“¿Vos te pensás que me importa lo que escribas?”. El Gran Señor Sombrío del Fútbol Argentino fuma un habano Romeo y Julieta y, mientras despide el humo a lo más alto de la alfombrada habitación, ríe porque se siente suficiente. Y lo es. Este hombre se ha demostrado a sí mismo que puede casi todo y que no tiene problemas en cargarse al que sea. Si tiene que voltear un juez, lo voltea. Si se pone como objetivo a una gran figura, también lo conseguirá. Si necesita domesticar a un aliado político con adhesiones populares, también concretará. Y si necesita acceder al círculo más elevado del poder, tiene WhatsApp. “¿Vos te pensás que me importa lo que escribas vos? Si yo hago plata mientras duermo.”

El Gran Señor Sombrío escaló a fuerza de voluntades y de construcciones ajenas que se volvieron propias ante la que, cuentan los que lo conocen, es su gran virtud: saber hablar de dinero. Si acaso hubiera que elogiarle algo a este ser, sería eso y, con eso, ha ido escalando en la consideración de quienes se han regido toda la vida por el metal. Para su armado no hay dilemas morales: pone y saca gente como pone y saca dinero en las ruletas. En Rusia jugó un pleno para meter a un soldado suyo en la delegación. Y lo hizo. Como tantos otros, ese partido estaba arreglado de antemano en varias comidas en las cenas que ambos compartían hace tiempo. Todo buen Gran Señor Sombrío necesita de buchones a su servicio.

El Gran Señor Sombrío tiene un ejército en los micrófonos, construido a fuerza de favores, amenazas o económicas lealtades. Por ahí anda el caso de un hombre de trayectoria que puso a algunos miembros de su familia a trabajar en las empresas del villano en cuestión. A otros los puentea con negocios de la política y para ponerlos en la encrucijada puede detonar la organización de un evento deportivo que es billete de algún jefe pesado. Incluso, puede comprar impunidades en favor de lo que se le ocurra. Hasta de un museo. Muchos de sus soldados están en Rusia, porque hasta aquí se necesita tropa.

El Gran Señor Sombrío tiene servicios de todo tipo. Aquellos pueden salir de cobradores a levantar las deudas de cualquiera, desde el más anónimo hasta el mejor jugador del mundo. Si alguien tomó un compromiso político y el fútbol está de por medio, no se le ocurra no querer jugar en ese equipo, porque rápidamente aparecerán videos, fotos, audios o lo que sea. Además de servicios, claro, el hombre maneja jueces, por lo que puede ir descartando entrar en su batalla por ese lado. Una vez, un magistrado de zona sur intentó investigarlo. Unas semanas después, su familia lo obligó a frenar esa causa. El miedo es siempre un buen aliado y en Rusia, créame, las carpetas vuelan.

El Gran Señor Sombrío sabe apretar. Una vez, luego de una entrevista que no le gustó llamó al teléfono del jefe del cronista en cuestión para avisarle de aquello y presionar, incluso antes que siquiera el periodista volviera a su escritorio. Otra vez, volteó una investigación que lo involucraba en las cinco primeras páginas de un diario a las diez de la noche, casi con el periódico por imprimirse. “Animate a poner eso”, es la frase de cabecera con la que, sin temor a golpear la mesa, apunta y dispara. Si usted escuchó poco sobre su papel en lo que pasa en las afueras de Moscú, pues debe ser por eso.

El Gran Señor Sombrío no conoce limitaciones y piensa que su próximo negocio es vender el fútbol argentino a capitales extranjeros. Por eso, en el medio de una crisis de juego, quiere quemar lo que queda, quedarse con el equipo albiceleste y ser él la cabeza de todos los proyectos. A su vez, intentará que las sociedades anónimas asedien a los equipos con dificultades económicas. Mientras tanto, meterá fuego en el fuego mismo con sus servicios, sus tropas mediáticas, sus apretadores de turno y el WhatsApp del único que manda más que él. Aunque el Gran Señor Sombrío no es un ángel y sí un demonio, podríamos pensar que todo esto es un relato de ficción, que este ser no existe y que este escándalo de filtraciones y corrupciones no tiene ningún personaje que se le asemeje detrás. Mejor concluir eso: sería muy triste que en las horas previas a un partido que puede romper nuestras almas un Gran Señor Sombrío estuviera operando contra nosotros mismos.