Ecdisis es el término griego que elige Maricel Álvarez, otro modo de decir escapar, liberarse, tanto como desvestirse. A ese juego lleva la directora a su performer que, enfundado en un vestido dorado, renueva su figura espigada en un cuerpo masculino que muda para crecer. Es en esa mirada que entiende el sacarse la ropa como una superación de algo que molesta y ata que el cuadro de Álvarez ahonda en la cualidad más filosófica del desvelo y se encuentra con el pensamiento de Roland Barthes en Mitología. En el strip tease muere el erotismo en manos de una forma espectacular que se vale de él para narrar otra cosa. Pero si Barthes veía en lo artificial un impulso domesticador, aquí ocurre lo contrario. Álvarez incrusta a Ulrico Eguizábal Catena en una serie de imágenes que sugieren una explosión, algo que sacude al mundo. Lo que hace de este ritual nocturno un trazado definitivo para que el cuerpo hable y diga que puede ser otro. 

Lo urbano aparece en Impuesto rosa cuando Florencia Vecino pasa de las zapatillas al taco alto. Ella podría estar bailando en la calle, junto a esa cara de muñeco que tiene una nariz en forma de pija. Todo en ella irradia una tensión que habla de las nuevas manifestaciones de lo femenino donde la mujer que se desnuda ya no es un fetiche de la calentura masculina sino una bailarina deslumbrante que busca poner el cuerpo en la mira, no para un público voyeur sino para alguien que puede entender que allí se narra una mutación, que cada movimiento, cada forma de desplazar el cuerpo es contundentemente política. 

Si Barthes decía que el strip tease dejaba una ráfaga de terror en el ambiente, El cisne salvaje podría ser una pieza que le da completamente la razón. La situación que propone Pablo Rotemberg es brutal a partir de un disfraz que cubre a Pablo Bidegain hasta obligarlo a sacarse su atuendo sin preámbulos. Allí Bidegain será un participante más o menos gustoso de las prácticas sadomasoquistas o bailará graciosamente un tema italiano. Su cuerpo contundente lo lleva a un drama intenso, a una disposición peligrosa hacia experiencias que convocan algo de esa muda de Ecdisis. Pero lo que en la propuesta de Álvarez era la imagen de un ejercicio animal que el humano podía absorber en su forma física y existencial, en este cuadro es tan explícita como la inminencia de lo social lo impone. El protagonista parece estar azorado frente a otros partenaires invisibles con los que interactúa como en una batalla. 

Algo de ese music hall originario se recupera en Burlesque, con las plumas de Fanny Bianco que ya no están allí para dar cierto exotismo, siguiendo la línea de Barthes, porque todo lo que rodea a la desnudez puede ser tan natural como prefabricado en este presente. El cuerpo aparece mucho más tapado en el intercambio lésbico que realiza Bianco con Mariela Anchipi donde las palabras concha y teta vienen a nombrar lo que no va a mostrarse y parecen mucho más incómodas en su pronunciación que en lo evidente del cuerpo.

El strip tease es un género nostálgico. La música que trae Carmen Baliero, con ese piano que ilumina escenas perdidas, permite enlazar la idea del cuerpo como carne y objeto del cabaret adonde se iba a espiar lo prohibido, con este cuerpo del siglo veintiuno que es arma de protesta, una figura sensible y emancipada, plagada de contradicciones, que se mete en los submundos de la propia vida para entender que no hay una definición concluyente y que sacarse la ropa no es la culminación sino el comienzo.

Strip + tease = 4 desvelos se presenta de viernes a domingos a las 19 en el Teatro de la Ribera. Av. Pedro de Mendoza 1821. CABA.