Si el conteo en el Congreso se realizara sobre los diputados y diputadas que hicieron o no un aborto, no habría dudas: la ley sería aprobada por amplia mayoría. Pero lo mismo hubiese ocurrido hace ocho o doce o 16 o 32 años, para seguir el ritmo de los mundiales, aunque el tema ni siquiera pudo ser tratado. Lo que permite soñar que esta vez será distinto, y que la Argentina puede finalmente entrar en la modernidad, es la potencia del movimiento de mujeres, capaz de crear en toda la sociedad un nuevo sentido común que derrota hasta a la hipocresía y ningún político con aspiraciones está en condiciones de desafiar.  

Por eso la legalización del aborto ya es solo cuestión de tiempo. Si finalmente el pasado impone en Diputados una tenue mayoría, o si el Senado interrumpe con su carga de conservadurismo la ola verde, todos saben que la próxima Legislatura se verá obligada a darle curso. De la misma manera que el gobierno de Macri se vio obligado a destrabar el debate sobre un reclamo que desbordó las calles de la mano de NiUnaMenos.

Curiosamente la votación en curso viene a confirmar una vieja realidad: que los verdaderos cambios democratizadores, que la izquierda pregona desde siempre, llegan en la Argentina de la mano del peronismo. Un vistazo rápido al tanteador muestra que entre los diputados que de alguna manera se referencian en esa corriente son mayoría los que avalan el derecho de las mujeres a disponer de su propio cuerpo. Así como en el espectro panoficialista, supuestos herederos de tradiciones laicas y liberales, son más los que se encolumnan, con el Presidente a la cabeza, para mantener a las mujeres encadenadas a la historia.

Si esta vez no es la vencida, será el próximo gobierno, y el próximo Congreso, el encargado de concretarla.

Pero será solo expresión del cambio que ya se operó en la sociedad. Las mujeres en primer lugar, empezando por las más jóvenes, y buena parte de los hombres, ya saben que el derecho a decidir es una necesidad impostergable. Lo hizo posible la larga marcha del feminismo (asimilable a la que protagonizaron los organismos de derechos humanos) y la imparable ola de mujeres que reclama trascender la cocina de la historia.