El genocida Julio César Garachico, que cumple en su domicilio una condena a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad y varias órdenes de prisión preventiva por hechos que aún no llegaron a juicio, fue sorprendido “sin tobillera electrónica ni custodia alguna” durante su internación en la clínica Colón de Mar del Plata, la misma a la que había ido a atenderse el represor Miguel Etchecolatz sin permiso judicial y, también, sin custodia ni pulsera electrónica, mientras disfrutaba del beneficio de la domiciliaria el pasado verano. “Para algo está el hospital del Servicio Penitenciario. Espero que esa clínica privada no la esté pagando el Estado”, se quejó en declaraciones a la radio de Hijos Rubén López, el hijo de Jorge Julio López, quien en uno de sus testimonios señaló a Garachico como uno de sus torturadores. 

Durante la última dictadura cívico militar Garachico fue policía bonaerense e integrante de una de las patotas que persiguió y asesinó en el nombre del terrorismo de Estado. En 2014, recién, fue condenado a prisión perpetua por el homicidio de Marcelo Bettini, padre del ex embajador argentino en España Carlos Bettini. Al poco tiempo de recibir la pena, su defensa solicitó el beneficio de la prisión domiciliaria justificado en el un cuadro de obesidad mórbida. Desde entonces, y como cada vez más genocidas y represores investigados, imputados y procesados por violaciones a los derechos humanos, cumple encierro en su casa. 

El imaginario social suele representar ese beneficio en el encierro controlado, con el mínimo contacto con el exterior de la casa en donde se cumple, controlado por las fuerzas de seguridad del Estado e incluso, monitoreado mediante dispositivos electrónicos. Algo similar a la prisión domiciliaria que cumple la dirigente social Milagro Sala en Jujuy. “No suele ser así en casi ningún caso de genocidas beneficiados” con ese régimen de cumplimiento de pena, advierte la abogada dedicada a casos de lesa humanidad Guadalupe Godoy y representante de López en la querella que desarrolló contra Etchecolatz hasta lograr su condena en 2006. Un día antes de la sentencia que condenó a ese genocida, el 18 de septiembre de aquel año, López desapareció por segunda vez y ya no se supo más nada de él. 

En uno de sus testimonios que ofreció a la justicia sobre lo que sufrió durante la dictadura, López señaló a Garachico como uno de sus torturadores. “El tribunal está informado de la situación médica, pero –según recogió la prensa de pacientes y médicos de la institución sanitaria– dicen que estaba internado sin tobillera ni custodia, entonces no corresponde”, opinó el hijo de López en declaraciones a radio La Imposible. “No corresponde que –los genocidas– estén como pancho por su casa o como Garachico por su clínica”, insistió.