Muchas de las mariconas habíamos asistido el día anterior a la marcha de “mamá y papá”, no sólo por curiosidad sino para poder colar nuestros testimonios a los periodistas que estaban allí.  Y el día de la sanción de la ley de matrimonio nos volvimos a encontrar en el mismo punto de la ciudad. Y de vuelta a tratar de dar la mayor cantidad de testimonios posibles a las cámaras: hablarles de las violencias que las travas sufríamos, y sufrimos, todos los días. Eran días helados, yo vivía sin voz. Muchas de nosotras teníamos dudas, había largos debates por esos días sobre cuándo nos iba a tocar a nosotras, cuándo iba a salir la ley de identidad de género. Varias por esos días contestábamos: paciencia y política. La ley de matrimonio nos iba a abrir la puerta para encontrar rendijas y formas de visibilizar al colectivo travesti dentro del colectivo lgbt. Eso creíamos en ese momento y dos años después vimos que no estábamos equivocadas. La gran mayoría de nosotras acompañamos el matrimonio y lo entendimos como una lucha del movimiento. 

Me acuerdo de mi outfit de ese día: tapado largo negro, dos medias “can can” y jean arriba de las medias. Desistí de llevar un gorro porque sabía que si ganábamos, en el pogo del festejo volaría por los aires. Muchas de las compañeras no entendían bien lo que implicaba el matrimonio igualitario, qué puertas nos podría habilitar a nosotras. Ese 15 de julio tomé el 124 camino al Congreso y ahí crucé miradas con una maricona que también andaba con la cinta con la bandera de la diversidad. Era muy común por esos días. Le sonreí: somos cómplices de algo. Había un clima entre tortas, travas y maricas de compañerismo, de expectativa, de festejo, era un clima de unión y de identificación. Un colectivo casi siempre tan dividido de pronto se unía porque enfrente tenía algo muy concreto que era la moralina de los grupos “mamá y papá”. Eran días en los que si veías unos minutos de televisión, te daban ganas de revolearle un zapatazo: salía lo peor de esta sociedad por la pantalla. El 15 de julio de 2010 fue un desfile de abrazos, de rondas de mates, cafecitos, travas que bailaban para palear el frío, de pronto la zona del Congreso era un Disney de mariconas y bizcochitos de grasa. Un caldo de cultivo de chistes de maricas, muchas me decían “yo me quiero casar”. También estaban las disidentes todo terreno que decían “yo vengo a acompañar porque es importante el reconocimiento del derecho, pero no me caso ni loca”. Una me preguntó si yo me quería casar, y le contesté: “si me caso, va a ser cuando lo pueda hacer con mi nombre”. Estábamos con ese segundo paso en la cabeza. Entre esas rondas de mate, ya cayendo la noche, me encuentro con la Dulce Jazmín (la Gabi), depiladora histórica de las travas, y me dice: “Acá me tenés, acompañando al movimiento”. Esos días la habían transformado en activista, ¡lo que nunca jamás! A cada marica que entrevistaban para la tele íbamos corriendo y le decíamos que no se olvide de mencionar la ley de identidad de género. Ya cerca de las dos de la mañana armamos una ronda de mate con brasileros, osos, drags queens. Todxs cagadxs de frío. Ya sentadas y agotadas sobre la calle, con las siliconas contra el asfalto. Cada tanto venía alguna a decir “ya están votando”. Falsa alarma. Una y otra vez. Así pasó la noche hasta el gran clímax: ¡ganamos! 

El abrazo con los desconocidos, las lágrimas. Nunca fuimos tan amorosas, nunca fuimos tan unidas. La marica pobre abrazada al gay de Recoleta. La fiesta jamás pensada. Y en ese momento, sin decirlo, todas las travas estuvimos unidas en un mismo pensamiento: “lo que sigue es la ley de identidad de género”.