Antes de viajar a Buenos Aires a tocar la música de Eduardo Rovira, Ariel Eberstein –contrabajista del grupo Sónico– cuenta desde Bruselas una anécdota: “Dicen que alguna vez un representante de Rovira, para obligarlo a ir a una radio, un día lo citó en Retiro y le pagó a un tipo para que le robe el bandoneón. Y parece que recién ahí, enojadísimo e indignado, es que quiso ir a hablar a la radio. Más allá de que sea verdadera o no, creo que esa historia pinta bastante el carácter que tenía”. Acusado de “demasiado académico” y hasta de “inauténtico” y, como corresponde a todo vanguardista, de “no hacer tango”, la música de Rovira –que nació en 1925 en Lanús y murió en 1975– permaneció durante décadas a la gigantesca sombra de la de Astor Piazzolla: la formación de Sónico, un proyecto tanto musical como antropológico afincado en Bruselas, que rescata por primera vez en un CD sus composiciones y arreglos, permite apreciar la originalidad y la grandeza de una obra musical única.

   “Cuando entras en el universo de Rovira hay muchas más preguntas que certidumbres”, asegura Eberstein. “Hay muchas historias y conjeturas pero muy poco material documentado, tanto sobre él como sobre su relación con Piazzolla. No se si fue ninguneado o no, porque no estuve en ese momento, pero si creo que, aparte de ser un fenómeno como compositor, Piazzolla también entendía muy bien el marketing. En cambio Rovira era un tipo totalmente desinteresado con conectarse con los medios de comunicación”. Cuenta que se encontró con su música por un par de casualidades: “La primera fue cuando estudiaba contrabajo en Argentina y le di clases a Esteban Rovira, el nieto de Eduardo: un día me trajo una partitura de ‘A Evaristo Carriego’, una de sus composiciones emblemáticas”. 

   Hace 15 años que Ariel ganó la Beca de la Fundación Antorchas, que ahora ya no existe más, para ir a estudiar a Viena, y cuenta que por entonces estaba totalmente sumergido en el demandante universo de la música clásica Un par de años después se instaló en Bruselas, Bélgica, donde vive actualmente, y ahí se dio la otra coincidencia: “Fue a través un amigo músico callejero argentino, un cantante que vivía entonces en Bruselas: con un par de amigos queríamos ayudarlo con su proyecto, y ahí apareció esta formación de bandoneón, contrabajo y guitarra”. Con la idea de instrumentar las canciones que el que tocaba en la calle y armar algo más potente, a Eberstein se le ocurrió también agregar un par de temas instrumentales: buscando grabaciones con la formación de bandoneón, guitarra y contrabajo aparecio el tema “Sónico”. Acompañado por Salvador Drucker (guitarra) Néstor Mendy (contrabajo), en esa grabación de 1968 Rovira se anima a utilizar todos los instrumentos con amplificacion electrónica, con el añadido de un pedal distorsionador para el bandoneón. 

   Lo que le llamó la atención a medida que iba descubriendo su música, cuenta Eberstein, es que, a diferencia de las escuelas nacionales, con gente como Villalobos o Ginastera, músicos clásicos que sintieron que se les había acabado el material y que decidieron enfocarse en el folklore para encontrar material en el que inspirarse, en el caso de Rovira –al igual que el de Piazzolla– es al revés: ambos fueron músicos populares que se pusieron a mirar lo clásico. “Para mí eso no es un detalle menor, porque priorizaron cosas que como músico clásico yo a veces siento que faltan en la música clásica, como el sentido del swing. Un poco por necesidad y otro poco también por interés de probar cosas nuevas, por entonces fueron apareciendo estas ideas vanguardistas en el tango”. Por entonces un tanto desencantado del ambiente de la música clásica, al redescubrir a Rovira considera Eberstein que también de algún modo se redescubrió a sí mismo. “Pasé de ser un músico clásico a desarrollar otras habilidades: detrás de todos las músicas que nosotros tocamos hay un trabajo de reconstrucción: estamos todo el tiempo reconstruyendo material, buscando bibliotecas o con ex colegas suyos y transcribiendo músicas”

   Recién en sus últimos 10 años de vida, cuando se instaló en 1970 en La Plata, Rovira pudo tener un trabajo estable que le permitió dedicarse a componer. De esa época Sónico rescata Que lo paren y El violín de mi ciudad, ambos editados en 1975 y que recién en 1997 fueron rescatados por el sello Acqua. De esa erudición sobre la vasta obra de Rovira se nutre un disco indispensable para entender el devenir de una música urbana que hace más de un siglo viene nutriéndose, de distinas maneras, de sus repercusiones y expresiones mundiales, aunque sin perder nunca su conexión con esta (cercana o lejana) tierra nuestra. “Acá en Europa hay una escena muy fuerte y una musica de tango de la puta madre; pero lo más fuerte, para mí, son los instrumentistas. Por el lado de la creación, lo que pasa en Buenos Aires o en Rosario es muy interesante. Por un lado tenes todo lo que son las Orquestas-Escuelas, que cumplen una función de recuperar y mantener nuestro patrimonio, y por otro lado, un  montón de músicos que quizás no sea acertado llamar ‘vanguardia’, pero que si hacen algo muy interesante y valioso”.

   Preciso, sobrio y exquisito Eduardo Rovira: La Otra Vanguardia (en el que tocan Stephen Meyer en violín, Anke Steeenbeke en piano, Camilo Cordoba en guitarra y Lysandre Donoso en badoneon) es curiosamente el primer disco que se haya hecho con composiciones exclusivamente de Rovira. “La idea del título, que cita a Tango Vanguardia, disco fundamental suyo de 1963, es mostrar que la vanguardia en el tango fue mucho más amplia y no fue sólo Piazzolla. No es un enfrentamiento, que sería ridículo, sino un enriquecimiento de nuestra cultura: tenemos tanta riqueza que nos podemos dar el lujo de tener más de un Piazzolla”, dice Ederstein, que asegura que siempre se habla de la época de oro del tango, pero él cree que ahora hay una nueva época de oro. “En la escena de vanguardia hay un montón de cosas súper interesantes: y si haces el árbol genealógico de esa escena Rovira jugo un rol clave. Hoy en día músicos como Diego Ortiz, Diego Gallo, Agustín Guerrero, Pablo Murgier o Fernando Otero están haciendo cosas súper interesantes. Cuando murió Piazzolla hubo como un limbo que duró décadas, en el que era muy difícil salir de cierto ‘piazzolismo’. No se si hay mercado para eso, o si hay espacio, pero si hay una creatividad que es impresionante”.