Desde hace varias décadas, se fueron reconfigurando los paradigmas historiográficos que predominaron en el siglo XX, bajo los cuales la historia pareció avanzar al compás del progreso que el positivismo introdujo en el siglo XIX y que valió de soporte a los historiadores. 

La certeza de un camino que avanza y retrocede acentuando las desigualdades, obligó a reconsiderar el conocimiento científico y echó por tierra la idea de una historia progresiva y de una continua integración de las sociedades. Los estudios y los aprendizajes de la disciplina se volvieron más amplios, y se generaron a partir de múltiples miradas sobre la realidad. 

En nuestras aulas, las perspectivas fueron suponiendo el estudio de una trama dinámica y compleja de sucesos que se entrelazan, y las currículas incluyeron puntos de vista más plurales sobre los fenómenos del pasado. Desde hace varias décadas, se pasó de la historia memorística a enfoques que buscan la reflexión crítica, la interconexión de hechos y procesos, y la interrelación con otras disciplinas como la política, la sociología, la economía, entre otras.  

Así, se fueron sumando nuevas temáticas, nuevas fuentes y nuevas metodologías científicas y pedagógicas. Se fueron incorporado, a su vez, sujetos antes ignorados o ausentes, al tiempo que se fue haciendo presente la mirada desde los bordes: la historia de las mujeres, de los esclavos, de las minorías étnicas, de los territorios, de la infancia, son sólo algunas de ellas. 

Con el propósito de profundizar acerca de estos nuevos enfoques y debates sobre la escritura de la historia en nuestro país, Universidad entrevistó a tres destacados especialistas: Sergio Angeli, docente de la Facultad de Filosofía y Letras y del Ciclo Básico Común (CBC) de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Claudio Ingerflom, Director de la Licenciatura en Historia y de la Maestría en Historia Conceptual de la Escuela de Humanidades de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), y María Ana Verstraete, Directora del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo).       

Desde hace algunas décadas, el estudio de la Historia fue construyendo nuevos senderos, nuevas perspectivas, nuevos sujetos, nuevas relaciones interdisciplinarias. En ese sentido, ¿cuáles fueron los cambios paradigmáticos más evidentes y destacados en la enseñanza y la interpretación de la Historia en nuestro país?

Claudio Ingerflom: A diferencia de lo que sucedía hace un par de décadas, los historiadores argentinos practican hoy una gran diversidad de enfoques que parten de supuestos distintos. Ya sabemos que no hay una Gran Teoría que explica todo, en todos lados y en todas las épocas. Una Gran Teoría, cualquiera sea ella, es, por lo tanto, ahistórica, y su ambición universalista reafirma la dominación de unos países sobre otros. 

Hoy hay búsquedas teóricas, entre las cuales la Historia Conceptual me parece la más rigurosa y fértil, porque formula problemáticas comunes al conjunto de las ciencias humanas y sociales, rompiendo el tradicional aislamiento de cada una de ellas, institucionalizado todavía por la compartimentación académica. Existen en particular líneas de investigación que ponen en cuestión enfoques previos, como los que estaban centrados en el proceso de formación del Estado y de la democratización progresiva de la vida social y política. Así como hay una división internacional del trabajo, de la economía, etc., la hay del saber, y Argentina tiene un importante atraso en el conocimiento de la historia de otras regiones del mundo.  Por eso nuestra carrera incluye materias obligatorias como Historia del Caribe, EEUU, Rusia, China, Japón, Corea, África, etc.

María Ana Verstraete: La enseñanza de la Historia es un reflejo de lo que sucede en los ámbitos científicos. 

En la segunda mitad del siglo XX, con la crisis de los grandes paradigmas y el deslizamiento hacia lo antropológico y cultural, la Historia asumió una visión más poliédrica de la realidad, lo que dio por resultado una ampliación no sólo de las temáticas sino también de las fuentes y las metodologías utilizadas. 

La enseñanza de la Historia no estuvo ajena a este proceso y a las aulas llegaron las novedades mencionadas. Así, en los diseños curriculares, en las propuestas editoriales y en las diferentes estrategias didácticas se incorporaron sujetos hasta el momento soslayados, entre los que se pueden mencionar, por ejemplo, los campesinos, los obreros, las mujeres, los esclavos o las minorías étnicas. Al mismo tiempo, se ampliaron aún más las fuentes y se propusieron para el abordaje de la Historia en las aulas, el cine, los anuncios publicitarios, los relatos de vida, la vestimenta, la música, entre otros tantos. Es decir, se produjo un cambio en las temáticas seleccionadas, y a los acontecimientos políticos, sociales y económicos se sumaron temas culturales como las fiestas, la vida cotidiana, la infancia, la muerte, la espiritualidad.

Sergio Angeli: En la Argentina, como bien remarca Silvia Finocchio, pasamos de un paradigma centrado en una visión elitista, libresca, nacionalista y eurocéntrica (en donde los pueblos originarios y los afrodescendientes ni aparecían) hasta la década de 1980, a una que desde la recuperación de la democracia priorizó la impronta democrática y de construcción de ciudadanía política. En las últimas reformas desde al año 2006 en adelante, las currículas vieron aparecer un estudio más plural, inclusivo y, sobre todo, latinoamericano de nuestro pasado. De aquellas clases de Historia memorísticas y centradas en la repetición de los hombres y batallas que gestaron la “patria”, estamos hoy viendo en las aulas de nuestro país enfoques que, ante todo, priorizan la búsqueda del pensamiento crítico, la interrelación de procesos (más que de hechos puntuales), la interconexión disciplinaria con estudios que nos complementan como la sociología, la economía, la geografía, la política, etc. 

También irrumpieron en las aulas las nuevas tecnologías y un sin números de recursos como fuentes, mapas, periódicos, redes conceptuales, entrevistas orales, que se utilizan y se abordan de manera crítica y compleja, a fin de que nuestros estudiantes puedan dar un sentido de globalidad a los procesos históricos.

¿Cuáles creen que son los debates actuales sobre la escritura de la Historia en Argentina? ¿Existen nuevos relatos históricos? ¿Hay alguna renovación de nuestra mirada sobre la realidad histórica?

SA: Dentro de la Historia profesional, las últimas décadas han dado muestra de una renovación importantísima. Se está en vías de derribar muchos mitos, de poner sobre el tapete la historia de los sectores históricamente olvidados, como son las clases populares, las mujeres, la infancia, los trabajadores, las clases medias, los pueblos originarios y muchos más. Los métodos de (re)interpretación del pasado han logrado dar una mirada cada vez más fina y una reconstrucción más acorde a lo que suponemos pudo haber ocurrido. Siempre hay nuevos relatos, siempre habrá mitos cosificados que son difíciles de derribar, pero no me queda duda que la historia nacional hoy hizo el esfuerzo de conectarse con la historia latinoamericana e internacional mostrando la complejidad y la importancia del estudio de los procesos históricos, a fin de dar cuenta de cómo es nuestro presente y cuál debe ser entonces el prisma que debemos utilizar para leer lo que nos acontece en el siglo XXI.

MAV: El relato histórico de nuestro pasado ha sido sometido a discusión a partir del retorno a la democracia y la revalorización de las prácticas políticas. Desde esta perspectiva se debate y se consolidan múltiples expresiones narrativas y diálogos interdisciplinares con la sociología, la filosofía y la antropología, entre otras ciencias. Ahora se aborda la memoria histórica, la historia cultural y sus representaciones, la historia de las ideas políticas en sus dimensiones nacionales y provinciales, el retorno a la biografía, la historia de género y la historia reciente. En el campo de las prácticas históricas estos relatos suponen, además del conocimiento, reflexiones sobre los métodos.

CI: Hoy toma relieve la mirada desde los márgenes de la nación, nos interesamos por sujetos antes omitidos. Por ejemplo, la historia de género y la de las clases populares. En el mismo sentido, contribuyen la historia regional, la ecológica, la de los territorios nacionales, la de los pueblos originarios, la de los afroargentinos. 

Cada una a su modo planteó preguntas que ya no son las que se articulaban en torno de la construcción del Estado o la progresiva “integración” de la población en la vida política. El renovado interés por las cuestiones étnico-raciales va en la misma dirección, muestra la persistencia de tensiones que recorren todos los períodos y que no parecen estar en proceso de ser saldadas. También vimos en estos años el desarrollo explosivo del campo de la historia del tiempo presente, antes vedado a los historiadores.

Por último, muchas veces la tarea de divulgación de la historia, motorizada por editoriales o medios de comunicación, no es bien vista por la academia. 

¿Qué opinan al respecto? ¿Creen que la tarea de divulgación requiere un tipo de saber o habilidad que debería ser central en la formación?

MAV: Toda acción de divulgación histórica siempre será muy bien vista y apoyada por el universo de los historiadores porque ello promueve la conciencia ciudadana y cívica, y acompaña a los procesos de enseñanza formal en todos los niveles. Si por academia se entiende la producción histórica con rigor científico y apoyado en documentación, sin duda, toda divulgación que no tenga dicho sustento podrá ser motivo de crítica.

CI: La carrera de Historia en la UNSAM es la primera que ofrece una materia de grado orientada en ese sentido, formando a los estudiantes para que sean no sólo investigadores o docentes, sino también divulgadores. Durante mucho tiempo vimos con cierta sospecha la divulgación, como si fuese una actividad de segunda calidad. Eso está cambiando. Indudablemente, es un tipo de saber y una habilidad que requieren de políticas institucionales y de una formación específica. 

SA: Sin duda, la divulgación histórica fue durante muchos años vapuleada y desacreditada. Mis primeros libros de historia fueron de Félix Luna, a quien parte de la academia de aquel entonces no veía con buenos ojos. Hoy en día, una parte nada despreciable de investigadores estamos convencidos que hay que “salir” de nuestros despachos y poder comunicar las investigaciones que realizamos a un público más amplio. La tarea que supo llevar a cabo canal Encuentro fue un excelente ejemplo de ello. Las colecciones de historia de Juan Suriano, Mirta Lobato, Jorge Gelman, Alejandro Cattaruzza, entre tantos más en diversas editoriales nacionales, también significaron un esfuerzo por hacer de la Historia profesional un abrevadero para todos aquellos que les interesa comprender nuestro pasado. 

Más que un saber específico, creo que se necesita una firme convicción para llevarlo adelante.