Agustín Guerrero sorprende. Ya no debería, pero sorprende. Hoy cumple 30 años y lleva media vida siendo un referente insoslayable de las nuevas generaciones del tango. Compositor y pianista eximio, estudioso como pocos de los géneros tradicionales argentinos, es, también, un vanguardista de primer orden, un académico impecable y un pibe capaz de imponer un silencio reverencial en la Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner o en una milonga clandestina. Tuvo dos orquestas típicas. Exploró a fondo sus ideas musicales. Guerrero toca. Todo el tiempo: sólo, en dúo con el guitarrista Juan Martín Scalerandi, en trío sumando al rosarino Leonel Capitano, en Quinteto. Y en cada presentación en vivo, suma algo. Hoy, con su cumpleaños, comienza un raid de presentaciones. Esta noche le tocará a Orillas Gardelianas, el proyecto que sostiene con Scalerandi y Capitano, en el que revisan y actualizan el repertorio criollo del Zorzal. Esta cita será en el Club Atlético Fernández Fierro (Sánchez de Bustamante 772) a las 21.

El 8 de julio, en el Centro Cultural Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037), estrenará junto a su quinteto Epopeya Argentina, una obra inédita de Astor Piazzolla en homenaje al peronismo (ver aparte). Y para el 11 de agosto dejó la presentación de Nueva música argentina, el CD en el que se reparte  nuevas composiciones folklóricas junto a Scalerandi (será en el Almacén Santa Rita, de Adrogué). Y por si fuera poco, compartirá fechas en Capital y Gran Buenos Aires con otras bandas, como Les Minots (este sábado en Interlunio).

“La idea con Orillas Gardelianas es reivindicar la parte criolla de Gardel, que es enorme”, plantea Guerrero, sobre los quince temas que componen el disco epónimo. “Quizás es lo menos repasado de su obra, pero es algo que él mantuvo presente a lo largo de toda su carrera”, reflexiona mientras enumera los géneros en los que incursionó el enorme cantor y que el trío retoma: algún estilo, una cifra, un triunfo, tangos y milongas camperas. “Decidimos hacer una revisión con todo eso y desde el conocimiento de los tres, sobre todo de Juan con lo que tiene que ver con los géneros de la llanura pampeana, hicimos una recopilación e intentamos que esté cubierto por autores distintos que hayan abordado el criollismo”, propone.

–Su trabajo se asocia muy rápidamente con algo más vanguardista o académico, pero tiene un fuerte costado folklórico tradicional también.

–Creo que el dúo con Juan Martín resume un poco todo. Por un lado, tiene el arraigo con la música folklórica que se forjó en la Argentina. A partir de eso, y conociendo las expresiones folklóricas genuinas de acá como el chamamé, el tango, la chacarera, el gato, las de la llanura pampeana como el triunfo o el estilo, vas a escuchar música argentina nueva. Hay cosas con un tinte más tradicionalista y otro más vanguardista. Pero se junta todo. La premisa es que sea toda nueva música.

–¿Y Orillas Gardelianas?

–Es un trabajo más revisionista, con una mirada más actual a toda esa obra que grabó Carlos Gardel y que formó la identidad nuestra. Después, el Quinteto sí tiene una impronta más vanguardista donde la tradición es tomada de forma inconsciente en mi forma de accionar, componer y crear, pero la búsqueda es más internacional.

–Pateando los bordes del género.

–Totalmente. Y saliéndome con decisión también. Entrando en otros géneros, cuestiones del rock, el jazz y –no es novedad– la música contemporánea. Pero todo conviviendo junto, modificándose. Ahí sí está la cuestión vanguardista, podríamos decir.

–Usted tiene un costado fuertemente militante desde el arte.  ¿Cómo se manifiesta en estos trabajos?

–En Orillas... agarramos toda esta vorágine de información que nos rodea y decimos “mirá, está todo esto”, pero también está todo este contenido por detrás nuestro, que nos hizo como seres culturales, y que tenemos que conocer y reivindicar. Ese fue el trabajo. Hay una resistencia a la globalización y la igualación de las culturas. Esto es lo que somos y podemos hacer esta música en la actualidad, sentirnos identificados y disfrutarla. No sólo eso, podemos agarrar todo lo que nos identifica y forma parte de nuestra tradición, y hacer algo nuevo con eso. El Quinteto sería más “puedo agarrar toda la mierda que el sistema nos tira y hacer algo con eso, reciclarlo”. Desde mi lugar: Buenos Aires, Argentina, Burzaco, este suburbio del mundo.

–¿Cómo se acerca a los géneros a la hora de componer estas nuevas obras?

–Con el tango tengo algo particular. Forma parte de mí, de mi lenguaje, mi expresión. No me acerco. En todo caso, tengo que alejarme de eso para acercarme a otra cosa. Y a eso otro me acerco primero como observador, como analista, para escuchar y captar ciertas cuestiones que me llaman la atención, los que me parecen grandes logros compositivos de un arreglo, un armado de una música. Suelo escuchar sin saber qué estoy escuchando. Le pido a Mariana, mi pareja, que ponga un disco de rock, y sin saber de qué se trata, voy escuchando. Así conocí una banda de rock sinfónico sueca de los 90 con ideas buenísimas, por ejemplo. Presto atención a cómo arman las bases, cómo trabajan las escalas con modos que no son tan propios de la música tonal. Así también me pasa con el jazz. Voy incorporando a nivel musical algunas cosas.

–¿Las va “tanguerizando”?

–Solas se tanguerizan, porque cuando las agarro y pongo en mi música ya lo hago yo, se acomoda. En el Quinteto no busco que eso sea tanguero. No es esa premisa, a diferencia de la Orquesta, donde sí lo buscaba. La del Quinteto busca ser una música que me caracterice a mí y a mi era, esta cosa global de la que formo parte.

–¿Y con el dúo?

–Con el dúo sí hay una intención de ir a los géneros e ir creando. Ahí sí aparecen cuestiones que tienen que ver con los géneros argentinos o un poco en la música contemporánea.

–Scalerandi también compone. ¿Cómo es el trabajo en conjunto?

–La mitad de las composiciones son de Juan. Es buenísimo porque nos entendemos muy bien y los dos supimos nutrirnos muy bien de lo que el otro hace. El toca bárbaro, y es un tipo con una mente muy profunda y una visión muy interesante. Es más localista con lo que hace. El cree que puede tocar la música de su lugar y crear algo nuevo. Un poco eso de pinta tu aldea y pintarás el mundo. Yo tengo ese conocimiento, pero no con su nivel de profundidad, entonces me nutro y aprendo de todo eso. A él por ahí le pasa que yo estoy probando cosas extrañas, cosas dodecafónicas, y empieza a hacerlo también. Así nos vamos nutriendo los dos.

–En vivo da la sensación de que se tiran centros todo el tiempo. Sus composiciones suelen empezar con un solo, una idea musical y luego van peloteándose en base a eso. ¿Lo piensan así?

–En el dúo hay una idea de trabajar las posibilidades que brindan los dos instrumentos en simultáneo pero sin perder las posibilidades de lo que brinda cada instrumento por separado. Que son muchísimas, porque son la guitarra y el piano, los instrumentos más explotados como solistas. Entonces está bueno jugar con eso, que esté el instrumento solo y con el otro. Y hay distintas alternativas a configurar las texturas que nosotros trabajamos musicalmente. De golpe, la guitarra puede ser un rasgueo y con eso ya te dijo todo, el piano tira una melodía sencilla y ya está. O yo trabajo los extremos y la guitarra en el medio. O un trabajo contrapuntístico con varias melodías simultáneas. O en métricas distintas. Se pueden hacer mil cosas. Con la voz hacemos esto, pero más abajo, más tranquilo. Salgán decía siempre que en orquesta con cantor explotaba menos los recursos que le gustaban. Acá hacemos lo mismo: bajamos diez mil cambios y cuando subimos, subimos en algún lado particular. Nos amoldamos a la situación.

Si Guerrero y sus músicos se amoldan a la situación, los espectadores se amoldan a Guerrero. Ya sea atravesando Buenos Aires o yéndose al conurbano para escucharlo, o preparándose para sorprenderse. Porque no se aprehende a Guerrero en una escucha, en un recital. Pero cada ocasión de verlo en vivo es una experiencia particular para encontrarse con una nueva idea, otra faceta o un concepto más desarrollado que antes. Cada concierto es, aunque el DNI diga otra cosa, un feliz cumpleaños para la música.