La violencia machista mata, no solo en los casos concretos de femicidios. También va matando lentamente a las mujeres, sumergiéndolas en una espiral de enfermedades. La violencia produce discapacidades, enfermedades crónicas, intentos de suicidios. Una investigación llevada adelante con mujeres que se atendían en el Hospital Alvarez encontró que el 97 por ciento consumía psicofármacos y que el 87 por ciento sufrió amenazas de muerte por parte del violento, con un incremento del riesgo en el 27 por ciento de los casos por tener armas de fuego en la casa. También halló que el 15 por ciento atravesó un intento de femicidio estando sus hijas/os presentes. El riesgo por ideación suicida asciende al 70 por ciento entre las mujeres del estudio y el intento de suicidio al 27. Para la autora, si el sistema de salud no puede detectar que una mujer está sufriendo violencia “estamos incurriendo en violencia institucional. Estamos fallando si no detectamos a tiempo, oportunamente, la violencia que padece la mujer”, apunta. 

La investigación “Reconocimiento del impacto de la violencia en la salud de las mujeres. Diagnóstico precoz. Prevención de enfermedades crónicas, discapacidad y riesgo de vida por femicidio”, fue llevada adelante por Elisa  Mottini, con el apoyo de una beca de Salud Investiga “Dr.Abraam Sonis” 2016, del Ministerio de Salud de la Nación. En ella se indaga sobre el impacto de las situaciones de violencia crónica en la salud de mujeres participantes en un grupo de mutua ayuda que asisten a un hospital público de CABA. Además, se analiza la apreciación diferencial por parte de profesionales de los servicios de salud del mismo hospital en función de su capacitación específica en violencia.

La investigación se realizó en el Hospital General de Agudos Dr. T. Alvarez, CABA. Se analizaron datos recogidos entre enero de 2014 y junio de 2016, referidos a mujeres participantes del dispositivo grupal de asistencia a Mujeres en situación de violencia, que funciona en el Equipo interdisciplinario de Violencia, Área Salud Mental. 

Los resultados muestran múltiples y simultáneas secuelas en su salud integral, disminución de capacidades, discapacidades permanentes y alto riesgo de vida (ver aparte).

Mottini considera que la detección temprana de la violencia en cualquier consulta hospitalaria  “disminuiría los padecimientos de las damnificadas, las múltiples consultas ocasionadas por el deterioro psicosomático producido por la violencia, y los costos operativos por las variadas e inespecíficas demandas de asistencia”.

La investigación “podría contribuir a la sensibilización de profesionales y a la instrumentación de insumos específicos, con innovación en sus prácticas habituales que incluya esta problemática social compleja de la Violencia basada en Género en el marco de la consulta en todas las disciplinas”, dice en sus conclusiones. 

Mottini es trabajadora social, especialista en violencia familiar de la Ciudad de Buenos Aires, con una especialización en violencia y trauma en el Hospital Italiano. Desde 2014, trabaja con grupos de mujeres que están atravesando situación de violencia y que asisten al Hospital Álvarez, donde desarrollan actividades.

Las mujeres del estudio eran de distintos lugares: “había bolivianas, paraguayas y colombianas pero en su mayoría eran argentinas, contrario a lo que mucho se piensa que en el hospital público se atiende a extranjeras”, dice Mottini. Tenían de 22 a 65 años y tardaron 11,5 años, promedio en reconocer que estaban viviendo en situación de violencia y en pedir ayuda. “Es mucho tiempo”,  apunta la experta. Por eso pone el acento en la necesidad de capacitar a profesionales para esta detección temprana: “Todo es posible si está la intención y compasión del profesional; porque cuando están capacitados, pueden hacerlo. Cuando no lo están, es interesante lo que dicen los que no están capacitados: que por ejemplo no tienen tiempo para abordar la situación. Pero los que tienen capacitación, dicen que no necesitan tiempo extra porque se dan cuenta de entrada”.

–¿En el 97 por ciento de los casos, las mujeres consumían psicofármacos? –consultó PáginaI12.

–Ese es un dato importantísimo. ¿Podemos pensar en una psiquiatrización de la violencia? Podemos pensar en el peligro de la psiquiatrización porque el 97 por ciento de este grupo consume vía psiquiatra, y el resto se automedicaba. Las que se automedicaban decían que habían ido alguna vez al psiquiatra, que le habían dado algo por estrés postraumático, angustia, depresión, ansiedad... En este tema de un tiempo para poder salir y luego tienen como un “tiempo en blanco” en donde tienen que esperar a la Justicia, a ver qué pasa, la ansiedad que produce esto.

–¿Eran mujeres que ya no estaban con el violento?

–Ese es un dato muy interesante. En un porcentaje de ellas, ya se habían separado de la pareja; y en otro, pequeño, seguían conviviendo. Algunas –de las últimas– los habían denunciado y otras, no. Lo interesante es ver cómo las mujeres que estaban conviviendo con el agresor, abandonaron el tratamiento –no fueron más al grupo–. En las que estaban separadas también hubo una pequeña deserción porque sabemos que siempre hay una porque a veces cuando se enfrentan con su misma situación necesitan procesar un tiempo mayor, entonces se retiran, no pueden seguir participando, procesando lo que les está pasando. Luego vuelven. Pero la mayor parte de las mujeres que estaban en el tratamiento estaban separadas.

–¿Qué propone la investigación?

–Que pueda detectarse que se está viviendo violencia, porque si no estamos incurriendo en violencia institucional. Estamos con los equipos de salud fallando si no detectamos a tiempo, oportunamente, la violencia que padece la mujer. Hay recomendaciones. Yo triangulé con entrevistas a profesionales con capacitación específica y sin capacitación. Y ahí salta la diferencia entre un profesional que puede ver la violencia que está padeciendo la persona o que tiene una sensibilidad –el/la profesional–. Que tiene una capacitación mínima o quien no puede afrontar la escucha o que al no tener una mínima capacitación, el tema le parece demasiado denso o pesado para abordarlo y entonces siente que no puede hacerlo y prefiere mantenerlo aparte.

-¿Qué recomienda?

–Por ejemplo, que se pueda detectar al inicio de cualquier consulta...

–¿Pero cómo se hace eso?

–Con una pequeña pregunta. Por ejemplo. O “¿Cómo te sentís en tu familia?”, “¿Estás cómoda?”, “¿Tus relaciones están bien?”. O una mirada a los ojos porque hay mujeres que han dicho, por ejemplo en las entrevistas, que si antes algún profesional de la salud le hubiera preguntado o la hubiera hecho reflexionar acerca del tema de la violencia, muy posiblemente hubiera pedido ayuda antes de lo que pidió. Entonces, que los profesionales puedan observar los síntomas emocionales, no solamente los signos físicos. 

–Otra visión de la salud...

–Trabajo interdisciplinario y transdiciplinario. Trabajar en equipo, tener la visión de todas las disciplinas. Cuando los equipos de salud de cualquier especialidad tienen supervisión, pueden volcar ahí cómo ver la violencia contra la mujer y cómo accionar. También pensar que tal vez es la única oportunidad que tiene el profesional de ver a esa mujer, porque sabemos que éstas deambulan por servicios de salud diversos para que justamente no se descubra al agresor. Quizás sea la única oportunidad. Con tres sencillas preguntas, como por ejemplo, si hay armas en la casa, qué frecuencia tiene ese conflicto, los peligros...

–Para eso se tiene que haber llegado a (detectar) que ella sufre violencia.

–Inmediatamente detectado el riesgo, citarla a una entrevista, a otra consulta en los próximos días. Si se abrió el tema, citarla para los próximos dos días.

–¿Eso es posible?

–Todo es posible si está la intención y compasión del profesional; porque cuando están capacitados, pueden hacerlo. Cuando no lo están, es interesante lo que dicen los que no están capacitados: que por ejemplo no tienen tiempo para abordar la situación. Pero los que tienen capacitación, dicen que no necesitan tiempo extra porque se dan cuenta de entrada. También los que no tienen capacitación dicen que no tienen suficientes recursos en la institución para derivar. Y los que tienen capacitación no están pendientes en derivar, si no que saben que si la mujer habló con ellos, pueden hablarlo dos o tres veces más y luego derivar. Las que no tienen capacitación dicen que también han tenido una mala respuesta de la Justicia, una que ellas no esperaban. Las que sí tienen, saben que no va a dar la esperada, no se preocupan y atienden. Si podemos ver que a la violencia podemos abordarla también desde el punto de vista de la salud pública, la disminución del femicidio es posible.