Son tres los puntos cardinales con los que Héctor Tizón traza su itinerario para abarcar en este libro su experiencia como escritor y lector: el apego al terruño, el rescate de lo que significó para él la Puna jujeña y sus años de exilio. Toda esta mixtura temática la tamiza a través de crónicas, relatos y ensayos. El punto nodal que desbalancea la obra para el lado de la belleza y la anécdota sorpresiva, se refieren a los capítulos que le dedica a su niñez entre quebrachales e indios pescadores del río Bermejo.  No está ausente de esta evocación la localidad de Yala, su verdadero sitio en el mundo, las fiestas y ritos en la quebrada de Humahuaca, el recuerdo de sus abuelos y trabajadores casi desnudos que vendían pescado fresco y una visión del pasado que queda en el lector como postal en movimiento. Por eso la premura por destacar la función del ferrocarril en su crianza y en el imaginario popular donde se contaba la anécdota en el pueblo de que el entonces Mariscal Tito trabajó allí como dinamitero entre los rieles y la llanura.  

Era un rito insoslayable acudir a la estación todos los días martes aunque el tren ya no pasara y jugar con el fantasma de la muerte de Sundance Kid,compañero de Butch Cassidy en Bolivia casi en frontera con Jujuy. En esta zona del libro escrita en los años 90, se advierte la escritura de anticipación que logró el autor, dotando a la crónica de no ficción con rasgos que deben estudiarse por su carga de sentido y detalles con el recuerdo y la destreza del recurso del extrañamiento, la distancia justa para dar en el blanco de las piezas centrales del ajetreo de una ciudad, de un pueblo o de una bandada de pájaros. Los fragmentos dedicados a la literatura que siempre consideró comprometida con el cuidado y su forma de narrar y los vínculos entre su tarea como Juez, dejan ver muchos conceptos a tener en cuenta por un escritor, la idea de la justicia en su rol laboral y la ambigüedad que trasuntan las historias en sus obras. Y si de crónica se trata sólo basta con citar una invitación a visitar su casa que le envía por carta a Ezequiel Martínez Estrada: “Yo traté de entusiasmarlo para que viniera aquí, inventando una antología de Yala. Aquí recordaríamos los viejos temas: el tiempo de Proust redescubierto en el tintinear de los vasos de vino, en el mítico almacén de Alejandro Bara, las paredes cuyos revoques ostentaban leyendas con seguros, irremediables vaticinios peronistas, el rumor de las acequias cuesta abajo junto a los sauces de mi casa, este cielo de los atardeceres y este cementerio tan humildes, aquel ademan de la enlutada mujer que pasa, el ojo alerta de la vida, abierto y promisorio, el rastro de la sandalia de Dios, presente en cualquier lugar cuando aprendemos a verlo”. 

Los homenajes a los escritores Manuel Scorza, Jorge Calvetti y Raúl Galán exponen a las claras sus preferencias literarias, se arrepiente una y otra vez no haber aceptado ser el guionista de una película sobre el general Güemes y da lugar a grandes sorpresas como la mujer argentina de Ítalo Calvino junto a las glicinas indomables en las casas de adobe y su viaje a la ex Unión Soviética donde afirma que durante años no se leyó a Dostoievski. Y sufrió un misteriosos corte de luz cuando visitó el gran santuario dedicado a Tolstoi. En contrapunto cita a Henry Miller quien definió a los Estados Unidos como “una pesadilla con aire acondicionado”. De Tizón se puede decir que nada humano o literario le era ajeno, en especial su referencia y poco apego a las ideas de José Hernández en el Martín Fierro, donde enfrenta al gaucho con el inmigrante, versus el caudal de referencias a Juan Bautista Alberdi donde brega por abrir las puertas a ciudadanos extranjeros símbolo del vapor, el comercio y la libertad. Y sin eludir el debate sintetiza que “la postura actual resulta ser la de un discurso fragmentado, ‘liviano’, ahistórico, la del país desmemoriado, la del simulacro cultural y las modas de mercado”. 

Héctor Tizón también publicó, entre otros libros, Fuego de Casabindo, La mujer de Strasser y la novela Sota de bastos, caballo de espadas que fue publicada por primera vez por el Centro Editor de América Latina (CEAL) en 1975 y referente de la novela histórica en nuestro país.