“Vi al emperador, ese alma del mundo, cabalgando por la ciudad, para reconocer el terreno”, escribió por carta en 1806, tras observar a las tropas napoleónicas entrar a Jena. Caía el “Sacro Imperio Romano Germánico” y el filósofo terminaba de escribir, allí mismo, su Fenomenología del Espíritu: “No es difícil darse cuenta de que vivimos en tiempos de gestación y transición hacia una nueva época. El espíritu ha roto con el mundo anterior…”. 

Pasado, presente y futuro se condensan en su obra. Conocer la historia pasada es interiorizar el devenir transcurrido, hacer la historia presente es tejer el porvenir. Lo primero es condición para lo segundo. Un pueblo sin memoria no es sujeto, no puede ni realizarse ni superarse. 

Napoleón como espíritu del mundo, debiendo reconocer un terreno, es una interesante imagen del filosofar hegeliano. El sujeto como círculo o espiral que presupone un nuevo comienzo, según delineó con tonalidad heracliteana. Por tanto, no hay lugar supremo y fijo al que arribar, y como tal, perfecto, inconmovible. Lo absoluto no como quietud sino como un caballo cuya carrera no cesa, como una batalla, o un líder en el barro de la historia debiendo lidiar con representar lo nuevo. 

No hay fin de la historia, sino búsqueda de plenitud siempre inconclusa. Ella colisiona con lo real-verdadero (wirklich), aquello que es cierto, concreto: la alienación, la angustia, el miedo a la muerte. La esclavitud o servidumbre, conciencias desgraciadas, liberaciones que se limitan y se niegan. Hay desigualdad y pobreza, como observa en su filosofía del derecho. El desarrollo de una sociedad civil, la división del trabajo y el progreso de la industria generan riqueza creciente pero a su vez “miseria y dependencia”. Observa Hegel que la sociedad no lo puede resolver por sí misma y ensaya dos “soluciones” por fuera de ella. “Colonización” de “nuevas tierras” y exportación del excedente industrial a pueblos “atrasados”. Pretensión de universalidad, frustrada por su eurocentrismo. 

Sin memoria, el sujeto no se realiza. Sin trabajo tampoco. A través del trabajo, el sujeto transforma el mundo, lo (re)crea para sí mismo y en él se reconoce. Marx, que se declara su discípulo, se apropia de Hegel. En el capitalismo, el trabajador no se realiza porque el trabajo no le pertenece, está enajenado. 

Decía el filósofo argentino Carlos Astrada, leyendo la Fenomenología…, que el sujeto es un “proceso de formación y realización configuradora”. Atraviesa múltiples figuras, se configura, y nunca se detiene en esa búsqueda por realizarse, sujetarse, transformarse. Sujeto y objeto se enfrentan, pero es el sujeto quien forma al objeto. El mundo se nos aparece como algo externo, aunque somos nosotros quienes lo recreamos. Toda acción humana es formativa, transformadora, intersubjetiva. Dialéctica. Lo que hacemos vuelve sobre nosotros mismos. Como realización o como negación. Como liberación o como dominación. O, en rigor, como una configuración compleja que contiene ambos movimientos. 

También el Estado y las leyes son creaciones humanas. Incluso los dioses lo son. Jacques D´Hondt nos recuerda que, siguiendo a Hegel, los dioses griegos fueron creados por los artistas. Criaturas hechas a imagen de sus creadores, “hijos de su tiempo”. Con permiso: todo ser humano es “artista”, creador de manufacturas, dioses, leyes y Estados. El Estado es la realización de la idea ética, dice Hegel con habitual pomposidad. Pero atención. La ética, la eticidad, está dada por las costumbres de un pueblo. Y “sólo en un pueblo libre se realiza la razón”. Libertad realizada o negada en el Estado, que es el pueblo mismo organizado. Aquella plenitud inalcanzable es lo que anhelamos. La “utopía que todo lo mueve”, como dice Rubén Dri, es la figura del Estado ético en Hegel. 

Hagamos a nuestros dioses, creemos el mundo, construyamos la libertad. Pero nada podemos hacer desde un punto cero. Tenemos una historia que articula el pasado con el presente, y éste con el futuro. El sujeto puede enfrentar el mundo, haciéndolo, o dejar que sea otro el que se lo presente como ya hecho, inconmovible, fijo. Podemos ser artífices de lo nuevo o guardianes de lo establecido. En otras palabras, o pintamos el mundo, o “estamos pintados”.

Sergio Friedemann: Politólogo, Doctor en Ciencias Sociales, Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), Becario postdoctoral (CONICET)