¡Ya pasaron 4 años! Después de atravesar elecciones presidenciales, legislativas, bolsos revoleados, tarifazos y retornos a las relaciones carnales, en unos días comienza el Mundial.

Esta vez será en parajes lejanos, rociado con vodka, acunado en kazachok y envuelto en una bandera roja.... ¡Perdón! Ya no es roja la bandera rusa, ahora es tricolor:roja, azul y blanca. ¡Quién diría! Cómo cambian las banderas...y los tiempos.

Por suerte, aunque nos encontremos en las antípodas meridianas, esta vez los horarios nos resultan cómodos: cerca del mediodía, a la siesta, es cuestión de organizarse un poco, salir un rato antes del trabajo, estirar el tiempo del almuerzo, poner un tele en el hall de la escuela.

Los mundiales siempre me gustaron, bah, el futbol siempre me gustó, pero ahora, desde hace unos años, sólo los mundiales. Ya sé que ahí también mandan los intereses y las mentiras, y que la corrupción y la podredumbre no se hacen desear, dan vuelta por arriba, por abajo y por los costados. Todo una porquería. Oliendo feíto, si uno arrima mucho la nariz. Pero es más fuerte que yo. Con el mundial, mi umbral del asco desciende. Y por las dudas, alejo la nariz.

Puedo proclamar a los cuatro vientos, que a la Superliga, al Sudamericano, a los campeonatos de descenso, a los de ascenso, a la Eurocopa, a la Conmebol, a los sub de los años que quieran, a todos, no hay que darle más bola. Basta de televisión, basta de computadora para ver los que no se transmiten gratis, basta de mirar en los celulares. Boicot al fútbol. Definitivo y rotundo.

Me harté de los jugadores que siempre hablan en tercera persona, de los técnicos que se hacen cargo de la derrota, como si eso fuera suficiente, de los periodistas deportivos que pontifican durante horas sin decir nada interesante, o se transforman en enciclopedias aburridas que, google mediante, dejaron de tener sentido.

Y de los hinchas. Me harté de mi marido y de mis hijos. De temer que les dé un infarto. De sus cábalas francamente estúpidas. De las curtidas y las cargadas. De soportar un hijo de Central y uno de Newell's, los dos fanáticos insoportables durante su adolescencia. Y me harté de la violencia, el negociado, las barras bravas y los narcos.

Pero con el Mundial no puedo... no puedo. Junto las figuritas con mi nieto, son 680, ya tenemos medio álbum, varios escudos brillantes, casi todos los equipos campeones de otros mundiales, la de la Copa de la FIFA, bastantes jugadores del equipo argentino. No lo tenemos todavía a Messi, pero seguro ya lo vamos a conseguir. El Mundial ya comenzó a ponerme nerviosa.

Mi inquietud se desencadenó el día del sorteo de las zonas: no lo podía creer, Islandia estaba en nuestra zona. Yo conozco Islandia, estuve hace un par de años. Y jugaremos el primer partido justo con Islandia. Yo que estaba dispuesta a hinchar por ella con toda la pasión, a brindarle mi latina y experimentada vehemencia. La pucha. Injusto. Muy injusto.

Islandia es un país increíble. La gente es tranquila y atenta, pero sin exagerar. Hacen lo suyo, y te dejan hacer. No te abrazan, pero tampoco te abandonan. Se bancan unos inviernos imposibles, pero tienen buen humor y aprovechan para leer libros y ver mucho cine. Las escuelas tienen piletas climatizadas con toboganes en espiral. Dejan las puertas de las casas sin llave y nadie se roba nada. Con un promedio de 1,8 asesinato por año, el país se conmociona cuando encuentran en una playa, el cadáver de una mujer desaparecida ocho días atrás.

Les juro, es así. Aunque parezca imposible, es así. Se parecen a nosotros en que tienen paisajes maravillosos. Montañas, volcanes, lagos, geiseres, glaciares. La tierra del fuego y el hielo, le dicen. Como nosotros, pero sin cataratas ni pampa ni puna. Claro que allá los baños públicos, en la mitad de la nada, en medio de esos paisajes maravillosos, a cientos de kilómetros de cualquier asentamiento urbano, tienen calefacción, papel higiénico, jabón y toallas. Y en algunos, prismáticos para mirar a lo lejos. Y en todos, mesitas y bancos, como esperando a un argentino que se detenga para tomar unos mates. Y ni un ser humano que cuide, ni cobre, ni controle. La gente solita se hace cargo de cuidar las cosas.

También compartimos a Jorge Luis, quién diría. Cosas del azar. O no. Borges fue quien compiló la mitología islandesa. Argentina fue la tierra de su cuerpo, Islandia la de sus sueños.

"De las regiones de la hermosa tierra

Que mi carne y su sombra han fatigado

eres la más remota y la más íntima...

Islandia, te he soñado largamente...".

Islandia tiene algo más de 330.000 habitantes. Pocos. Muy pocos. Tal vez por eso, todos los años, alumnos, docentes y padres, se reúnen en asamblea  y deciden qué enseñar en las escuelas. En esas, todas, que tienen piletas y también canchas de fútbol.

¡Qué desgracia, dios mío! ¡Justo el primer partido con el corazón partido al medio! Mis hijos me miran con cara de espanto, sin entender cómo puedo estar partida al medio si juega Argentina. Delante de mi nieto, por las dudas, no digo nada. No soportaría que me mirara como a una traidora.

Por suerte, para calmar mi desazón, leí un reportaje a Benjamín Hallbjörnsson, algo así como el jefe de la hinchada islandesa. Este señor, que al igual que nuestro vernáculo Tula toca el tambor en los partidos

(aunque creo que ahí se terminan las coincidencias), recordaba que en la Eurocopa 2016, la primera gran presentación de la selección islandesa, su equipo debutó con Portugal y empató 1 a 1. Luego, la selección de Ronaldo le ganó la final a Francia.

"Está escrito en el cielo" dijo. "Islandia trae suerte. Argentina igualará con Islandia 1 a 1 el 16 de junio en Moscú y terminará siendo campeón del mundo". ¿No les dije yo? Los islandeses son geniales. Ojalá también sepan leer en el cielo.

     

[email protected]