Los clásicos sostenían que el precio de las cosas dependía del trabajo que había costado producirlas. Ese valor trabajo incluía tanto el directo como el indirecto encerrado en el valor de los insumos y desgaste de máquinas–herramientas utilizadas para producirlas. La teoría del valor trabajo fue tomada luego por Marx para basar su idea de explotación del trabajador: si el precio representaba el trabajo contenido en los bienes, la ganancia era una apropiación por el patrón de algo que le pertenecía al trabajador. El alemán pegó el grito llamando a los proletarios del mundo a unirse para construir una sociedad sin patrones, donde el trabajador pudiera gozar de todos los bienes que le pertenecían. Ante semejante amenaza, los patrones se encargaron de enterrar la teoría del valor trabajo y buscar explicaciones de los precios menos ofensivas hacia su propiedad, dando por resultado divagantes explicaciones de utilidades y productividades marginales que se enseñan hoy en día en las universidades del mundo.

Más allá del boicot patronal a la teoría del valor trabajo, la misma presentaba ciertas contradicciones. Si los precios dependían del trabajo incorporado a las cosas, los cambios en la distribución del ingreso no debían modificar los precios relativos de los bienes ya que no cambiaban el trabajo contenido en ellos, sino tan sólo su apropiación por diferentes actores sociales. Es decir, si una silla había costado 10 horas de trabajo y una botella de vino 5 horas, la silla debía tender a valer siempre el doble que la botella de vino. Sin embargo, los cambios distributivos como los aumentos de salarios suelen cambiar los precios relativos de las cosas, encareciendo aquellas donde los salarios pesan más en su estructura de costos.

Buscando resolver esa problemática, Marx intentó separar los precios de los valores dando por resultado una teoría de los precios de producción donde, en realidad, terminaban siendo determinados en forma independiente de su trabajo contenido. Fue ese desarrollo el que años después completó el italiano Piero Sraffa señalando que los precios se determinaban por las condiciones técnicas de producción y las políticas de distribución. Dentro de las “condiciones técnicas de producción” se encontraba tanto el esfuerzo del trabajador como el avance científico tecnológico socialmente acumulado que incrementa la productividad del trabajo humano y, en muchos casos, llega a reemplazarlo por la utilización de robots.

La explicación de Sraffa deja a la ética y la moral esta última entendida como la práctica de la primera, incluyendo la política y el conflicto social), la tarea de determinar cómo debe distribuirse el excedente económico de una sociedad. Una posición distante tanto de la ortodoxia que busca naturalizar su apropiación por las elites como de la teoría del valor trabajo que, a medida que avanza el desarrollo científico tecnológico en paralelo a la exclusión social, podría justificar la concentración del ingreso en una elite de trabajadores incluidos en desmedro de las masas desocupadas o que integran la economía popular.

@AndresAsiain