Hoy hace un siglo la universidad pública comenzó a cambiar para siempre en Latinoamérica y gran parte del mundo, gracias a un movimiento iniciado en Córdoba por estudiantes y jóvenes profesores para transformar lo que hasta entonces era una universidad elitista, cerrada sobre sí misma y dogmática. El estallido, conocido como Reforma Universitaria, se extendió a las otras dos universidades que había en el país y luego a toda la región, conquistó un legado que aún define los rasgos centrales del sistema universitario: el cogobierno, la autonomía y la libertad de cátedra. En el primer centenario de aquella rebelión, investigadores del mundo académico y dirigentes del movimiento estudiantil –consultados por PáginaI12– reflexionan sobre su vigencia y alertan sobre las amenazas a sus conquistas.

En el actual contexto de ajuste del presupuesto universitario, paralización de obras de infraestructura y recorte del salario docente y las becas estudiantiles, el movimiento reformista continúa siendo una referencia para la lucha de estudiantes y docentes en defensa de la universidad pública. Pero esa referencia es disputada por todos los actores del sistema universitario, aún cuando sus posturas los ubican en sectores políticos opuestos.

Los funcionarios del Ministerio de Educación se definen como reformistas y evocan con frecuencia sus conquistas, también lo hacen las agrupaciones estudiantiles que en nombre del mismo proceso histórico se oponen a las políticas del Gobierno. “El significante ‘reforma’ y su legado tiene un uso conservador que busca legitimar las políticas actuales y un uso transformador que se lo apropian para poner en cuestión la situación presente. Pero es un legado esencialmente cuestionador, que invita al posicionamiento crítico y no conservador”, aseguró Sandra Carli, doctora en Educación, investigadora del Conicet y docente de la UBA.  

Antes de la Reforma, la universidad era una institución estática, en la que no se permitía el ingreso de nuevos profesores, ya que los cargos docentes no se concursaban, los estudiantes no participaban del gobierno de las casas de estudio, que eran aranceladas y con nulo compromiso con las problemáticas del resto de la sociedad. Los reformistas cambiaron gran parte de estos rasgos y abrieron las puertas para la posterior gratuidad de la educación superior pública, alcanzada bajo el peronismo, en 1949.

Conquistas en peligro

Si bien las banderas de la reforma hoy son parte del sentido común universitario, los especialistas invitan a no darlas por sentado y alertan sobre su estabilidad. La doctora en Pedagogía y ex diputada Adriana Puiggrós apuntó que el legado reformista tiene total actualidad pero, al mismo tiempo, está pendiente. “Todas las proclamas, la libertad de cátedra, el cogobierno, la autonomía, la gratuidad, tienen que ser defendidas. Sobre todo cuando desde los intereses de las grandes corporaciones informáticas, editoriales y financieras se toma a la universidad como un espacio del mercado y se deforman esas banderas. Hoy se ve una puja entre la autonomía, en el sentido reformista, y la autonomía de mercado”, dijo.

Para Puiggrós, el rol que la dominación monárquica y clerical jugaba sobre la universidad en el siglo pasado, y contra el que se alzaron los estudiantes, hoy fue ocupado por las grandes corporaciones. Una influencia externa que se plasma, por ejemplo, en el caso de las empresas que hacen convenios con universidades para hacer investigación y que se apropian de las patentes que produce ese trabajo.

“El gran enfrentamiento actual en materia universitaria es con el mercado. El avance de las corporaciones busca y requiere destruir las instituciones educativas modernas, porque ponen freno a los negocios y le dan voz a una comunidad que defiende sus propios intereses, sobre todo cuando hay participación de docentes y estudiantes”, afirmó la ex diputada, que, durante su mandato en el Congreso, fue la mentora de la modificación de la Ley de Educación Superior que incorporó la gratuidad de los estudios de grado.

Crítica pedagógica

El Manifiesto Reformista del 18 también fue una declaración de amor. Una dimensión no tan conocida de sus consignas contiene una profunda crítica a la forma de concebir la docencia. “Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden (...) Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales”, proclama el Manifiesto.

Para el doctor en Ciencias Sociales Martín Unzué, director del Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA), esta demanda de los reformistas pone en el centro una reivindicación de la educación como factor de cambio. “La relación docente-estudiante es pensada como relación de transformación del estudiante. El Manifiesto está requiriendo un compromiso y una entrega con la universidad de esa comunidad estudiante-profesor, que a veces se pierde de vista, especialmente cuando la universidad toma un sesgo de ‘tiempo parcial’, donde los estudiantes y docentes sólo van a pasar un rato”.

“Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclama el sentimiento y el concepto moderno de las universidades”, continúa el Manifiesto, y abre la discusión sobre lo que Unzué rescata como parte del legado de la reforma: sentar la idea de la universidad como comunidad. “Los reformistas demandaron una universidad que produzca conocimiento y no que sea un mero enseñadero. La universidad tiene que producir cultura, educación, conocimiento con independencia de la cantidad de graduados. No es malo producir egresos, pero no es lo único que hace la universidad, ni es por lo que debe medirse su pretendida eficiencia”, agregó el investigador.

Para Carli, la idea de comunidad universitaria, que también reconoce al legado reformista, hoy está en riesgo. “Es una comunidad que invariablemente está atravesada por el conflicto y el debate, pero que caracteriza a nuestras universidades como institución. Cuando avanzan tendencias mercantiles y pragmáticas esa experiencia de comunidad está amenazada y es una cuestión a revisar”, explicó la especialista.

A cien años, las banderas principales de la Reforma siguen vigentes, pero también se suman nuevos reclamos, no atendidos por el movimiento iniciado en 1918. Para Carli, los más importantes son la gratuidad y el acceso irrestricto, que se conquistaron con posterioridad, y también la perspectiva de género, que no formaba parte de la cosmovisión reformista. “La cuestión de género hoy es parte central de las proclamas de las organizaciones estudiantiles. La identidad de la universidad pública hoy es replanteada como universidad pública, popular y feminista y está instalada en el discurso político sobre la universidad de manera muy clara.”

Informe: Inés Fornassero.