Situado en la intersección de dos calles con nombres de fechas veraniegas (4 de Enero y 3 de Febrero), el Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez (conocido localmente como "el Rosa") se yergue desde hace 95 años con el esplendor de su imponente belleza casi ignorado en la ciudad de Santa Fe. Cada 25 de mayo, conmemorando la fecha patria y la de su apertura, se inauguró su Salón de Mayo. Los premios adquisición del Salón, junto con donaciones de colecciones privadas, formaron su colección de arte argentino: un patrimonio público que no tiene parangón en el interior del país. Sin embargo, recorrer sus vastísimas salas, iluminadas con luz natural cenital a través de amplios lucernarios ("tienen ventanas en el techo", dijo una visitante primeriza), es una experiencia solitaria: se parece a estar en el interior de una nave espacial gigante que se hubiera desviado de su curso, tomando una línea temporal que la alejó del futuro previsto por sus primeros comandantes, quienes están muertos. Dejaron su bitácora, escrita en un dialecto de difícil comprensión. No es el peso del pasado lo que agobia al visitante, sino la inmensidad luminosa de un vacío. Contribuye bastante la arquitectura, que salvo en las oficinas no revela nada del exterior excepto la luz del sol.

Despertar al Rosa del letargo y devolverlo a la realidad del siglo XXI como lo que es: un museo de todos los santafesinos, tal es el desafío que la nueva gestión asumió. La forma en que lo está haciendo convierte al palaciego Museo en un ámbito que habilita la posibilidad de encuentro y diálogo entre diversas generaciones de artistas, y de éstos con el público. Esperado en grandes mesas con mapas y planos para intervenir con stickers y fibrones, se lo invita además a contribuir a la enunciación museográfica (tanto del Rosa como del proceso de transformación que se está llevando a cabo en todos los museos del mundo) a través de los hashtags #RepensandoElRosa y #RespensandoLosMuseos, respectivamente. Siguiendo con la analogía de ciencia ficción, es como pasar de la tercera a la quinta dimensión.

"El museo inicia una nueva etapa de producción, diálogo y construcción de comunidad, nuevos paradigmas que se entrelazan con su historia y memoria, profundizando su discurso crítico con el contexto contemporáneo y definiéndose así bajo una idea: repensando el Rosa", anunció el año pasado Analía Solomonoff, la nueva directora del MPBA. Y hasta fin de febrero de 2017, tres muestras concebidas como tramos de un mismo manifiesto enuncian el nuevo plan museológico, definiendo tres líneas conceptuales: la investigación y el trabajo curatorial en torno al patrimonio del museo, la práctica artística como un espacio de producción y como una plataforma de trabajo donde el arte se relaciona con el campo pedagógico, y el espacio de exhibición como un lugar de colectividad y autogestión en diálogo con la institución.

La más innovadora y participativa de las tres se titula Inventario. Se divide, a su vez, en tres exposiciones: El museo como campo de batalla, con curaduría de Florencia Magaril, quien convocó a María Luque, Francisco Bitar, Santiago Villanueva, Elian Chali, Cintia Clara Romero y Maximiliano Peralta Rodríguez; Laboratorio, del curador: Juan Curto, y Atlas colectivo de Santa Fe, que es uno de los talleres de mapeo colectivo del grupo Iconoclasistas. Inventario incluye además un dispositivo Flecha del tiempo, una "investigación inconclusa impulsora de la memoria", realizada por Leo Scheffer.

En las salas Martín Rodríguez Galisteo, dedicadas al patrimonio del Museo, el investigador y curador Guillermo Fantoni reunió y ordenó en núcleos temáticos un corpus de obras fechadas entre 1919 y 1939, bajo el título La luz en la tormenta: arte moderno entre dos guerras.

En la planta alta puede espiarse una reconstrucción de los espacios de trabajo de cuatro dibujantes jóvenes en plena producción: Virginia Abrigo, Malcon D'Stefano, Julia Jurado y Virginia Martí. La muestra se titula Lo que pasa durante. Construcciones sobre el dibujo (e incluye, literalmente, plantas, y en buenas condiciones de luz, lo que hace avizorar al Rosa como un terreno para proyectos de bioarte).

El que el único medio gráfico local que se ocupa del tema hable de "una interpelación que implica un pequeño gesto de provocación" en relación con el título y algunas de las preguntas que propone una de las muestras (El museo como campo de batalla: "¿Qué museos tenemos y qué museos queremos?" ¿Qué es un museo?) da una pista sobre las tensiones que rodean estos movimientos. El conflicto entre "modernismo tardío" y "arte contemporáneo" se esperaba y por eso se buscó atemperarlo, eligiendo por ejemplo mostrar el Museo del fondo del Paraná, de Santiago Villanueva, únicamente a través del registro fotográfico de la acción de sumergir y pescar las pinturas en el río.

La cronista se sentía como una viajera proveniente del futuro, que ya había visto algo así en otro lugar. En 2012, Villanueva obtuvo un suculento premio en el Salón Nacional Rosario por comprar tres pinturas de artistas modernos reconocidos de la región, hundirlas en el lecho del río Paraná y exponerlas en el Museo Castagnino con las huellas del bautizo, además de explicar y fotografiar todo el proceso.

Ahora que está de moda polemizar furiosamente sobre arte contemporáneo basándose únicamente en una foto engañosa y sin tener idea de la complejidad de los nuevos procedimientos, de la riqueza de las nuevas sensibilidades ni de la inmensa diversidad de todo eso, es un buen verano para acercarse al Rosa, entrar y quedarse al menos una tarde a ver de qué se trata. Recomendaciones: llevar el teléfono cargado, conectado y con espacio para fotos. Mejor ir en grupo.

 

Pasado, presente y futuro

Algunas fotos históricas de la línea de tiempo muestran a la sala principal y antigua sala de conciertos revestida de suntuosas telas de tapicería, que además de constituir un signo de distinción posiblemente hayan tenido algún efecto moderador sobre su acústica (demasiado buena; hoy, a pared pelada, resulta inaudible dar un taller a viva voz con el aire acondicionado encendido). Leo Scheffer las seleccionó de entre el abundante material de documentación y consulta que se encuentra en la biblioteca del Rosa, llamada Horacio Caillet Bois en homenaje a su primer director, quien lo dirigió muchos años y creó un "noticiero y calendario del museo", al que llamó Propaladia.

La estética elegante de aquellas primeras décadas del siglo veinte contrasta con la estridencia visual de los catálogos de los años '90. Los catálogos en la línea de tiempo documentan las exposiciones de artistas argentinos en el Museo, que en este 2017 y en el marco del año Saer continuarán con una importante muestra patrimonial del pintor santafesino Fernando Espino.

Y es un placer redescubrir, a través de la exposición curada por Guillermo Fantoni, una zona no canónica del modernismo argentino de entreguerras, cuya narrativa visual acerca de su tiempo el curador organizó en cuatro núcleos: "la calma", "la incertidumbre", "el enigma" y "el drama". Si hay alguien autorizado para articular semejante conjunto de obras es este docente de Arte Argentino en la UNR, con un extensa y reconocida trayectoria como investigador del arte moderno producido en Rosario y Santa Fe, y quien continúa indagando aquí las fluctuaciones e hibridaciones entre realismo y surrealismo, entre documento social y pintura metafísica, propias de la región en la segunda y tercera década del siglo veinte.

Cintia Clara Romero y Maximiliano Peralta Rodríguez potenciaron mediante un taller su intervención en el museo, la cual transforma una de sus salas en un gimnasio temporal. Quien se siente en su bicicleta fija podrá experimentar en carne propia el "pedalearla y remarla" que constituye el espíritu de la gestión cultural emprendida por artistas, retratada en un cortometraje en video que presenta varios proyectos.

Iconoclasistas brindan una caja de herramientas para dibujar una y otra vez un mapa cambiante de la ciudad de Santa Fe, con ideas que aporten los espectadores devenidos creadores de otra ciudad posible.