De Michaelina Wautier (1614-1689) se sabe poquísimo; y su obra, lejos de zanjar dudas, despierta intrigas a mansalva. Se sabe, sí, que nació en Mons, una ciudad belga cercana a la frontera con Francia, hacia 1614. Que su padre, hombre de buen pasar que murió en 1617, se casó dos veces y tuvo 9 críos; Michaelina, la menor y la única hija mujer. Acaso haya tenido una madre bastante permisiva y benevolente, y acaso se haya beneficiado de la educación que recibieron sus hermanos varones, porque –por aquel entonces– el conocimiento que se impartía a las ladies era poco y estaba enfocado a convertirlas en buenas esposas para potenciales candidatos, duchas en el arte del bordado, el dibujo y la conversación. La longeva Michaelina, empero, no se casó ni tuvo niñxs, quizá porque supiera que aquello acabaría con su genuina vocación. “Si ‘lees’ su trabajo, se enfoca en temas que no solían ser abordados por las damas ‘bien educadas’ de aquellos años: sabe de mitología, de simbolismo en el arte, refiere al placer sexual”, advierte Katlijne Van der Stighelen, de la Universidad de Lovaina, eminencia sobre la casi ignota MW. Curadora, además, de la flamante Michaelina: Baroque’leading lady, primera exposición íntegramente dedicada a Wautier, en cartel en el Museumaan de Stroom de Amberes, Bélgica, hasta septiembre. 

Ha querido la suerte que, en consonancia con la mentada muestra, una pieza intitulada Everyone his fancy, inicialmente atribuida al artista Jacob Van Oost, fuese recientemente rematada en Alemania, y tras ser atentamente examinada, se decretase que muy posiblemente se trate de un Wautier original. Lo cual, sumado al primer libro sobre la artista (compilado por Stighelen) y a la susodicha retrospectiva, pone merecida luz sobre la desatendida Wautier. De hecho, cuenta Van der Stighelen que su primer encuentro con la obra de Michaelina fue recién en los 90, cuando se topó con El triunfo de Baco: compleja y monumental pieza de 3 metros y medio de ancho, donde –disfrazada como posesa mujer semidesnuda, como bacchante– MW también participa del colorido desfile de cómplices ebrios, dados a la locura mística, pero a diferencia de las figuras restantes, es la única que mira al espectador. Cuadro que llamó especialmente la atención de la curadora por “la temática desafiante: la seducción, la lujuria, el alcohol, y porque es increíble que una mujer del siglo XVII pintase una escena con hombres desnudos, desvelando su fino conocimiento de la anatomía masculina”.   

Cuando murió su madre, Michaelina tenía 24 y, al poco tiempo, su hermano Charles se mudó a Bruselas; posiblemente, ella también. Se cree que pudo haber pasado el resto de sus días con él, en una mansión señorial cerca de la Iglesia de Nuestra Señora de la Capilla. Se presume además que habría pasado algunas temporadas en Amberes y allí habría entrado en contacto con Paulus Pontius, grabador flamenco, parte del círculo de Rubens y Van Dyck. “Es posible que tanto Charles como Michaelina encontrasen inspiración en Michael Sweerts, un artista muy interesante e igualmente misterioso que trabajó en Bruselas alrededor de 1650 y fundó allí un instituto, donde artistas jóvenes podían recurrir a modelos vivos. ¿Habrá accedido ella también a esa oportunidad?”, se pregunta Van der Stighelen. 

Nótese que cuando la ensayista feminista Germaine Greer escribió el fundamental The Obstacle Race en 1979 –enjundioso estudio donde refiere a los obstáculos sociales, educativos, psicológicos que pusieron palos en la rueda creativa de mujeres artistas desde la Edad Media hasta el siglo XIX– menciona el trabajo de Michaelina, aunque solo se conocían 4 obras de Wautierpor aquel entonces. Es que, a pesar de su talento excepcional, el nombre de MW cayó en la oscuridad tras su muerte, con varias obras mal atribuidas a su hermano Charles. Irónicamente, considera la historiadora del arte británica Olivia McEwan que las extraordinarias habilidades de la pintora podrían haber jugado un papel en su eventual olvido: “Habiendo sido inusualmente experta en variedad de géneros pictóricos, formatos y tamaños, y habiéndole sobrevivido apenas un pequeño (y disputado) cuerpo de obra que da poca tela para la comparación, no es de extrañar que mucho se vacile antes de atribuirle una pieza”.  

Así y todo, ha logrado la curadora Van der Stighelen reunir prácticamente todos los cuadros que –con absoluta certeza- son suyos. Entre ellos, Annunciation, Themystic marriage of Saint Catherine, The Education of Mary... “Son 26, para ser exactos, casi todos montados en esta exposición del Museumaan de Stroom”, aclara la referenciada dama, esperanzada aún de que sigan apareciendo trabajos de Wautier... “Si no fue la única artista femenina en ese momento, ¿qué la hace tan especial?”, inquirió un periodista belga en charla con la especialista Van der Stighelen, y ella: “Las artistas femeninas de los Países Bajos de esa época básicamente se centraban en un único tema: flores o naturaleza muerta. Clara Peeters, por citar un ejemplo. Si no contamos a Wautier, no hubo una sola que pudiera manejar tantas disciplinas: desde piezas históricas (un desafío al que muchos colegas varones se le resistían) y pinturas con tema mitológico o religioso, hasta retratos buenísimos, escenas cotidianas y, sí, arreglos florales. Dominó todos los géneros de su tiempo, en pequeño y gran formato. Tan talentosa y versátil era que, incluso a la fecha, algunos conocedores del arte manifiestan su incredulidad porque ‘una mujer’ pudiera ser capaz de semejante trabajo”.