”Como el mar y su creciente/ va la gente al andar/ Como el viento y su corrida/ va la vida al andar./ Como el sol a la mañana / que reclama el andar./ Atesoro el momento / vivo y siento/ Es mi intento / y lo hago al andar”. Grupo ABBA.

Don Angel murió después de vivir intensos 101 años. En sus últimos días, dueño de una lucidez envidiable, decía estar seguro de una sola cosa, “la vida es demasiado corta.” Charlar con él era caminar por la historia de la mano de un testigo activo de hechos claves que nos marcaron como sociedad. Disfrutaba de nuestros encuentros domingueros escuchando relatos difíciles de ubicar cronológicamente, siempre me corregía con un “¡No, muchacho! Lo que le estoy contando pasó antes, mucho antes de lo que usted dice.” Era el único que me llamaba de esa manera, no me molestaba, estaba en todo su derecho, siempre me sentí un pibe al lado suyo. Tempranamente, este italiano, hijo de ferroviario, entendió que con estudios podía forjarse un futuro mejor. Se supo mezclar entonces entre estudiantes con el futuro asegurado, que buscaban un título para completar sus apellidos. Su intento de graduarse como abogado en la facultad del Litoral quedó trunco con la intervención del 43. Se trasladó a Córdoba, rindió equivalencias y retornó a Rosario para trabajar toda la vida como escribano. Decía que lo peor de ser longevo era quedarse sin amigos, sentirse sólo en un colectivo, tener que explicar el contexto constantemente a sus nuevos y jóvenes compañeros que promediaban los setenta y cinco años. Al descender de su auto se escuchaba Gardel a todo volumen. Me supo contar que era la primera voz de radio que traía incorporada desde su infancia, “los discos vinieron mucho tiempo después, lo escuchábamos en familia, en la cocina, junto al mismo aparto que transmitió la nefasta noticia del accidente en aquel frío junio del 35. Fue la primera vez que vi llorar a mi padre.” Una mañana se molestó en llevarme una caja llenas de fotos viejas en donde se lo veía practicando distintos deportes. Me impactó especialmente un retrato suyo, vestido de arquero, en la vieja cancha de Rosario Central. “Cálmese”, me dijo, “en una fotografía tomada por un tercero, la mejor parte siempre es la imagen que falta. Invariablemente deseamos saber todo lo que no se ve, aquello que imaginamos, lo que está oculto afuera del cuadro, para eso está la memoria del protagonista cargado de imágenes y voces que no mienten ni se borran. ¿Qué es lo que quiere saber del viejo Estadio, muchacho? Su optimismo y ganas de vivir después de tantos años y daños acumulados, me llevaron a preguntarle al mismo hombre que había enterrado a dos esposas y una hija, cómo se hacía para seguir andando. Miró fijo hacia el lado del río como leyendo en el renglón del horizonte un verde  mensaje, “en la vida viene todo junto, para andar hay que saber tomar lo bueno y descartar lo malo.” Cada domingo que faltaba, pensaba lo peor. En una ocasión, después de un mes de ausencia, llegó sonriente y me dijo, “¿te asustaste, verdad? No fuiste el único. Anduve por México, nunca es tarde para conocer el tequila. Y usted, ¿cómo anduvo?”. Parafraseándolo en su última enseñanza le contesté: “Aquí andamos, tomando lo bueno y descartando lo malo.” Con la misma sonrisa pensó en voz alta. “Esa es la primera lección, la más fácil, la que todo organismo vivo realiza sin pensar, adquiriendo nutrientes, eliminando toxinas, todo bicho que camina es movido por el hambre y el deseo”. Sorprendido, repregunté, “Entonces don Angel, ¿qué parte me falta saber?” Se acercó mirándome fijo  con sus ojos de agua y susurrando me descifró el secreto: “se trata de algo eminentemente  humano, espiritual, artístico, no me pregunte cómo, porque en el cómo radica el arte, pero la segunda lección, la más difícil muchacho… consiste en tomar lo malo y convertirlo en bueno.” Cuando el grupo ABBA sonaba constantemente por los distintos medios de comunicación, yo era sectario y excluyente. Creía en la verdad monolítica, en la panacea que estaba al final del camino al que me llevaban iluminados cantantes. Nada sabía sobre la autonomía del viento regando coplas en campos desalambrados, ni de las voces de la calle contando historias con rumores de acequias, menos aún del mar de libros no escritos por lectores anónimos. No recuerdo la emisora, tampoco el nombre del programa, existen  voces que trabajan en la radio y otras que son la radio misma. La voz de Pily detuvo mi búsqueda. Escucharla era escucharme, era mi propio antes, el sitio donde estaba todo mezclado como en la vida misma, Manolo Galván telonero de los Rolling Stones, era escucharlo a Poli en los silencios, era volver a vivir  primaveras del Parque Sarmiento. Imposible seguir moviendo el dial. La última tarde que escuché a mi locutora me emocioné con su emoción cuando leyó la letra de su tema favorito del grupo sueco, para mi inédito hasta ese momento, en el cual me pareció reconocer aquel mensaje. Posteriormente dejó sonar la grabación al aire para pisarla en el estribillo sumando su voz a las originales. Voces, imágenes, sentires, recuerdos, herramientas esenciales para cualquier artista callejero que intente modificar lo malo, convertirlo en bueno, aligerando la carga para seguir andando.

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