Más allá de los aspectos financieros coyunturales de la corrida cambiaria de las últimas semanas que llevaron a que el Gobierno Nacional chocara una calesita por su impericia para manejarla, el problema de fondo es que no tiene ningún sentido económico pretender afrontar el déficit estructural de divisas de la economía con capitales especulativos de corto plazo que entran para hacer una diferencia rápida y al primer síntoma de inestabilidad liquidan posiciones y se retiran, sobre todo cuando en dos años no hubo ninguna señal de resolución del problema estructural.

La cuestión de fondo es que Argentina pasó de tener superávit en su cuenta corriente con el resto del mundo hace ocho años a un déficit de 30.800 millones de dólares en 2017; entre 2015 y el año pasado el déficit externo se incrementó 75 por ciento, pasando del 2,7 al 4,8 por ciento del Producto Interno Bruto. En ese mismo período, la deuda externa total pasó de 170 mil millones a 233 mil millones de dólares, es decir del 26 al 36 por ciento del PIB. Todo esto bajo la promesa de que ahora vamos a crecer en serio generando nuestras propias divisas, cuando los últimos dos años demuestran todo lo contrario.

La única solución estructural a largo plazo es que la economía comience a dar señales claras de que se encamina hacia un superávit de la balanza comercial de bienes y servicios reales, que le permita atender con divisas genuinas al menos los servicios de su deuda externa o refinanciando sólo una parte de ellos para mantener una participación más o menos constante de la misma con respecto a un PIB creciente.

Los datos actuales son totalmente contrarios a esa señal. El balance entre bienes exportados e importados es negativo en 5550 millones de dólares, mientras que el de servicios reales (no financieros) fue negativo en casi 9800 millones, de los cuales 9000 millones correspondieron al déficit por transportes y viajes (en su gran mayoría por turismo); Las divisas que los argentinos gastan en el exterior (importación de servicios turísticos) fue de alrededor de 16 mil millones de dólares, mientras el ingreso por ese concepto no llegó a 7 mil millones.

Condiciones

¿Cuál es la clave para revertir una situación de estas características que no sea una recesión galopante como la de 2002 para importar y viajar menos? Tener un tipo de cambio real (valor del dólar en relación con los precios internos) que haga competitiva a la producción nacional con respecto a la del resto del mundo. Esa es la condición necesaria; la suficiente es tener una política comercial que fomente la producción nacional, promueva las exportaciones y no regale el mercado interno a la competencia con el ambiguo argumento de la eficiencia.

Analicemos lo de la condición necesaria, es decir el tipo de cambio real competitivo. Alguien podría apresurarse a decir que con esta corrida cambiaria y el aumento del tipo de cambio nominal (valor en pesos del dólar) estaríamos yendo hacia ese objetivo. Pero esto no es tan sencillo ya que este gobierno no sólo no encontró aún la manera de contener la inflación sino que a fuerza de tarifazos y quita de subsidios la ha elevado por encima de la los años anteriores a su gestión. Si los precios internos aumentan tanto o más que el dólar, el tipo de cambio real en lugar de mejorar habrá empeorado.

Pero hay una segunda cuestión: la elevación de los precios internos al ritmo de la devaluación también afecta el poder adquisitivo de los salarios, sobre todo en el contexto que está planteando el gobierno de poner un techo de ajuste nominal a las negociaciones paritarias del 15 por ciento para este año, no sólo inferior a la inflación pasada de 2017 sino inferior también a la inflación que habrá sin dudas este año, muy superior a la meta trazada por el Banco Central y que ya nadie cree. Obviamente, el deterioro del salario real reduce aún más el consumo y la demanda agregada, con lo cual el ajuste del sector externo se haría por la vía recesiva que reduce también la demanda de importaciones.

Ejercicio

Para tener una idea más clara del juego de estas variables de tipo de cambio, precios y salarios se puede hacer un ejercicio, con una devaluación del 40 por ciento. En nuestra economía se producen dos tipos de bienes: los transables internacionalmente (que se pueden exportar o importar) y los no transables, que no sufren la competencia internacional. En los primeros la devaluación impacta directamente y en la misma magnitud en sus precios finales, mientras que en los no transables ese impacto depende de dos cosas: el componente importado en sus costos y el estado de la demanda. 

En una economía dolarizada como la Argentina este último factor es importante al punto que cuando la demanda tira mucho, es decir cuando hay pleno empleo, salarios altos y mucho consumo, se comportan como los transables ante una devaluación y la trasladan casi automáticamente a sus precios finales. 

En cambio, cuando la demanda está floja porque hay recesión y caída de salario real y consumo, como ahora, el traslado a precios es más moderado. Este traslado a precios de las devaluaciones se conoce en economía con el telúrico nombre de pass-through (PT). 

En este ejercicio vamos a suponer tres situaciones: 1) pleno empleo y demanda robusta, con un PT del 90 por ciento de la devaluación; 2) recesión moderada, con un PT del 50 por ciento, y 3) recesión fuerte, con un PT del 20 por ciento. En los no transables supondremos además que los aumentos salariales se trasladan también a sus precios finales de acuerdo a su incidencia en los costos de producción, cosa que no pueden hacer los transables porque tienen el límite de la competencia externa.

Finalmente, para completar el ejercicio se supone que los bienes transables representan el 30 por ciento de la producción interna y los no transables el 70 por ciento restante, y que los salarios representan el 40 por ciento de los costos de producción de éstos. Con estos datos los resultados son los siguientes:

  1. En una situación de pleno empleo con demanda pujante, una devaluación del 40 por ciento llevaría a una inflación de casi 46 por ciento, una caída del salario real de casi 11 por ciento, una reducción del tipo de cambio real del 4 por ciento y una disminución del costo salarial en dólares del 7 por ciento, que junto con la recesión por caída del salario real serían los únicos dos factores que podrían contribuir a mejorar algo la competitividad internacional de la producción nacional.
  2. Con una recesión moderada, la inflación sería algo menor que la devaluación (32 por ciento) pero el doble que la meta oficial, la caída del salario real casi del 9, la mejora del tipo de cambio real 6 y la reducción del costo salarial en dólares del 14 por ciento. Esta situación, si pudiera sostenerse socialmente, mejoraría un poco más la competitividad, reforzada por una recesión más fuerte.
  3. Si la recesión fuera más profunda, la inflación sería casi la mitad que la devaluación (22 por ciento), la caída del salario real un poco menor (casi 6), la mejora del tipo de cambio real 15 y la reducción del costo salarial en dólares del 18 por ciento. Si bien esta situación parece la más “favorable” para atacar la restricción externa, el problema es que a medida que eso sucede se va recuperando la actividad económica, hay más puja de precios y salarios, y las ventajas iniciales se van perdiendo como pasó a partir de 2007.

Proyecciones

Si bien no deja de ser un ejercicio hipotético, se non è vero è ben trovato, y se pueden sacar algunas proyecciones tomando los casos b y c:

  1. Con esta devaluación es muy probable que la inflación de este año se ubique entre el 22 y el 30 por ciento, dependiendo de cuánto tengan que aflojar en las paritarias para evitar conflictos sociales más graves.
  2. El salario real caería entre 5 y 9 por ciento, con la misma aclaración anterior, lo que impactará junto con los tarifazos en la demanda agregada con un casi seguro sesgo hacia el estancamiento y la caída del PIB, sin contar todavía el impacto recesivo adicional del stand by con el FMI.
  3. El tipo de cambio real mejoraría entre 6 y 15 por ciento y el costo salarial en dólares bajaría entre 14 y 18 por ciento, cosa que, junto con algo de recesión, podría contribuir a reducir un poco el déficit de la cuenta corriente externa, aunque faltaría medir el impacto negativo de la sequía en las exportaciones agropecuarias.

Restaría una última reflexión con respecto a si hay o no alguna posibilidad de que una corrección cambiaria pueda mejorar la competitividad de la producción nacional sin reducir el salario real y achicar el nivel de actividad. Hipotéticamente sí, aplicando el aumento salarial nominal de pleno empleo (30 por ciento) y el pass-through de la recesión profunda para los no transables (20 por ciento); de esta forma la inflación sería mucho menor que la devaluación y algo menor que el aumento de salarios, dando por resultado una clara mejora del tipo de cambio real (11 por ciento), una reducción del 7 por ciento del costo salarial en dólares y una leve mejora del salario real (3 por ciento).

El aumento nominal de salarios en 30 por ciento sería sólo una decisión política aunque no hubiera pleno empleo. La cuestión está en cómo lograr que los no transables sólo trasladen a sus precios el incremento de los insumos importados, los salarios y nada más, o sea cómo terminar con la inflación cambiaria por contagio. Eso también es una decisión política pero más difícil porque implica meterse (o sea ir adentro) en los mercados concentrados de la Argentina donde hay oferentes que manejan cuotas superiores al 30 por ciento de la oferta total

* Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, subcoordinador de la carrera de Economía.