“La artista que une Corea del Norte y Corea del Sur, una puntada a la vez”, llama The New York Times a Kyungah Ham (1966) en un recientísimo artículo que celebra a quien es responsable de “una de las colaboraciones más extraordinarias y duraderas del mundo del arte”. Sucede que, desde hace ya una década, la damisela –ducha en los haberes multimedia– inició un arriesgado proyecto que continúa en movimiento: produce la surcoreana Ham diseños en su computadora, que luego imprime y contrabandea –a través de intermediarios rusos o chinos– a Corea del Norte, donde artesanxs anónimxs –a quienes jamás ha conocido, siendo ilegal la comunicación entre habitantes de sendos países– los convierten en bordados de costuras exquisitamente refinadas, minuciosamente elaborados con hilos de seda. “Con sobornos y subterfugios, las obras son sacadas ilegalmente del norte comunista. Y en última instancia, se exhiben y venden en galerías y exposiciones”, aportada la mentada publicación, que destaca algunas de las piezas más ambiciosas del conjunto; por caso, representaciones a gran escala de refulgentes candelabros, de 4 metros de ancho y 3 de alto. Tampoco faltan diseños que, a decir de Kyungah, jamás pisarían suelo norcoreano, incluyendo –como lo hacen–  jerga de Internet, canciones pop surcoreanas, titulares de periódicos o motivos abstractos inspirados en artistas occidentales. En algunas obras puede leerse: “Lamento mucho lo que nos ha hecho la historia”; en otras: “¿Vos también te sentís solX?”. 

“En más de una ocasión, las piezas de gran escala han regresado a mí en partes separadas, que yo termino de conectar, y así ha ocurrido porque lxs artesanxs consideran que, de ser confiscadas, pueden poner en riesgo sus vidas. Una vez, recibí con ellas una nota que decía: ‘Sepa comprender cualquier imperfección, este trabajo ha atravesado los tormentos de mi vida’”, cuenta Ham sobre su iniciativa. Una reputada iniciativa (a menudo llamada The Embroidery Project) que, a través del arte, busca reunir a personas que fueron separadas a la fuerza desde la guerra de 1953, y que combina las fortalezas de ambos sitios: la tecnología del sur, la artesanía del norte. “Las obras no son solo sobre la partición de las Coreas: refieren a cómo se crean las fronteras, y cómo las fronteras restringen a las personas”, afirma la artista. Y suma: “El bordado es la parte visible del trabajo. Pero hay partes conceptuales, invisibles, como las miles de horas que han dedicado personas anónimas a cada obra; también la censura, la ansiedad, la ideología, el soborno…”.