La Cámara de Diputados ya llevaba poco más de media hora debatiendo el proyecto que despenaliza la interrupción voluntaria del embarazo pero en la esquina de Hipólito Yrigoyen y la avenida Entre Ríos, los grupos que se oponen a la norma no se habían enterado. Todavía esperaban, decían, el arribo de los ómnibus que traerían a la mayoría de los autodenominados “defensores de las dos vidas”. El viento frío los obligaba a acercarse uno a uno buscando (peligrosamente) calor. Otros, en tanto, preferían darse ánimo dando saltitos y al grito –un tanto destemplado– de “sí a la vida”.

La división de la Plaza del Congreso los mantuvo alejados del ya bullicioso sector de los que respaldan el proyecto de ley. Las diferencias entre unos y otros eran notables. Allá cánticos, acá silencio. Allá verde, acá celeste, rosarios, imágenes de vírgenes y camisetas de la selección argentina para demostrar que “somos argentinos por la vida”.

El hombre parado en la intersección de las calles tomó el megáfono y levantó su mano derecha. Meditó unos segundos y luego levantó su cabeza, abrió los ojos y gritó: “Esto es un negocio y dios lo sabe. Es un negocio sucio donde se construyen castillos con miles de almas y de niños inocentes”, dijo y se atragantó. Lo miraron tres hombres que lo acompañaban. Le acercaron una Biblia y el posible pastor, ya repuesto, retomó el megáfono y pidió que “dios tenga misericordia de estos pecadores pero sepan que dios también los ama”, dijo y sus acompañantes asintieron.  “A los Estados que no escuchan les digo que todo esto queda registrado. Arrepiéntanse y no voten por esta ley porque pone en riesgo la vida de miles”, gritó y la garganta volvió a jugarle una mala pasada. Uno de sus amigos le trajo agua mientras otro, un tanto alejado, preguntaba por el valor de un choripán.

Daniel llegó de Rosario durante la madrugada junto a un grupo de fieles de una iglesia evangélica. Aseguró que en cualquier momento llegarán más de los suyos que vienen en dos colectivos que alquilaron. “Seremos muchos”, afirmó y restregó sus manos para conseguir calor. Gabriela, otra integrante de su congregación dijo que “Vinimos porque apoyamos la cultura de la muerte”, dijo, todos la miraron y ella, sonrojada, se corrigió: “la vida, la vida. Los que apoyan la ley apoyan la cultura de la muerte”. Luego Daniel se sumó y dijo que no es un tema de salud pública porque “el embarazo no es una enfermedad y tampoco puede ser gratuito”. Entusiasmado por su afirmación, Daniel aseguró que “detrás de todo esto hay intereses multimillonarios y (Donald) Trump ya lo rechazó”. PáginaI12 preguntó qué hizo el presidente norteamericano: “Rechazó los subsidios a las empresas que hacen abortos”, afirmó y se hizo un largo silencio. 

“Los que estamos a favor de la vida sabemos que vamos a triunfar”, indicó Estela que dijo trabajar como abogada en un Ministerio y advirtió que si se aprueba en Diputados “vamos a seguir batallando en el Senado. Nada nos detiene”. Estela aclaró que “lo que se está buscando es controlar a la sociedad. ¿No me cree? Lo exige el FMI que no quiere más nacimientos y tampoco viejos. Lea, lea los diarios”.

Un joven sacerdote caminaba de un  lado para otro. Se llama Juan José y trabaja en La Plata y en el barrio Savoia. Aseguró que está en la calle para defender “a los que no tienen voz ni voto que no pudieron elegir a estos legisladores que eligen si alguien vive o no”.

–¿Quiénes son los que no tienen votos?– preguntó este diario.

–Los que están en el vientre materno...

–Perdón, más allá de su creencia le digo que no votan...

–Pero si no viven no podrán votar y si viven no votarían esta ley.

–¿En serio?

–¡Claro! Pero hasta tanto nosotros trabajamos para una cultura de vida. Es más, te digo que la mujer no puede optar porque una vez que está embarazada esa vida ya no le pertenece. Eso es clarísimo y no le cabe el derecho a decidir por otro.

–¿Pero si se aprueba la ley?

–Imposible porque entonces habrá que aprobar una ley que permita el robo, la trata, la venta de órganos porque esas cosas pasan aunque haya ley que lo prohíba, dijo y pidió disculpa para sumarse al cántico que por primera vez aparecía entre un pequeño grupo de jóvenes: “sí a la vida”.