El problema no es Jorge Sampaoli más allá de todo lo discutible que pueden haber sido sus decisiones antes y durante el Mundial. Tampoco el error clamoroso que ayer cometió Wilfredo Caballero y que demolió a un equipo endeble. El problema son los jugadores. Hay un grupo liderado por Lionel Messi y Javier Mascherano que no ha podido superar el impacto de las tres finales perdidas entre 2014 y 2016 (Mundial y dos Copas América) y que mentalmente está bloqueado. Incapaz de sobreponerse a cualquier adversidad que les suceda dentro de un campo de juego.

Por su condición de históricos, esa llamada “mesa chica” (que también componen Angel Di María, Sergio Agüero, Ever Banega, Lucas Biglia, Marcos Rojo, Nicolás Otamendi y que Sergio Romero integró hasta su desafectación), se ha convertido en un contrapeso para todos los entrenadores que estuvieron al frente de la Selección Argentina en los últimos cuatro años. Tanto Gerardo Martino como Edgardo Bauza y ahora Sampaoli, han tenido problemas para conectar con ellos. Replegados sobre sí mismos e inmunes a cualquier gesto que viniera desde el afuera, decidieron autogestionarse sin registrar la palabra y los deseos de los entrenadores que se sucedieron en estos caóticos tiempos. Más allá de las formalidades de cada partido.

Convencidos de que el silencio y el aislamiento los fortalecía, fueron los que impulsaron la mudanza de los partidos de las Eliminatorias a diversas ciudades del interior, la veda al periodismo que se extendió hasta el encuentro con Ecuador, el regreso al plantel de Gonzalo Higuaín y últimamente, la negativa a jugar el amistoso ante Israel. Cada técnico trató de traerlos para su lado, Sampaoli más que cualquiera. Incluso yendo en contra de sus propias convicciones. Pero no hubo caso. Sólo escuchan los ecos de sus propias voces. 

Hubo un intento de ventilar la atmósfera pesada llevando al Mundial a la nueva generación que tomará la posta luego de esta Copa. Pero Dybala, Lo Celso, Tagliafico, Salvio y Lanzini mientras estuvo son el futuro. Hoy, aquí y ahora el vestuario lo maneja “la mesa chica”. Y ese vestuario conflictuado y lleno de malas energías, tendrá que la milagrosa misión de lograr ante Nigeria en San Petersburgo, la clasificación a los octavos de final.

Ojalá el partido del martes nos desmienta. Estaríamos honrados de que así sea. Pero no parece haber demasiada fortaleza anímica como para hacerse cargo de la tarea. Los golpes recibidos en los últimos años han sido demasiados. Y el mazazo de ayer ante Croacia puede haber terminado de aflojarle las piernas al plantel y sumido a Sampaoli en una penumbra mayor de la que lo viene envolviendo. En otros momentos límites de la historia del fútbol argentino, la apuesta final siempre fue al carácter y a la rebeldía innata del jugador de estas tierras. No parece ser este el caso.