La visión tradicional del desarrollo considera a las potencias mundiales como el fin a alcanzar. Estados Unidos, Alemania o Japón, constituirían la meca hacia donde deben caminar las naciones que integran la periferia mundial. Validado ese objetivo, el debate se concentra en los caminos para llegar. Los liberales confían en la explotación de los recursos naturales a bajo costo, que son los negocios rentables que nos reserva el mercado mundial. Los intervencionistas pretenden imitar la matriz productiva y distributiva de las potencias, haciendo hincapié en la necesidad de generar industrias con manejo tecnológico y empleo bien remunerado. Pero el capitalismo actual con su combinación de última tecnología con milenaria explotación, parece poco propenso a permitir que la periferia, especialmente la africana y latinoamericana, alcance a las grandes potencias.

En cierta forma, el debate del desarrollo de las naciones se puede asimilar al de una familia humilde que quiere ascender socialmente. El método liberal sería dedicarse a trabajar de  sol a sol en los oficios que el mercado plantea como viables para dichas familias. Poner dedicación y esfuerzo a limpiar casas, meterse de cabo en una fuerza de seguridad, hacer changas en la construcción o cartonear. El método intervencionista puede asimilarse a terminar el secundario e ingresar a algún terciario para ser maestro, trabajador administrativo u obrero calificado bajo convenio. Pero cualquiera de los dos caminos difícilmente permita a un habitante de un rancho del campo o la ciudad, llegar a tener un caserón en Nordelta, Punta del Este y Miami. Tal vez el método británico de formar un grupo dedicado al robo (piratería), el tráfico de drogas (opio a China) y de personas (esclavos africanos) permita un ascenso social tan repentino. Sin embargo, la mayor chance es terminar más cerca de la cárcel que del desarrollo.

En las últimas décadas, una visión andina del desarrollo emergió en Latinoamérica integrando conceptos de las nuevas izquierdas de los países centrales. El “buen vivir” pone en debate no sólo los medios para alcanzar el desarrollo, sino también que se entiende por el mismo. ¿Es ser Estados Unidos, Alemania o Japón el objetivo de las naciones periféricas? Volviendo a la metáfora de familia pobre, ¿es necesario pasar de mendigo a millonario para ser desarrollado? La visión del buen vivir señala que no; acceder a una casa cómoda, alimentación sana, cuidados de salud, educación, puede considerarse como suficiente. Una nación que logre satisfacer esas necesidades sociales para la mayor parte de la población, puede considerarse desarrollada.

Por ejemplo, el buen vivir plantea que para lograr que cada argentino acceda a una casa propia (que se considera como un objetivo de desarrollo), no hace falta que el modelo exportador primario derrame la prometida riqueza liberal o nuestra industria tecnológica alcance a competir internacionalmente. Tierra, manos y ladrillos hay en Argentina, sólo falta cambiar ciertas regulaciones impositivas, inmobiliarias y financieras, para que una decidida política pública solucione el problema de la vivienda y nos vuelva más desarrollados.

@AndresAsiain