Desde Roca, Río Negro 

La cuentista canadiense Mavis Gallant, que llevó un diario durante los acontecimientos del Mayo Francés del ‘68, cuenta una visita suya a la peluquería. A su lado, una señora dice: “No quise venir en el Rolls para no parecer burguesa”. Relampagueante e incisiva, esa anécdota alude a los contrastes y a la hipocresía de una sociedad que el 15 de marzo, apenas unos días antes de la toma de la universidad por parte de los estudiantes, leía en Le Monde un editorial provocador, escrito por Pierre Viansson-Ponté. El texto incluía un interrogante retórico: “¿Qué nos pasa a los franceses?” Y también su posible respuesta: “Que Francia está aburrida”.

En 1968 existía un contexto de grandes convulsiones provocadas por la Guerra de Vietnam, el conflicto de Oriente Medio, la hambruna de Biafra, los centenares de miles de muertos en Indonesia o el apartheid en Sudáfrica. Y en ninguno de esos acontecimientos había participación alguna de Francia. Por eso Viansson-Ponté proponía su hipótesis acerca del aburrimiento francés. 

El periodista y escritor argentino Juan Forn recordó en este mismo diario la explicación, un tanto más académica, que proponía el filósofo Guy Debord: “La sociedad del espectáculo es el guardián de nuestro sueño y quiere que sigamos durmiendo”. La profusa textualización que alumbraron aquellos días debe ser analizada como intentos acuciosos de despertar esas conciencias adormiladas.

Gran protagonismo se lo llevaron los graffitis, carteles y dibujos que trasportaban a un estado ideal donde el más concreto sentido de realismo mutaba a la ficción más pura. Varias de esas leyendas remitían a pensadores reconocidos como Nietzche, Artaud o Unamuno. Algunas paredes expresaban gritos ansiosos como estos: “Somos demasiado jóvenes para esperar”, “No queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre se compensa por la garantía de morir de aburrimiento”, “El aburrimiento es contrarrevolucionario”. Esas marcas iban desde las reivindicaciones de clase (“La burguesía no tiene más placer que el de degradarlos todos”, “El patrón te necesita, tú no necesitas al patrón”), hasta las proclamas idílicas (“Seamos realistas: pidamos lo imposible”). Las piedras, que participaban de las contiendas callejeras con la policía francesa, también eran capaces de una curiosa convergencia con los afectos en la propuesta que reclamaba: “¡¡Te amo!! Oh, díganlo con adoquines”.

Más allá de las taxonomías que se ensayen para agruparlas, estas expresiones testimonian fastidio, repudio, voluntad de cambio. Esa confluencia de hastío y rebeldía en el entorno rumoroso de las barricadas, permitió la gestación de consignas que aglutinaban sarcasmo, violencia y poesía.

Una expresión algo más elaborada surgió de los cinetracts, 41 pequeños relatos filmados en París entre mayo y junio del ‘68. Fueron realizados en 8 o en 16 milímetros, en blanco y negro, tenían entre 3 y 5 minutos, y la mayoría no llevaron firma de autor, aunque entre ellos estuvieron cineastas de la talla de Jean-Luc Godard o Alain Resnais. Estos cortometrajes fueron el equivalente fílmico de los célebres carteles y grafitis y, como ellos, buscaron generar una tarea de contrainformación, de alto impacto visual y con similar impronta creativa que las marcas callejeras que aparecieron en los muros parisinos. Por otro lado, aportaron una fuente alternativa y crítica de noticias, que contrastaba fuertemente con la información controlada de los medios oficiales y comerciales disponibles.

De entre los medios tradicionales el que mejor se escabulló de esas cortapisas fue la radio, particularmente la periférica; aquella que reposaba en emisoras pequeñas de barrio. El sociólogo Alain Touraine ha dicho que “el punto de encuentro de los estudiantes del barrio latino era el móvil de la radio Luxemburgo, que se encontraba a la entrada de la calle Gay-Lussac. Con la radio Europe-1 eran los dos principales medios que indicaban en tiempo real dónde estaba la acción”. No alcanzaron a fructificar en los procesos profundos de cambio que suponía atreverse a imaginar lo imposible pero, cincuenta años después de ocurridas, aquellas jornadas constituyen una referencia porque quedaron ancladas en el imaginario colectivo de una sociedad planetaria (por entonces apenas en ciernes)como expresión de sensaciones que iban desde el tedio hasta el disgusto. Muchas de esas manifestaciones fueron resueltas como latigazos expresivos que iban dirigidos a azotar la mentalidad de la época. No es ocioso interrogarse hoy qué queda de aquellas inscripciones tan expresivas, de qué manera preñan las búsquedas artísticas de hoy y qué sensibilidades ponen en juego en nuestro actual ecosistema mediático.

* Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue.