pero también con la intransigencia en el ajuste económico y con el acuerdo que se está gestando con el Fondo Monetario Internacional. El FMI no cambió, como dice el gobierno, y las Fuerzas Armadas tampoco tienen como función la seguridad interna ni están capacitadas profesionalmente para ello como también se sostiene desde Cambiemos. Una vez más Macri miente como lo hizo durante la campaña electoral y desde que asumió el gobierno y como lo hacen sus ministros cuando pretenden hacerle creer a los ciudadanos que contribuirán a superar la crisis cambiando las lamparitas con las que iluminan sus casas mientras se les sigue quitando impuestos a los dueños de la soja.

El anuncio merecería una reacción similar a la que tuvo el intento de aplicar el 2x1 en favor de los represores condenados por delitos de lesa humanidad. Un repudio que no salga de la oposición política exclusivamente, sino de la ciudadanía democrática en su totalidad.

Sería ingenuo pensar que la iniciativa de Macri respecto de las Fuerzas Armadas es falta de memoria. Es más, sería adjudicarle al Presidente una inocencia de la que carece, tanto cuando impulsa esta medida como cuando en gesto aprobatorio le estrechó la mano al policía Luis Chocobar o cuando quiere catequizar de que el pedido de auxilio al FMI es apenas “preventivo”, o que su “mejor equipo” no se beneficia con las medidas que sus propios integrantes generan para mejorar sus arcas y las de sus amigos. Creer en la ingenuidad o en la buena fe presidencial es liberarlo de la grave responsabilidad política de atentar temerariamente contra las bases de la democracia y contra la calidad de vida de los argentinos.

Sería ingenuo también desestimar que estamos frente a un gobierno de ricos que gobierna para los suyos. Tanto como seguir creyendo que el modelo de ajuste que se está aplicando (sin nada que se le parezca al “gradualismo” que se declama y que tampoco cambiaría en esencia el atropello) cierra sin libertad de expresión, sin medios corporativos adictos y, claramente, sin represión. Es el modelo. Ese que el gobierno viene aplicando también de manera sistemática, sin gradualismo y con intolerancia.  

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