Esa manera de acercar la boca, ese contacto un poco bestial que rompe la forma y hace del cuerpo una madeja nerviosa, tiene cierto primitivismo, un gesto originario que se adapta al encuadre impulsivo del teatro. 

En la pantalla ocurre otra cosa, incluso en la sonoridad que trae un aire de ciencia ficción, como si un fenómeno natural fuera a destrozarlo todo. Pero después queda la letra que comunica desde la lejanía, el hipervínculo inmanejable, la asociación como materia prima de esta época. 

En Asuntos que queman Jimena Pérez Salerno captura un lenguaje que se funda en marchas, en gritos pero también en la palabra vaciada de Christine Lagarde, personaje que, al sustraerle el texto, queda en una mueca quejumbrosa, casi vulnerable o cómica que puede ser apropiada en el territorio escénico. 

La repetición, el movimiento que se copia, da cuenta de ese modo de decir de las redes donde hay un criterio de igualdad uniforme. Las performers parecen habitar una batalla. El contacto es torpe y la furia está a un paso. Desde cierta actitud mecánica se construye una coreografía que habla de esos desplazamientos que ocurren cuando la política acontece como una narración a pensar desde la evolución misma de su acción. Una ideología que se imprime en el cuerpo y se reproduce.

La boca dibujada que menciona todas las posibles citas a las que se puede acceder en la red bajo una plataforma de encuentro, cataloga para construir perfiles que parecen desguasados, socavados en todas sus formas humanas. Hay en Asuntos que queman una disgregación de los sujetos, un modo de establecer una dramaturgia entre planos disociados que, en el pasado, eran casi idénticos. 

Desde sus cuerpos Laila Gelerstein, Quillen Mut y Luna Schapira lo dicen en su lengua prepotente como si expulsaran toda docilidad, como si lo femenino pudiera volverse rudo y, a la vez, entienden que en ese beso medio animal que se proporcionan, en ese olfatear la piel de la otra y quedarse pegadas, hay algo que la pantalla vuelve torpe como si hubiera que aprender otra vez esa sensibilidad del contacto. En el mundo diseñado por Pérez Salerno ir hacia lo natural supone un artificio, un ecosistema creado desde las imágenes electrónicas, una simulación.

Todo lo que ocurre en la pantalla tiene esa velocidad de la impaciencia que produce internet. La actualidad aparece desgajada de contexto, entregada con brutalidad al espectador porque en la Web hay cierto salvajismo en el tratamiento de los hechos, la actitud impiadosa de una discursividad sin límites. 

En ese contraste entre la pantalla y el cuerpo queda claro que el volumen de la persona en escena instala un conflicto, tal vez casual, en relación a la idea de realidad. Si el registro de situaciones que podrían formar parte de un noticiero o un documental tiene esa autoridad para ser considerado real, la marca de esas tres mujeres jóvenes en el escenario que descifran una danza absolutamente impropia, donde la técnica se ofrece para contar una conducta de un modo para nada naturalista, hablan de una verdad deformada, convertida en la necesidad imperiosa de esa vibración que las envuelve y atraviesa y que ellas no pueden detener. Salvo cuando encuentran un huequito para meterse en la pantalla, diciendo que no hay, en Asuntos que queman, una actitud pura y ultrajada sino el reconocimiento de sentirse parte hasta de aquello que pueden someter a la crítica. Esa que en esta obra se ejercita en la dinámica de la mente precipitada gracias a la velocidad del wi fi y de ese movimiento perfecto, de estas chicas impetuosas que dialogan a partir de unas miradas que, por momentos, parecen construir un primer plano entre tanta vorágine. 

Asuntos que queman se presenta los jueves a las 21 en Espacio Callejón. 

Humahuaca 3759. CABA.