En la entrevista del domingo pasado en PáginaI12, Andy Summers declaró tener unas 170 guitarras. Pero sobre el escenario del Teatro Coliseo solo tocó una, la clásica Stratocaster roja que tantas veces se le ha visto colgada. Quizá es que no necesita más que eso. Sí, a sus pies hay una interesante pedalera, pero el guitarrista no es solo un inspirado creador de climas sonoros. A lo largo de poco más de hora y media de show, los símiles se agotan: Andy Summers la gasta. Andy Summers la descose. Andy Summers la rompe. Andy Summers da cátedra. Y el Coliseo, repleto, se viene abajo.

Desde el explícito título Call The Police, la agrupación que completan el Paralamas Joao Barone y el Barao Vermelho Rodrigo Santos fija las coordenadas de un menú imperdible, atractivo desde el vamos. Ese material inoxidable registrado entre 1978 y 1983, las canciones que edificaron la leyenda de The Police, una oferta imposible de rechazar. Y la expectativa empezó a quedar satisfecha desde la intro grooveada y bailable de “Voices In My Head” aún con el telón cerrado, y la explosión inicial de “Synchronicity II”. ¿Cómo no encenderse de inmediato? ¿Cómo recuperarse del golpazo, si de sobrepique el trío se tira de cabeza a una larga introducción que desemboca en “Demolition Man”?

Pero además, lo de Call The Police excede el ejercicio nostálgico. Las versiones son reconocibles, claro, sobre todo porque uno de los grandes encantos de la noche es ver y escuchar a Andy corporizando ese sonido tan suyo. Pero el grupo también abre el juego a segmentos en los que la canción es la base pero ellos se dejan llevar, expanden el horizonte, juegan con la leyenda. Allí es donde Summers provoca una caída general de mandíbulas y agota los sinónimos. Joder, el tipo no puede tocar tan bien. No es una cuestión de virtuosismo, que por supuesto lo tiene. Ese hombre, que ya a los 16 años curtía la escena inglesa –y por esa minoría de edad sus compañeros de Zoot Money’s Big Roll Band y Dantalian Chariot tenían que meterlo a escondidas en el escenario– y después imprimió su sello personalísimo a la bestia que completaban Sting y Stewart Copeland, ha desarrollado una paleta de recursos que le permite extasiar de varias formas. Puede ser un solo enfurecido en “Spirits in The Material World” o la demoledora lectura de “So lonely”; pueden ser los acordes marcianos de “King of Pain” o el efecto hipnótico, espacial, de “Walking On The Moon”, o la interminable belleza de sus cuerdas estiradas en “Tea In The Sahara”. “Más o menos”, se ríe él mismo cuando termina precisamente “So Lonely” y más de uno está temiendo que alguien se tire en picada de la segunda bandeja del Coliseo de puro entusiasmo. Es más y es menos: Andy puede tocar muchas o pocas notas, la cuestión es que siempre toca las notas justas.

El festival no se agota en ese señor que a los 75 años tiene la vitalidad y el entusiasmo de un pibe. Habìa que repartir la atención en la pequeña gigante humanidad del violero y la bestia sentada detrás de los tambores. Porque no caben dudas de que Copeland es otra de las marcas de identidad de The Police, pero Barone no sólo está a la altura de lo que se necesita sino que se atreve a redoblar la apuesta. Al brasileño ya se le conocen largamente sus virtudes de tantas veces de ver a Paralamas en escenarios argentinos, pero aún así dio lugar al asombro cuando motorizó ese final de “King of Pain” mucho más intenso que el original o en la tremenda energía que supo disparar en la arrasadora “Can’t Stand Losing You” o la contagiosa marcha en “De Do Do Do, De Da Da Da”. Potencia y contractura rítmica, ese delicioso combo de aceleración con espacio para el toque sutil en un mínimo tambor o platillo: en los papeles Barone era el baterista ideal para una “celebración” de la música de The Police, en los hechos cubrió todos los cheques.

El que llevó la peor parte, claro, fue Rodrigo Santos. No es fácil asumir esas partes vocales allá arriba de Gordon Sumner, y por eso la performance del bajista fue desigual. Hubo momentos en los que llevó el asunto con elegancia y no desentonó en la andanada que llegaba del escenario, pero también pasajes en que quizá hubiera sido preferible que buscara un nuevo arreglo antes que forzar sus capacidades a lugares en los que ese esfuerzo se hizo demasiado evidente. “Roxanne”, nada menos, fue uno de ellos. Pero también “Driven To Tears”, donde su dificultad para clavar el registro justo llevó incluso al único momento de vacilación de la banda, algo perdida en uno de los puentes. El detalle no llegó de todos modos a opacar lo general, y sus cuatro cuerdas ofrecieron la misma pesadez con groove que caracteriza al músico original, y a la vez supo ocupar el lugar de showman en las dosis justas. 

Tal como prometió Summers en la previa, la lista de quince canciones presentó un grueso de “esas que saben todos”, aunque se permitió una visita a momentos algo menos hiteros como la extraordinaria “Invisible Sun” o la misma “Tea in The Sahara”. Todo lo demás fue aquello que todo fan de Police deseaba festejar, activar la máquina del tiempo y reencontrarse con músicas que trascienden las épocas y las modas. Para no dejar dudas, el trío liquidó la faena con –claro– “Every Breath You Take”, “Message in a Bottle” y el bis con una impecable versión de “Every Little Thing She Does Is Magic”, y ante el fervor de una sala de pie Summers decidió agregar, fuera de programa, nada menos que “Truth Hits Everybody”, uno de los grandes momentos del disco debut que en noviembre cumple 40 años. A esa altura la fiesta llegaba al rango de apoteosis. Y a nadie se le ocurría llamar a la policía.