En el primer día libre después de muchos viajes y muchos partidos la misión era clara. Había que aprovechar el domingo para recuperar horas de sueño y, además, para ir de una vez por todas al Mercado Izmailovo. Es que dentro de la magnificencia que nos regala Moscú este lugar es uno de los secretos mejor guardados. Ahí había que comprar los regalos que no habíamos tenido tiempo de ir a buscar. Fue un tour furioso de compras por un lugar al que todo que visita la capital rusa tiene obligación de ir. 

Al entrar te encontrás con el Kremlin de Izmailovo, que le da un aspecto demasiado ruso al lugar. Los artesanos de Moscú hicieron todo el Kremlin y esta ciudad de madera que te hace pensar que estás, según los expertos, en la Rusia del siglo XVII. Dentro del complejo está el Templo del Santificador Nikolay, la iglesia de madera más grande de Moscú. Los que conocen el mercado recomiendan llegar temprano porque hay mayor cantidad de puestos. A eso de las 11 de la mañana. Nosotros lo intentamos, pero el sueño acumulado pudo más, y por eso llegamos apenas comenzaba la tarde. Pensamos que nos serviría llegar a esa hora, pero gratamente sorprendidos nos encontramos con una cantidad de suvenires y cosas típicas que pagaron cada rublo que costó el Uber. 

Una vez que pasamos el protocolo de la foto en el puente de la entrada, en el que tardamos veinte minutos por la cantidad de orientales que con sus camaritas se adueñaban de la escena, entramos al predio. Es un mercado de San Telmo a gran escala, y mucho más bonito. Donde uno encuentra lo que le ofrecen en todos lados, pero a un costo mucho menos y con algo que nos hace trasladarnos mentalmente un rato a nuestro país: el regateo. El pedir descuento es un deporte nacional en Argentina y en el mercado de Izmailovo los vendedores saben jugar a ese juego. Tanto que por ahí uno piensa que salió ganando con el descuento, pero son ellos los que por una cantidad de cosas irrisorias sacan ventaja. Es que con la excusa del “lleve 5 y pague 4” uno termina comprando cosas de más para después regalársela a alguien impensado con tal de no tenerla en la casa. 

Porque a pesar de que la plata no sobra, uno siempre quiere llevar un recuerdo para la gente que se acordó siempre de uno. Y un imán para la heladera no se le niega a nadie. Menos si los precios de los vendedores pasan de 120 rublos por un imán de la Catedral de San Basilio a solamente 70, si se le compra en cantidad. Quizás no todos le regatean el precio como nosotros… Lo que sí está claro es que venden mucho. En el momento más álgido del día el pasillo para caminar se vuelve intransitable. Las matrioshkas forman un paisaje que decora casi todo el Mercado Izmailovo. Los mejores diseños de estas muñecas son de madera y pintadas a mano, y no siempre repiten el número que contienen: hay desde 3, pasando por 5 hasta llegar al máximo de 75.

Pero lo que más  impresiona es la cantidad de matrioshkas de diversos temas. Hay de dictadores, de presidentes, de estrellas de Hollywood, Star Wars, de Los Beatles, de los Rolling Stones, de los Simpson, de los Minions, de Masha y el Oso (el favorito de Male, mi sobrina) y también de cualquier equipo o deporte yanqui que se les ocurra. “De Los Patriotas de Nueva Inglaterra no tenemos más. Los mexicanos y colombianos que vienen se las llevaron todas. Es una de las más pedidas”, nos dice un vendedor que hablaba español como si hubiese nacido en el centro de Madrid, pero que es más ruso que el vodka. Pero cada dos puestos de matrioshkas, hay uno con recuerdos de lo que fue la Unión Soviética, y sobre todo, hay otro de la gran estrella de la feria. Porque en el Mercado de Izmailovo hay una figura excluyente: Vladimir Putin. 

El presidente ruso es el que más merchandising tiene para regalar. Desde tazas con su imagen siendo James Bond, un superhéroe, o un soldado heroico; pasando por imanes para la heladera sentado en el trono de Hierro de la serie Games of Trones; terminando con  remeras con su cara y algún meme que hace furor en las redes. Putin tiene una imagen tan positiva para el pueblo ruso que su rostro está a la par de los recuerdos de la extinta URSS, las matrioshkas o la imagen de Yuri Gagarín, el astronauta ruso que es conocido por haber sido el primer ser humano en viajar al espacio. El mejor suvenir comprado: el muñeco de Putin montando un oso. 

Cuando ya habíamos hecho los gastos necesarios, y los innecesarios también, y nos alistábamos a irnos, nos equivocamos de salida y nos metimos en la parte oeste del mercado. El ala de las armas. Ahí encontramos desde la típica Kalashnikov rusa, hasta balas de todos los tamaños y armas que según los vendedores eran de la guerra de Afganistán. Es el único lugar de Izmailov donde no se permiten fotos. Tampoco es que queríamos sacarlas, pero los gestos de los vendedores nos hicieron sentir no muy queridos en ese lugar. El tiempo se había agotado, los puestos en su mayoría, levantado y la billetera ya estaba vacía. Era hora de irse. No sin antes recibir el mensaje de mamá pidiendo un par de matrioshkas para regalar. Porque después de ver las fotos que mandé. Ay varios pedidos nuevos…