Desde Barcelona

UNO La pauta del tipo de apasionante existencia que lleva Rodríguez por estos días (solo en la ciudad, su familia repartida en diferentes modelos de vacaciones) es que se pasó el fin de semana viendo las transmisiones televisivas en vivo y directo del 19avo. Congreso Nacional del Partido Popular. Rodríguez jura que hizo esfuerzos denodados para dejar de ver eso, para ver cualquier otra cosa, para sentir escalofríos con otras opciones. En TCM pasaban La noche de los muertos vivientes. Y un amigo le había pasado copia top-secret de los dos primeros episodios de Castle Rock en los que J. J. Abrams se mete como productor ejecutivo con la cosmogonía de Stephen King y más le vale a Abrams haberlo hecho muy bien o al menos con respeto. Aunque –mala señal– en los avances, ya alguien preguntaba con voz siniestra aquello que le preguntaron durante años a los fans de Lost: “No tienes la menor idea de lo que está pasando aquí, ¿verdad?”.

DOS Y lo mismo parecían decirse los partidistas y populares participantes del congreso. Porque, por primera vez en su historia, estaban allí para participar de verdad, en serio, como democráticamente. Por primera vez la elección del próximo líder del partido no descendía desde las alturas impuesta por el dedazo del líder saliente sino que saldría de las urnas donde los compromisarios (luego de que la militancia menguante redujera el nombre de candidatos a dos: Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado) introducirían sus votos con nervios de debutantes. Y, entre tanto clima de fiesta, lo cierto es que las jornadas lucían más partidas que populares. Y Soraya era la candidata de Rajoy y Casado de Aznar y, ah, no hay nada más divertido para Rodríguez que ver a la gente de derechas intentando ser amena y graciosa y fingir que todo está bien, que todos se quieren entre ellos y que la vida es hermosa dentro de su maravilloso modo de color. De ahí que los zombies de Romero o las calles oscuras del pueblo donde transcurre buena parte de lo de Stephen King (y eso que Rodríguez acababa de terminar de leer su flamante The Outsider y la considerase lo mejor que ha hecho El Rey en mucho tiempo) no fuesen competencia para el horrorfest de ese congreso. Allí, la sonrisa de Casado se parecía cada vez más a la de Pennywise y se temía que si Soraya perdía cerrase telekinéticamente las puertas del anfiteatro del Hotel Auditorium de Madrid como una Carrie con abanico rojo-amarillo (folklórico instrumento que Soraya convirtió en una suerte de Excalibur mientras, en esos mismos días, dos ex miembros de Loco Mía fallecían por motivos para muchos misteriosos y dignos de toda una entrega del programa de t.v. parapsicológico Cuatro Milenio). 

  Y primero fue la despedida a Rajoy, incluyendo video-bío-clip-hagiográfico donde no incluía  lo de los “cuatro hilillos con aspecto de plastilina en estiramiento vertical” del Prestige y, mucho menos, lo del tsunami de corrupción que todavía azota al partido. Y luego el Gran Líder saliente con discurso “blanco y aséptico” de cincuenta minutos en plan cabalgando hacia el horizonte después de haber arreglado todo el descalabro que le dejaron los del PSOE en Tombstone incluyendo el fin de ETA, la desactivación del separatismo catalán (en pleno rearme y rediseño luego de los últimos veredictos exculpatorios alemanes y retiro de euroórdenes) y, por supuesto, el fin de la crisis económica insistiendo en eso de que no hubo rescate económico. La idea era intentar convencer y convencerse de que él, Rajoy, no se había retirado por jugada tan retorcida como magistral del socialista Pedro Sánchez (a quien acusó de “colarse por la puerta de atrás”) sino porque –ya no quedándole ningún milagro por realizar– él lo había decidido luego de meditarlo mucho junto a sus seres queridos. “Hay muchas formas de amar a España, pero ser del PP es una de las mejores”, clamaba Rajoy como si recomendase su posición favorita del Kama-Sutra. A su lado, su esposa, la misteriosa “Viri”, ponía su cara inescrutable de inmemorial huésped no del Auditorium sino del Overlook. Rajoy –contrario a lo que se esperaba aunque fuese de esperar– no se inclinó por ninguno de los candidatos y, para ser aún más neutral e inmovilista de lo que nunca fue y eso que costaba superarse– decidió ni siquiera votar a la mañana siguiente (aunque el voto fuese secreto) para así no apoyar a ninguna por encima de otro. Y hubiese sido genial que su niña, Soraya, hubiese perdido por un voto, por el suyo faltante. Pero no: perdió por muchos más. Y, con ella, volvió a perder Rajoy quien, cuando le preguntaron por el resultado, elocuente, contestó: “Eh... Venga...”.

TRES Así que ahora tenemos al muy visible Pablo Casado como delfín con dientes de tiburón. Equivalente para la Derecha de lo que ese otro Pablo (Iglesias) es en la Izquierda desde Podemos. Dos caricaturas de trazo grueso. Casado se ha formado en el PP, de lo único que se le acusa (por ahora) es de haberse diplomado en uno de esos masters a lo que no hay que asistir ni estudiar (una pequeñez, una travesura, de ser cierto), y de publicar fotos en Instagram montando motos o junto a extraños vehículos voladores de los que se utilizan para correr y subir rápido. Y Casado, susurran, es algo así como Anakin Skywalker optando por el lado oscuro de Darth Aznarius. Y lo más importante: se lo propone como clon también diestro-guapito del Rivera que tantos votos le robó al PP para llevárselos a Ciudadanos. Así, el diagnóstico de los especialistas para lo que vendrá –enterrado todo brote posible de marianismo por más que Casado prometa “coser” y unión total– es una derecha más dura y rancia y patriótica y retro y católica y de “banderas en los balcones” que “no gastaría ni un euro en desenterrar a Franco” y de buscar romper el récord de cuántas veces se puede pronunciar la palabra “España” en un minuto. Y así Casado arengó con un “En España somos el partido de la vida y de la familia... sin complejos” y con un “Somos el partido de la España que madruga”. Lo que Rodríguez no se sabe muy bien qué significa, pero que incluye la palabra “España”. ¿Los otros son entonces los partidos de la muerte y de los huérfanos? Y Rodríguez se dijo que cada vez hace más falta un partido de la España que no duerme porque tiene insomnio. “Yo lo votaría”, piensa. Y después Casado comenzó a gritar que “¡El PP ha vuelto. Hemos vuelto!”. Y Rodríguez entonces volvió a La noche de los muertos vivientes preguntándose que, si han vuelto, entonces quien gobernaba a la madrugadora España hasta hace unas pocas semanas. 

CUATRO Pero a los pocos minutos de no-muertos buscando masticar cerebros, Rodríguez volvía a lo de los vivísimos aunque un tanto descerebrados. Porque ahí seguían. En el Hotel Auditorium, como si no quisiesen salir a una realidad donde no están el poder prefiriendo, ahí dentro, convencerse de que estos son los albores de una nueva Era Dorada que, necesariamente será también el anochecer de una nueva Edad Oscura. Porque bien lo explicó Rajoy –entre sonrisas y lágrimas y antes de irse con marcha veloz y telerín a la camita– en su so long, farewell, auf wiedersehen, adieu luego de un “me aparto, pero no me voy” y dejando la sala dispuesta para que el novicio más o menos rebelde comenzase a cantar su cantinela del verano. Entonces, Rajoy miró fijo con ese tic parpadeante tan suyo, sacó lengüita, y profetizó: “Cuando las cosas se tuercen, cuando las dificultades arrecian, y cuando el horizonte se nubla, los españoles miran al Partido Popular buscando estabilidad y certidumbre. Y yo os digo: volverán a buscarnos”. Es decir: ahora tenemos que estar unidos y concentrándonos con fuerza para que todo se vaya de nuevo a la mierda, eh.

CINCO Mientras tanto y hasta entonces, Pablo Casado va a ser el hombre visible. A todas horas y en todas partes para que Rodríguez y varios millones más vuelvan a suspirar aquello de “Lo que hay que ver...” y a continuación, porque es lo que toca, añadir un “..., España”.